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25 de abril de 2011

Los perros saben a quién pedirle comida

Los perros saben quién les va a dar comida porque observan la interacción entre los seres humanos.

Tu perro te observa y analiza.

Cuando sacas una galleta de la alacena, te sigue con esos ojos tristes, efectivos para despertar el sentimiento de culpa. Y si le has dado de comer antes, más razón tendrá de pensar que le vas a dar de nuevo.

Pero según un nuevo estudio de la Universidad de Milán, en Italia, tu perro no sólo se acuerda qué tan "bueno" (o "malo") eres, sino que también evalúa cuidadosamente cuán generoso eres con los demás seres humanos.

En otras palabras: está viendo si eres el tipo de persona que comparte las galletas.

"Cada vez más evidencia muestra que esta especie es más refinada de lo que pensábamos", le dice a BBC Mundo la investigadora Sarah Marshall-Pescini, del laboratorio Canis Sapiens de la Universidad de Milán.

Marshall-Pescini (una especialista en conducta animal) y sus colegas evaluaron si, para reaccionar, los perros se basan en experiencias previas o si más bien observan las interacciones entre las personas.

Los resultados mostraron claramente que los canes pueden interpretar las acciones caritativas entre los seres humanos y apoyarse en estas observaciones para pedir comida después.

La prueba del mendigo

El observar en secreto es algo común en muchas especies, especialmente cuando se trata de luchar por territorio o buscar pareja.

Sin embargo, no ha habido muchos estudios sobre cómo los animales interpretan el altruismo entre los seres humanos, dice Marshall-Pescini. Y aunque asegura que su trabajo es un avance en esa dirección, admite que deben realizarse muchas más investigaciones sobre la materia.

Marshall-Pescini y sus colegas hicieron que los perros observaran cómo dos actores interactuaban con una tercera persona que les pedía comida.

tu perro te espía

El mejor amigo del hombre: ¿también el mejor observador?

Uno de los intérpretes le decía al "mendigo" que "no", moviendo la mano para ahuyentarlo, y el otro le convidaba cereal y salchicha con gestos de benevolencia.

Después, los científicos dejaron que los perros eligieran a quién pedirle alimento. En dos tercios de los casos, los animales iban directamente al actor que se había mostrado más generoso.

"Los perros son muy atentos", afirma Marshall-Pescini.

"Durante el experimento, observaron cuidadosamente cada interacción sin perder el interés. Lo que vimos fue que, efectivamente, cuando les tocaba elegir, la mayoría buscaba interactuar con el individuo que había demostrado ser más simpático".

"Los perros más corteses sólo mantuvieron la mirada sobre la persona, mientras que los demás le saltaron encima", completa la experta.

¿Qué miran?

Un segundo experimento de control confirmó que los perros estaban, en verdad, observando la interacción y no simplemente yendo con el actor con la voz más amena.

Sin embargo, contrariamente a lo que Marshall-Pescini y sus colegas pensaban, estos animales se guían más por el tono de voz que por la gesticulación.

"Hay muchos estudios que demuestran que los perros son muy cuidadosos con el lenguaje corporal", dice.

Y admite: "Debido a esto, esperábamos que fuera más fácil para ellos enfocarse en los gestos".

Todavía se conoce muy poco sobre la forma en la que los perros interpretan el comportamiento humano. Pero si hay algo que ahora sabemos es que "el mejor amigo del hombre" es también uno de los mejores observadores de nuestra especie.

Fuente:

BBC Ciencia

23 de junio de 2010

Si tú miras por la ventana... ¡todos miramos por la ventana!

Miércóles, 23 de junio de 2010

Si tú miras por la ventana... ¡todos miramos por la ventana!

El experimento psicológico de Milgram

Por muy muy independientes o autónomos que nos consideremos, lo cierto es que todos nos fijamos en los demás a fin de fijar nuestros valores sobre las cosas, lo que es importante o no, lo que gusta y no gusta, etc.

Para constatar hasta qué punto lo que hacen los demás determina lo que hacemos nosotros (más allá incluso de su manifestación más superficial: las modas), en 1968 se realizó el célebre experimento del psicólogo Staley Milgram.

Dos frías tardes de ese invierno, en una acera de Nueva York, Milgram observó el comportamiento de 1.424 viandantes mientras paseaban por un tramo de acera de 15 metros. En cierto modo, era como la versión científica de aquella obra literaria de George Perec en la que el autor se limita a describir todo lo que pasa en una plaza minuto a minuto, todo lo cotidiano, lo que pasa cuando no pasa nada, sin más: Tentativa de agotar un lugar parisino.

