Este tipo de abuso permanece oculto, pese a que se ha calculado que es hasta tres veces más común que el escolar.
Se trata de un tipo de maltrato del que apenas existen datos con los que calcular su prevalencia: el bullying
entre hermanos, una violencia que se produce en el núcleo familiar y
que no es fácil identificar. Ahí, precisamente, radica el desafío: ser
capaces de distinguir entre una rivalidad normal entre hermanos y una
interacción fraternal abusiva.
No hay muchos estudios al respecto, pero el profesor de psicología
Mark Kiselica, de la Universidad de Cabrini, en Pensilvania, ha hecho
uno cuyas conclusiones son llamativas: se trata de la forma de abuso más común de la sociedad occidental, más común que el abuso doméstico o el abuso infantil.
En su trabajo, el psicólogo encontró que entre un tercio y la mitad de
los niños menores de 18 años están involucrados de alguna manera en el
acoso entre hermanos y que es hasta tres veces más frecuente que el
acoso escolar.
"Qué exagerado", pensarán algunos. "Llevarse como el perro y el gato
es algo normal entre hermanos". Y es cierto, hasta cierto punto. Aunque
no sea lo ideal, tirarse algún que otro tirón de pelo y darse patadas y
pellizcos debajo de la mesa está dentro de lo predecible. Ya sea porque
las personalidades son muy distintas y chocan, por competitividad, por
llamar la atención de los padres, por celos; quererse y odiarse con la
misma intensidad son cosas de hermanos, sentimientos que emergen en
todas las familias. A veces, incluso, que tu hermano no deje de meterse
contigo tiene sus ventajas, ya que la superioridad que ejerce el mayor
casi siempre enseña al pequeño a manejarse en los conflictos reales que
luego surgen fuera de casa. ¿Pero que ocurre cuando este comportamiento
se convierte un ataque permanente y despiadado?
Lea el artículo completo en: El País (España)
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23 de mayo de 2019
7 de enero de 2019
La fórmula de Finlandia para combatir el ‘bullying’
La mayoría de iniciativas en las escuelas se centran en el matón o la víctima pero hay un elemento clave con el que apenas se trabaja: el público. La psicóloga Christina Salmivalli descubre cómo el mirón legitima el acoso.
En 2006, el Ministerio de Educación y Cultura de Finlandia encargó a un grupo de investigadores desarrollar un programa global contra el acoso escolar o bullying que involucrara tanto la prevención como la intervención y que pudiera implantarse en cada colegio de Finlandia durante la enseñanza básica (entre 7 y 15 años). A cargo del grupo de expertos que desarrollaron el plan se encontraba Christina Salmivalli, profesora de Psicología de la Universidad de Turku en Finlandia, que ha pasado los últimos 25 años investigando sobre el acoso escolar y su prevención.
“Hasta entonces se había actuado desde las normativas, y todos los colegios debían poner en marcha una estrategia antibullying e implementarla: sin embargo, no había herramientas que realmente se basaran en pruebas y los niveles de acoso no bajaron. Es más, parece que aumentaron”, explica Salmivalli, que dice que, ahora, tenían la oportunidad de poner en común toda la experiencia que habían desarrollado “y traducirla a recursos prácticos que pudieran usar profesores”. Así nació, KiVa, abreviatura en fines de kiusaamista vastaan (contra el acoso), una herramienta que trabaja las emociones de la clase con lecciones mensuales y juegos de ordenador.
La particularidad del programa finlandés es que, mientras la mayoría de iniciativas contra el bullying se centraban en el matón o la víctima, había un elemento clave con el que apenas se trabajaba: el público. Las humillaciones del acosador solo tenían sentido si había una audiencia que las aplaudía. “Los investigadores están de acuerdo en que una de las principales razones del acoso escolar es la gran necesidad de estatus, visibilidad y dominio de algunos estudiantes”, explica Salmivalli. Y dice que con el abuso —ya sea físico, psicológico o social— sobre los estudiantes con menos poder, otros demuestran su estatus y el grupo, a menudo, lo refuerza. Este programa “se basa en la idea de que el cambio positivo en el comportamiento de la clase puede reducir la recompensa que obtienen los acosadores del bullying y por tanto, su motivación para acosar”, aclara.
