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31 de enero de 2018

¿Por qué no soy Iron Man?

Cuando Stan Lee y Jack Kirby dieron vida a Iron Man por primera vez, allá por 1963, poco podrían imaginarse que ese empresario, un ser corriente como cualquiera de los que andamos por estas calles, pudiera ser el comienzo del transhumanismo, una corriente que pasaría de la ciencia ficción a la teoría y, poco a poco, a la misma realidad. 


Tony Stark posee un nodo que proporciona energía a su armadura y evita que la metralla llegue a su corazón; los humanos de hoy poseemos marcapasos conectados y exoesqueletos que nos ayudan a recuperar la movilidad en caso de discapacidad. Su extraordinaria fuerza puede lograrse también con esos mismos dispositivos, solo que desarrollados para el ejército. Y el uso de una fuente persistente de energía para mantenernos con vida no parece una idea muy lejana en el tiempo, conforme se vayan creando baterías más duraderas y estables.

Quizás siga sonando a ciencia ficción, pero el transhumanismo está impregnando muchos de los avances que vemos en nuestras vidas. Esta corriente de pensamiento, expandida a partir de finales de los 60, aboga por mejorar las capacidades humanas por medio de la tecnología, un propósito tan noble como peligroso y que está mostrándose ya en sus fases más incipientes. Para muestra sirva el caso de Chris Dancy, el hombre "más conectado del mundo". Este cuarentón decidió hace ya diez años que fusionaría lo máximo posible la tecnología actual a su cuerpo, conectando tantos dispositivos como fuera posible, desde relojes inteligentes hasta gafas que están sincronizadas con las bombillas de su casa. Un paraíso del Internet de las Cosas -más de una decena de sensores pesan sobre Dancy- que controla desde sus constantes vitales hasta sus patrones de alimentación. Un Iron Man de andar por casa, pero puede que el inicio de algo más.

Más lejos quedan otros de los retos más ambiciosos del transhumanismo, aquellos que dejan a este superhéroe a la altura del betún. La crionización no deja de ser una falacia científica, mientras que la singularidad sigue siendo un sueño en el eterno imaginario común de la inmortalidad, para lo que debemos superar la naturaleza misma de nuestros cuerpos. Hoy decimos esto, pero si Tony Stark pudo anticipar muchos de los avances que hoy disfrutamos, quién sabe si de estas mentes locas -recluidas en lugares como la Universidad de la Singularidad de la NASA y Google- podrá salir una nueva especie de humanos en la que la carne se entremezcle con la tecnología hasta hacerse un solo indisoluble.

Fuente:

El Mundo Ciencia

¿Qué sabe tu celular de tu tristeza?

La computación afectiva quiere dotar de inteligencia emocional a los dispositivos para lograr una comunicación más íntima y personalizada con el usuario.

Estás viendo la televisión. De repente, te das cuenta de que una avispa sube por tu brazo. ¿Cómo reaccionas?”. Esta es una de las preguntas del ficticio test Voight-Kampff, utilizado en Blade Runner para detectar la falta de empatía en un sujeto. Si las respuestas del interrogado desvelan esa incapacidad para identificarse emocionalmente con otros seres, el diagnóstico queda claro: estamos delante de un androide. 

Dejando a un lado la ciencia ficción, lo cierto es que en el mundo real esa capa emocional viene a ser la guinda del pastel de la robótica, ahora que la inteligencia artificial es cada vez más sofisticada, incluso aquella que habita en nuestros dispositivos móviles. Y la cosa no hace más que mejorar, como lo demuestra el reciente lanzamiento de la familia Huawei Mate 10, una serie de smartphones que dan otra vuelta de tuerca a la inteligencia artificial gracias a su procesador Kirin 970. Este chipset con unidad de procesamiento neuronal simula el pensamiento humano y es capaz de analizar el entorno, lo cual hace que en cierto modo los teléfonos sean más “conscientes” de las necesidades de los usuarios para ofrecerles servicios mucho más personalizados y accesibles en todo momento.

E¿Se conseguirá también pronto que un teléfono móvil o una tableta imite emociones o que, al menos, consiga interpretarlas y responder de manera consecuente? Eso es algo en lo que trabaja Javier Hernández, investigador del Grupo de Computación Afectiva del MIT, área que explora cómo dotar a las tecnologías de inteligencia emocional, una capacidad que muchos consideran crítica para lograr relaciones mucho más naturales entre los humanos y la inteligencia artificial. Entre otros objetivos, este grupo del MIT busca que en el futuro cualquier dispositivo sea capaz de entendernos mucho mejor y nuestra comunicación con estas máquinas sea más íntima y personalizada. “Por ejemplo, si el móvil detecta que estamos pasando por un mal momento, quizás filtre las noticias para discriminar las más negativas, nos recomiende escuchar una canción que nos gusta o nos sugiera hablar con alguien cercano para aliviarnos y mejorar nuestro estado de ánimo”, según Hernández.

Esta personalización de contenidos es una de las principales áreas en las que la computación afectiva aportará ventajas significativas. No en vano, se trata de una selección realizada a partir del estudio de las emociones del usuario, así que gracias a ella se proporcionará un remedio para una necesidad concreta de una persona y podrá garantizarse, casi con total seguridad, que causa el efecto deseado. Esto ya se está aplicando para mejorar anuncios publicitarios, pero en el futuro también se utilizará en videojuegos y películas cuyo argumento cambiará dinámicamente en función de nuestro estado emocional.