Milgram había situado a grupos de personas que trabajaban para él, de hasta 15 individuos, que, siguiendo sus indicaciones, se detenían de repente y miraban hacia una ventana del sexto piso de un edificio cercano durante un minuto exactamente.

En la ventana no había nada interesante, tan sólo estaba otro de los ayudantes de Milgram.

El experimento fue registrado en video y lo que allí apareció fue sorprendente. Tras contar el número de personas que se paraban y miraban adonde miraban los integrantes del grupo de Milgran, descubrieron que el 4 % de los viandantes se detenía y miraba a aquella venta cuando un solo ayudante de Milgran lo hacía.

Pero si eran 15 ayudantes de Milgran los que se paraban en la acera y miraban aquella ventana en la que no pasaba nada… entonces imitaban el comportamiento hasta el 40 % de los viandantes.

Un porcentaje aún mayor de peatones imitó la acción del grupo de forma incompleta: miraron adonde estaba mirando el grupo de estímulo, pero no se detuvieron. Si la mirada de una persona modificó la del 42 % de los viandantes, la mirada de 15 personas modificó la del 86 %.

El dato más interesante es que los grupos de estímulo de sólo 5 personas estimulaban tanto a los viandantes como el grupo de 15. Es decir, a partir de 5 personas podemos crear un estímulo suficientemente poderoso en la gente. Un estímulo que probablemente esté detrás de muchos comportamientos colectivos, la histeria de masas o hasta la identificación positiva de ovnis y otros fenómenos sobrenaturales.

O dicho de otro modo: para ciertos asuntos, fiarse de muchas personas es equivalente a fiarse de una sola, lo cual relega a los testimonios de cualquier índole a una categoría muy poco relevante a la hora de conocer la verdad. Tenedlo en cuenta la próxima vez que alguien os cuente una historia que desafía las leyes de la naturaleza, por mucho que reciba el apoyo de muchas otras personas.

Vía | Conectados de Nicholas A. Christakis y James H. Fowler

Tomado de:

Gen Ciencia

8 de enero de 2010


Viernes, 08 de enero de 2010

La interesada solidaridad de los peces tropicales


Otro artículo desconcertante: un experimento sobre de la actitud de unos peces tropicales en un acuario se extrapola al cimportamiento de los seres humanos que viven en grands sociedades.... ¡y se concluye alegremente que el altruismo no existe!

Es obvio que el altruismo, es decir la ayuda desinteresada que uno hace al prójimo, es un atributo de seres con un cerebro grande y una inteligencia superior. Los demás seres vivos se mueven por sus instintos: sobrevivir como especie, ya sea apareándose o buscando alimento.

Lean el artículo y saquen sus propias conclusiones:


Un pez 'L. dimidiatus' limpia de parásitos a su'cliente'.|Science

Un pez 'L. dimidiatus' limpia de parásitos a su'cliente'.|Science

Al igual que los seres humanos somos capaces de penalizar a alguien que comete un acto inadecuado con terceras personas para conseguir una recompensa, los peces también pueden castigar a sus congéneres en situaciones de este tipo y sacar algo a cambio. Según los expertos, este tipo de respuesta podría significar que está inscrita en nuestro comportamiento desde antes de que la vida en este planeta abandonara el agua y colonizara la tierra.

El experimento ha sido realizado con peces limpiadores de la especie 'Labroides dimidiatus', pequeños ejemplares tropicales -habituales en muchos acuarios- cuya labor principal consiste en limpiar a otros peces de mayor tamaño de parásitos, lo que les sirve de alimento.

Los investigadores, de la Sociedad Zoológica de Londres y las universidades de Quensland y Neuchatel, descubrieron que los machos de estos limpiadores persiguen a las hembras cuando éstas hacen algo que puede ofender al 'cliente' que están desparasitando, como es morderles para comerse parte del mucus de la piel. Los machos las penalizan aunque ellos no sean afectados directos, según publican esta semana en 'Science'.

El biólogo Nichola Raihani y sus colegas descubrieron este comportamiento cuando introdujeron en un acuario dos 'L. dimidiatus' y una placa con escamas (su alimento habitual) y gambas (para ellos, unmanjar). Si la hembra cogía una gamba, les retiraban la placa. Tras varios intentos, comprobaron que el macho se mostraba agresivo con la hembra cada vez que iba a coger una gamba, hasta que ésta optaba por no hacerlo. De este modo, se aseguraba que la placa con la comida seguiría en su lugar y podía seguir alimentándose de todas la escamas que quisiera.

