Los bonobos viven una vida de despreocupación, copulan varias veces al día, y no hacen otra cosa más que disfrutar, como parece hacen las vacas en una ladera cubierta de hierba. Ambos grupos de animales viven hoy exactamente igual que lo hacían hace un millón de años. Cotillear, comer, copular, dormir, morir: ¿Qué más podemos querer? ¿Por qué no nos contentamos con una vida animal?
Esa vida deriva de su indiferencia ante la muerte. En la vida humana la muerte de los seres queridos nos apabulla, nos fuerza a pensar. Nuestros antepasados cazadores-recolectores llevaban, sin la menor duda, una vida individual mejor que los esclavos de las plantaciones de los estados del sur de los EEUU, o que los obreros de las primeras fábricas textiles de Manchester, en el siglo XIX. Podíamos haber seguido como cazadores-recolectores, como los bonobos o las vacas. ¿Por qué no?
La agricultura forzó a hombres y mujeres a trabajar 12 horas al día, a vivir abigarrados en chozas con malas condiciones higiénicas, a dejar de ver amaneceres y anocheceres, a olvidar la esencia de la vida. Con la aparición de las ciudades vino la aparición de los reyes y los prelados, de los recaudadores de impuestos y de los sumos sacerdotes.
¿Cual es el progreso?¿Representó ayer la agricultura y representan hoy la industria, la sociedad de la información, un progreso en la vida material del ser humano individual?
La noción de progreso solo tiene sentido en el contexto social, que forzosamente incluye la historia: Solo tiene sentido si consideramos toda la sociedad de hoy y la de ayer y mañana: En las 4 dimensiones de la física: Las tres del espacio y la del tiempo. Con este sentido el ser humano aceptó la agricultura porque era una clase novedosa de seguro de vida, un acceso al welfare-state. Aceptó la tiranía de reyes, sumos sacerdotes, dogmas e impuestos. Todo a cambio de una cierta garantía de supervivencia para él y sus familias y descendientes. Ya que la muerte individual es inevitable, se trataba de garantizar de algún modo la supervivencia de familia y grupo, ahora y a lo largo del tiempo.
Aquí, y solo aquí, aparece el concepto de 'progreso'. El progreso no tiene nada que ver con la idea (difícil de especificar) de felicidad. El concepto de felicidad es ambiguo. En Madrid (y en Hamburgo otro, por las mismas fechas) había un hombre, con dinero, que vivía con 30 perros en medio del bulevar de Reina Victoria, esencialmente feliz. Este hombre, sin embargo, no podía garantizar la supervivencia de sus perros o de los cachorros que parían las perras del grupo.
Ni la sociedad humana ni sus miembros buscan, realmente, la felicidad, sino otras muchas cosas. Si hay breves instantes de aquella, bienvenida sea. Pero es un by-product, un añadido, no el objetivo de los seres humanos.
Aquí es donde aparece la noción de progreso. ¿Vive mejor hoy una familia que tiene la garantía de que todos los hijos sobrevivirán los 14 años? ¿Vive mejor un grupo de personas que puede conocer lo que hacen otras, ahora, o lo que han hecho antes? ¿Una persona o un grupo de personas que pueden conocer como funciona el mundo en el que viven, incluida en ese mundo su propia sociedad?
La vida sin conocimiento puede, quizás, proporcionar el olvido individual, el nirvana que preconiza el budismo más ortodoxo, la aniquilación de la mente, pero no proporciona ninguna herramienta para la vida social. Para esta vida necesitamos conocer, saber, cuanto más mejor, en todos los aspectos: La realidad, los sueños, la imaginación, la abstracción que significa todo arte y toda ciencia, y el placer que nos proporcionan, a veces, nuestros sentidos.
La ciencia es un forma de ver el mundo, incluidos nuestros propios pensamientos. La ciencia no son gadgets, no son aparatos, no son logros intelectuales, con serlo. La ciencia es un modo mental, una forma de enfocar lo que vemos (oímos, tocamos, gustamos, olemos) para tratar de entender el mundo. Su carácter esencial es su permanente evolución, su permanente cambio que va en contra de todo dogmatismo y de cualquier esquema final.
El ser humano tiene desde siempre miedo a cambiar, aunque ha sido el cambio lo que nos ha hecho sobrevivir cada vez mejor. Pensar de manera científica, con curiosidad inagotable y con crítica incansable es una forma de empujar a la sociedad hacia ese progreso que la sociedad busca de manera constante.
Frente al dogma que dice 'Así es', la ciencia se pregunta constantemente '¿Por qué tiene que ser así? ¿No puede ser de otro modo? ' Es esa pregunta la que llevó a plantar los granos de los cereales, a buscar cómo caen los graves, a entender los límites de la energía, a las máquinas y hoy a la información.
Individualmente no hay duda de que vivimos sobre poco más o menos igual de felices que hace 100000 años. Socialmente tampoco hay duda de que vivimos inmensamente mejor que entonces.
¿Debemos seguir los dogmas o necesitamos desarrollar el pensamiento científico?
Fuente:
Blog "Clima" de El Mundo