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El País (Retina)

29 de enero de 2018

Estas son las consecuencias globales del deshielo del Ártico

Enfermedades, bacterias y migraciones, principales efectos de un proceso difícilmente controlable.

En el verano de 2014, uno de los más cálidos en lo que va de siglo, se produjeron casi un centenar de infecciones por bacterias del género vibrio, entre las que está la causante del cólera, en las costas de Suecia y Finlandia. Algunos de los casos se dieron a apenas 160 kilómetros del Círculo Polar Ártico. El clima está tan trastocado por el cambio climático que una enfermedad asociada al trópico está emigrando tan al norte. La emergencia de enfermedades y patógenos es solo una de las consecuencias que tendrá el deshielo del Ártico para todos.

Bacterias en el mar y virus en la tierra. Aunque el calentamiento sea global, hay regiones del planeta que se calientan más que otras. En el ártico se produce un efecto denominado amplificación ártica por el que el deshielo allí es más acusado que en otras regiones heladas. La explicación breve dice que la retirada del hielo en favor del agua reduce la capacidad de la región de rebotar la radiación solar. Esto hace que se caliente aún más y retroalimente el deshielo, lo que puede flanquear el paso a patógenos, algunos venidos del pasado.

Aunque no se las vea, las bacterias marinas son el principal componente de la biomasa marina. Algunas especies, como las vibrio, que son patógenas. El otro peligro viene de los hielos y el permafrost de las franjas norteñas de Siberia, Canadá y Groenlandia que se están derritiendo. Investigadores del CSIC encontraron en junio de 2015 ADN de virus hasta ahora desconocidos en lagos de Svalbard. Dos meses después se daba a conocer el desentierro de un virus de hacía 30.000 años atrapado en el hielo siberiano.

El oso híbrido. Hace 10 años, un extraño oso fue abatido en el norte de Canadá. Era extraño por su apariencia y un análisis de ADN confirmó la extrañeza. Se trataba de un ejemplar nacido de un oso pardo ogrizzly y un oso polar. Algún ingenioso lo bautizó como grolar. El avistamiento de osos grolar no ha dejado de aumentar en estos años, así como los encontronazos entre ambas especies. El deshielo del ártico está empujando al polar tierra adentro y al grizzly cada vez más al norte. Pero el impacto ecológico del deshielo está afectando a todo el ecosistema ártico. Desde el microscópico plancton, que tiene que lidiar con el aumento de la temperatura y la acidez del agua, hasta la migración anual de las ballenas.

¿Y el anticiclón de las Azores?

Aunque son muchos los factores que intervienen en el clima, la mencionada amplificación ártica ha dibujado el escenario de un polo norte casi sin hielo durante muchos meses en solo unas décadas. Esa agua es, por definición más caliente que el hielo. Los científicos ya están investigando cómo afectará esto a la circulación oceánica y las corrientes de aire asociadas que determinan buena parte del clima en todo el planeta.

Un coste de billones de euros.

Investigadores de la Universidad de Cambridge han estimado el impacto económico que tendrá el deshielo no de todo el Ártico, sino solo del permafrost, del hielo atrapado en las tierras que rodean el Ártico. Para finales de siglo, la cantidad extra de emisiones tendrá un impacto de más de 40 billones de euros.

Menos hielo, mas cambio climático.

Es la gran paradoja. El cambio climático derrite el hielo del Ártico y esto retroalimenta al cambio climático. Un amplio informe de las Academias de Ciencias de EE UU (de obligada lectura) sobre los impactos globales del deshielo del Ártico de 2015 destacaba cómo la reducción del efecto albedo, la liberación del metano y el carbono atrapados en el permafrost o la alteración de la circulación oceánica intensificarán el calentamiento global. Y eso, probablemente, acabe con el hielo que quede en el Ártico.

Fuente:

El País Ciencia

El cambio climático está alterando la química del Ártico

La concentración de isótopos de radio en el océano se ha doblado en una década.

En menos de una década, la concentración de radio-228 en las aguas del océano Ártico casi se ha doblado. El acelerado deshielo provocado por el cambio climático estaría facilitando la aportación extra de este elemento químico radiactivo desde las costas que rodean el Polo Norte. Los científicos aún no tienen claras las consecuencias a largo plazo de este fenómeno.

El 228RA es un isótopo del radio de origen natural que surge del decaimiento de otro elemento radiactivo, el torio, presente en los sedimentos. "Pero a diferencia de este, se disuelve en el agua, donde los científicos pueden rastrear su origen, concentración, ratio y dirección de su flujo", dice en una nota la investigadora del Instituto Oceanográfico Wood Hole de EE UU y principal autora del estudio, Lauren Kipp. Más importante aún, para los científicos marinos toda esa información ha convertido al radio-228 en un sensor del estado de salud de los océanos y la composición de las aguas oceánicas.

Junto a un grupo de colegas, Kipp tomó muestras a distintas alturas de la columna de agua desde 69 estaciones de recogida distribuidas por el Ártico, desde el este del estrecho de Bering, entre Alaska y Rusia, hasta el mismo Polo Norte. Las mediciones, realizadas en el verano de 2015 a bordo de un rompehielos de los guardacostas estadounidenses, fueron comparadas después con las obtenidas en una expedición similar realizada en 2007 por científicos alemanes.

El artículo completo en:

El País Ciencia
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