"La cuestión es que lo clientes se va cuando les engañan al limpiarlos y los machos pierden su cena, así que optan perseguir a las hembras, no tanto por defender a sus clientes como para tener una comida decente", concluye Raihani. Este estudio menciona la posibilidad que el comportamiento de los 'Robin Hood', es decir, de aquellos que miran mucho por las víctimas o los pobres, a veces sea menos caricativo de lo que se piensa.

Fuente:

El Mundo Ciencia

30 de noviembre de 2008

La libertad es una ficción cerebral

La libertad es una ficción cerebral

Estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes naturales.

La libertad es una ficción cerebral, según confirman las últimas investigaciones sobre neurociencias. Estas investigaciones han determinado que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (hasta 10 segundos) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento. Y aunque la falta de libertad es algo contraintuitivo, los experimentos indican que estamos determinados por las leyes de la Naturaleza. Por eso en Alemania algunos especialistas están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Y aunque sigamos encarcelando a los que violen las leyes, cambiará la imagen que tenemos tanto de esos criminales como de nosotros mismos.

Por Francisco J. Rubia.

Portada del libro

La libertad, la voluntad libre o el libre albedrío es una ficción cerebral. Eso es el resultado de experimentos realizados recientemente en neurociencia que indican que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (350 ms) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento (200 ms antes del movimiento). Esto quiere decir que la impresión subjetiva de la voluntad no es la causa del movimiento, sino que, junto con éste, es una de las consecuencias de una actividad cerebral que es inconsciente.

Los experimentos fueron realizados por Benjamín Libet en California hace más de 20 años; luego han sido confirmados sus resultados por un grupo de neurocientíficos en Inglaterra, y este mismo año, 2008, han vuelto a realizarse en Berlín con técnicas modernas de imagen cerebral, llegando a la conclusión que el cerebro se pone en marcha mucho antes que en los experimentos de Libet, a saber, que la actividad cerebral del lóbulo frontal tiene lugar hasta 10 segundos antes de la impresión subjetiva de voluntad.

El propio Libet intentó salvar su hipótesis de la existencia de la libertad diciendo que en los 200 ms que separan la impresión subjetiva del propio movimiento el cerebro podría ejercer un veto, es decir, inhibir el movimiento. Los críticos de esta hipótesis argumentaron que si el cerebro se tenía que activar de nuevo para ejercer el veto se emplearía de nuevo el mismo tiempo y eso era demasiado para los 200 ms que quedaban.

Frente a estos resultados se puede argumentar que todos y cada uno de nosotros tiene la impresión subjetiva, la intuición, la firme creencia, que somos libres para elegir entre varias opciones o que podemos hacer algo distinto a lo que hacemos en cualquier momento.

Antecedentes de creencias falsas

Pero las impresiones subjetivas, intuiciones o firmes creencias han resultado ser a veces falsas, como ha ocurrido a lo largo de la historia de la Humanidad.

Recordemos la creencia en la teoría geocéntrica, planteada por Aristóteles en el silgo IV a. C. y refrendada por Ptolomeo en el siglo II de nuestra era. Tuvieron que pasar nada menos que 20 siglos, hasta el siglo XVI, para que esta teoría fuera refutada por la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo.

Nuestra impresión subjetiva estaba basada en la experiencia que todos tenemos de que el sol sale por Oriente y se pone por Occidente, un lenguaje que aún conservamos. Si le hubiésemos hecho caso a Aristarco de Samos, quien en el siglo IV a.C. ya había planteado que la tierra se movía alrededor del sol, no hubiera sido quemado Giordano Bruno en la Piaza Campo dei Fiori en Roma en 1600.

Por otro lado, que hayamos tardado 20 siglos en corregir esa impresión subjetiva falsa de que el sol giraba alrededor de la tierra la debemos, sin duda en parte, a la Sagradas Escrituras. En la Biblia (Josué 10, 13) se dice que Yahvé “paró el sol” para permitir que los israelitas terminasen de masacrar a los amorreos. Por tanto, si Dios paró el sol es porque este se movía y no la tierra.

Hay otros ejemplos de impresiones subjetivas que terminaron siendo falsas, como la teoría de la que la tierra es plana, que todavía hoy algunos desinformados sostienen. También la esfericidad de la tierra, sostenida por Eratóstenes (siglo III a. C.) chocó con las Sagradas Escrituras, tal y como sostenía el obispo de Salzburgo Virgilio o nuestro Isidoro de Sevilla.

Estamos determinados

No podemos, pues, fiarnos de nuestras impresiones subjetivas porque pueden ser falsas. A veces, como en este caso, la falta de libertad es algo contraintuitivo, como suele expresarse en inglés, pero los experimentos indican que, efectivamente, estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes deterministas de la Naturaleza.