El artículo completo en: El País (España)
Geraldine
Suzette Matute, de 16 años, en una de las aulas de su colegio, en
Honduras.. La niña ha sido víctima del 'bullying' en varias escuelas, lo
que le ha acarreado una depresión.
En 2006, el Ministerio de Educación y Cultura de Finlandia encargó a un grupo de investigadores desarrollar un programa global contra el acoso escolar o bullying que involucrara tanto la prevención como la intervención y que pudiera implantarse en cada colegio de Finlandia durante la enseñanza básica (entre 7 y 15 años). A cargo del grupo de expertos que desarrollaron el plan se encontraba Christina Salmivalli, profesora de Psicología de la Universidad de Turku en Finlandia, que ha pasado los últimos 25 años investigando sobre el acoso escolar y su prevención.
“Hasta entonces se había actuado desde las normativas, y todos los colegios debían poner en marcha una estrategia antibullying e implementarla: sin embargo, no había herramientas que realmente se basaran en pruebas y los niveles de acoso no bajaron. Es más, parece que aumentaron”, explica Salmivalli, que dice que, ahora, tenían la oportunidad de poner en común toda la experiencia que habían desarrollado “y traducirla a recursos prácticos que pudieran usar profesores”. Así nació, KiVa, abreviatura en fines de kiusaamista vastaan (contra el acoso), una herramienta que trabaja las emociones de la clase con lecciones mensuales y juegos de ordenador.
La particularidad del programa finlandés es que, mientras la mayoría de iniciativas contra el bullying se centraban en el matón o la víctima, había un elemento clave con el que apenas se trabajaba: el público. Las humillaciones del acosador solo tenían sentido si había una audiencia que las aplaudía. “Los investigadores están de acuerdo en que una de las principales razones del acoso escolar es la gran necesidad de estatus, visibilidad y dominio de algunos estudiantes”, explica Salmivalli. Y dice que con el abuso —ya sea físico, psicológico o social— sobre los estudiantes con menos poder, otros demuestran su estatus y el grupo, a menudo, lo refuerza. Este programa “se basa en la idea de que el cambio positivo en el comportamiento de la clase puede reducir la recompensa que obtienen los acosadores del bullying y por tanto, su motivación para acosar”, aclara.
Enseñar que el acoso no es guay
KiVa se basa en dos tipos de acciones: generales y específicas. Las generales están dirigidas a toda la clase como herramienta de prevención. Consisten en lecciones mensuales en tres cursos (primero, cuarto y séptimo), en las que “los estudiantes aprenden sobre las emociones, el respeto en las relaciones, la presión de grupo y lo más importante, sobre lo que ellos podrían hacer para acabar con el bullying”, continúa Salmivalli. El objetivo, dice, es incrementar la conciencia de su papel como testigos y cómo esos espectadores (mirones) podrían responder para acabar con un potencial caso de acoso, en lugar de mantenerlo o incluso alimentarlo. “Hacemos varias actividades mediante las que los estudiantes aprenden a apoyar a los compañeros vulnerables y contribuyen a la inclusión de cada uno y al bienestar del grupo”, aclara Salmivalli. Además, hay un juego en Internet con el que trabajan esas emociones.El artículo completo en: El País (España)
14 de agosto de 2014
Científica de 13 años propone método para combatir el ciberbullying
Posiblemente, la solución a este problema no requiera de tecnología tan sofisticada.
Cuando se tienen noticias de abusos cometidos con la ayuda de Internet, una de las reacciones más comunes es proponer la implementación de sistemas que monitoreen el contenido que circula por la red. Así, sería fácil identificar los contenidos relacionados con tales abusos y, con suerte, a sus autores.
Sin embargo, estos sistemas presentan un riesgo importante para la libertad de expresión, toda vez que el mismo monitoreo puede ser empleado para vigilar y perseguir incluso a disidentes políticos. Por eso, una solución alternativa se encuentra en prevenir los abusos desde una etapa más temprana, a fin de evitar que lleguen a la red.
