Cuando Stan Lee y Jack Kirby dieron vida a Iron Man por
primera vez, allá por 1963, poco podrían imaginarse que ese empresario,
un ser corriente como cualquiera de los que andamos por estas calles,
pudiera ser el comienzo del transhumanismo, una corriente que pasaría
de la ciencia ficción a la teoría y, poco a poco, a la misma realidad.
Tony
Stark posee un nodo que proporciona energía a su armadura y evita que
la metralla llegue a su corazón; los humanos de hoy poseemos marcapasos
conectados y exoesqueletos que nos ayudan a recuperar la movilidad en
caso de discapacidad. Su extraordinaria fuerza puede lograrse también
con esos mismos dispositivos, solo que desarrollados para el ejército. Y el uso de una fuente persistente de energía para mantenernos con vida no parece una idea muy lejana en el tiempo, conforme se vayan creando baterías más duraderas y estables.
Quizás
siga sonando a ciencia ficción, pero el transhumanismo está impregnando
muchos de los avances que vemos en nuestras vidas. Esta corriente de
pensamiento, expandida a partir de finales de los 60, aboga por mejorar las capacidades humanas por medio de la tecnología, un propósito tan noble como peligroso y
que está mostrándose ya en sus fases más incipientes. Para muestra
sirva el caso de Chris Dancy, el hombre "más conectado del mundo". Este
cuarentón decidió hace ya diez años que fusionaría lo máximo posible la
tecnología actual a su cuerpo, conectando tantos dispositivos como fuera
posible, desde relojes inteligentes hasta gafas que están sincronizadas
con las bombillas de su casa. Un paraíso del Internet de las Cosas -más
de una decena de sensores pesan sobre Dancy- que controla desde sus
constantes vitales hasta sus patrones de alimentación. Un Iron Man de andar por casa, pero puede que el inicio de algo más.
Más
lejos quedan otros de los retos más ambiciosos del transhumanismo,
aquellos que dejan a este superhéroe a la altura del betún. La
crionización no deja de ser una falacia científica, mientras que la
singularidad sigue siendo un sueño en el eterno imaginario común de la
inmortalidad, para lo que debemos superar la naturaleza misma de
nuestros cuerpos. Hoy decimos esto, pero si Tony Stark pudo
anticipar muchos de los avances que hoy disfrutamos, quién sabe si de
estas mentes locas -recluidas en lugares como la Universidad de la
Singularidad de la NASA y Google- podrá salir una nueva especie de
humanos en la que la carne se entremezcle con la tecnología hasta hacerse un solo indisoluble.
Fuente:
El Mundo Ciencia