Si asumiésemos, como hacen los dualistas, la existencia de un alma inmaterial que interacciona con la materia, en este caso el cerebro, entonces no habría ningún problema. Ese dualismo, que se remonta a los órficos, que consideraban que el cuerpo (soma) era ‘sema’ (la tumba) del alma, y que influyeron decisivamente sobre Pitágoras y Platón, dando lugar a un dualismo que ha durado hasta nuestros días, hoy día la neurociencia lo ha superado.

Las facultades mentales, antes anímicas, son consideradas hoy por la inmensa mayoría de neurocientíficos producto del cerebro. El gran problema del dualismo es que no ha habido posibilidad de explicar cómo es posible que un ente inmaterial, el alma, interaccione con la materia.

La razón es que para interaccionar con la materia se requiere energía y un ente inmaterial, por definición, no tiene energía. Por tanto, esa interacción violaría las leyes de la termodinámica. Además, no se ha descubierto en el cerebro ninguna región de la que pueda decirse que se activa por algún factor externo al cerebro, como sería el caso si fuera activada por el alma. Por tanto, el alma no es ninguna hipótesis neurocientífica.

Algunos filósofos, llamados compatibilistas, aceptan el determinismo del Universo y también del hombre, pero lo compatibilizan con el libre albedrío, que, según ellos, tiene el ser humano. La mayoría confunde lo que en biología llamamos ‘grados de libertad’ con la liberta propiamente dicha.

Todos los animales poseen diferentes grados de libertad, es decir, posibilidades de elegir entre varias opciones. El número de opciones depende del grado de encefalización del animal en cuestión. Nosotros tenemos muchos más grados de libertad que un perro, y éste más que un lagarto, y éste, a su vez, más que una ameba. Pero la posibilidad de escoger entre varias opciones no nos dice por qué elegimos la que elegimos, o, con otras palabras, si esta elección es voluntaria y consciente. En suma, poseer grados de libertad no significa ser libres.

El problema de la libertad es que está íntimamente ligada a la responsabilidad, la culpabilidad, la imputabilidad y el pecado. Este último es la base de las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo. El concepto de culpabilidad es también la base del derecho penal internacional.

Neurociencias y Derecho


Esto explica por qué en Alemania, algunos especialistas en derecho penal están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Evidentemente no vamos a cambiar los castigos que hay que infligir a aquellos que transgredan las reglas que la propia sociedad se ha impuesto a sí misma. Seguiremos encarcelando a aquéllos que violen esas reglas. Pero lo que sí va a cambiar será la imagen que tenemos tanto de esos criminales como de nosotros mismos.

Que la libertad pueda ser una ficción no nos llama mucho la atención. Hace tiempo que sabemos que los colores no existen en la Naturaleza. En ella encontramos diversas longitudes de onda del espectro luminoso. Estas longitudes de onda inciden sobre fotorreceptores que poseemos en la retina y los impulsos nerviosos, llamados potenciales de acción, que son exactamente iguales que los provenientes del oído o del tacto, llegan a la corteza visual y allí se les atribuye una determinada cualidad, como la de rojo, azul o verde. Los colores, pues, son atribuciones de la corteza cerebral, pero no cualidades que existan en la Naturaleza. Algo que ya sabía Giambattista Vico, filósofo napolitano del siglo XVII, o el propio Descartes.

Para terminar quisiera citar a dos personalidades: un filósofo, Baruch Spinoza que sobre este tema decía: Los hombres se equivocan si se creen libres; su opinión está hecha de la consciencia de sus propias acciones y de la ignorancia de las causas que las determinan.

Y la de un científico, Albert Einstein: “El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera”. Y también: El hombre se defiende de ser considerado un objeto impotente en el curso del universo, pero, ¿debería la legitimidad de los sucesos, tales como se revela más o menos claramente en la naturaleza inorgánica, cesar su función antes las actividades de nuestro cerebro?.

Un psicólogo alemán, Wolfgang Prinz ha acuñado la frase: No hacemos lo que queremos, sino que queremos lo que hacemos.




F. J. Rubia es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Este texto fue leído por su autor en el encuentro de bloggers de Tendencias21, celebrado en Madrid el pasado 21 de noviembre. F.J. Rubia es el editor del blog Neurociencias de Tendencias21.

Fuente:

Tendencias 21

Si el tema le intereso puede leer también:

El Mito de la Tabula Rasa

Las neurociencias han superado el dualismo cerebro-mente
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