Esta es la línea que siguió una alumna de la Scullen Middle School de Illinois, Trisha Prabhu, en el diseño de su proyecto llamado Rethink, destinado a reducir la incidencia del ciberbullying. Luego de hacer investigación sobre el tema, la científica de 13 años encontró que esto podría lograrse por medio de un sistema que hiciera reflexionar a los adolescentes antes de publicar un mensaje hiriente en redes sociales:
Baseline fue diseñado para presentar mensajes hirientes a los participantes y medir el porcentaje de intención de publicación de los mismos, sin incluir mecanismos de alerta. Rethink cumplió con la misma función, pero incorporando una alerta que invitaba a reflexionar a los participantes antes de publicar el mensaje.
Es importante notar que tanto Baseline como Rethink fueron diseñados para mantener el anonimato de los participantes en la investigación y no recolectaron datos personales. Probablemente, con el trabajo de Prabhu cobre fuerza un enfoque que privilegie el lado social de los usuarios de Internet para solucionar los abusos cometidos con la ayuda de esta tecnología. Ojalá que así sea.
Cuando se tienen noticias de abusos cometidos con la ayuda de Internet, una de las reacciones más comunes es proponer la implementación de sistemas que monitoreen el contenido que circula por la red. Así, sería fácil identificar los contenidos relacionados con tales abusos y, con suerte, a sus autores.
Sin embargo, estos sistemas presentan un riesgo importante para la libertad de expresión, toda vez que el mismo monitoreo puede ser empleado para vigilar y perseguir incluso a disidentes políticos. Por eso, una solución alternativa se encuentra en prevenir los abusos desde una etapa más temprana, a fin de evitar que lleguen a la red.
Esta es la línea que siguió una alumna de la Scullen Middle School de Illinois, Trisha Prabhu, en el diseño de su proyecto llamado Rethink, destinado a reducir la incidencia del ciberbullying. Luego de hacer investigación sobre el tema, la científica de 13 años encontró que esto podría lograrse por medio de un sistema que hiciera reflexionar a los adolescentes antes de publicar un mensaje hiriente en redes sociales:
Mi hipótesis fue que si se proporcionaba a los adolescentes –de entre 12 y 18 años– un mecanismo de alerta que les sugiriera volver a pensar su decisión sobre su disposición para publicar mensajes hirientes en las redes sociales, el número de mensajes de este tipo que los adolescentes estuvieran dispuestos a publicar sería menor que en el caso de adolescentes que no contaron con dicho mecanismo de alerta.Prabhu diseñó dos sistemas en paralelo –Baseline y Rethink– para realizar su investigación con 300 adolescentes de entre 12 y 18 años. En la simulación participaron 150 mujeres y 150 hombres, elegidos de manera aleatoria de modo que 150 utilizaran Baseline y 150 hicieran uso de Rethink. Cada participante hizo 5 pruebas, dando un total de 750 pruebas para cada sistema.
Baseline fue diseñado para presentar mensajes hirientes a los participantes y medir el porcentaje de intención de publicación de los mismos, sin incluir mecanismos de alerta. Rethink cumplió con la misma función, pero incorporando una alerta que invitaba a reflexionar a los participantes antes de publicar el mensaje.
Este mensaje puede ser hiriente para otras personas. ¿Te gustaría hacer una pausa, revisarlo y volver a pensar antes de publicarlo?Los resultados son más que interesantes. De las 750 pruebas realizadas con Baseline, en 504 –el 67.2%– existió la intención de publicar el mensaje hiriente. Con Rethink, de los 750 intentos, inicialmente en 533 –71.07%– se tuvo la disposición para publicar el mensaje antes de la alerta. Después de recibida la invitación a repensar las cosas, solamente en 35 intentos –4.67%– se mantuvo la disposición para publicar el mensaje hiriente.
Es importante notar que tanto Baseline como Rethink fueron diseñados para mantener el anonimato de los participantes en la investigación y no recolectaron datos personales. Probablemente, con el trabajo de Prabhu cobre fuerza un enfoque que privilegie el lado social de los usuarios de Internet para solucionar los abusos cometidos con la ayuda de esta tecnología. Ojalá que así sea.
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