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29 de noviembre de 2015

¿Quién es Lucy, la australopiteco?

Hace 41 años un grupo de paleontólogos descubrió en Etiopía los fósiles de un humanoide de 3,2 millones de años de antigüedad.


Lucy es el esqueleto más famoso del mundo. Hace 41 años, un grupo de paleontólogos descubrió en Hadar, al noreste de Etiopía, el conjunto de restos fósiles de un australopiteco que vivió hace 3,2 millones de años. Era una hembra de 1,1 metros de altura y se trató del primer hallazgo de un humanoide en buen estado que logra explicar la relación entre los primates y los humanos.

Los trabajos de rescate recuperaron el 40% del esqueleto y tras varios estudios se confirmó que esta Australopithecus afarensis ya caminaba en dos extremidades inferiores. Tiene los pies arqueados como los humanos actuales, lo que indica que era bípeda. El hallazgo la ubica como un ancestro de los Homo sapiens y también como una conexión evolutiva con los primates.
Era el 24 de noviembre de 1974 cuando se hizo el descubrimiento y en la radio sonaba Lucy in the sky with diamonds, el éxito de los Beatles, así que al paleontólogo Donald Johanson le pareció buena idea darle un nombre al grupo de huesos que, según indicaban las primeras investigaciones, pertenecían a una sola persona. La nombró Lucy y con el apelativo siguió la fama. Tras este descubrimiento se han encontrado más de 250 fósiles de al menos 17 individuos en la misma región.

El artículo completo en:

El País

15 de abril de 2013

'Australopithecus sediba': el ancestro con sonrisa humana y andares de chimpancé

Reconstrucción de A. sediba junto a un esqueleto humano y otro de chimpancé. | L. Berger

Reconstrucción de A. sediba junto a un esqueleto humano y otro de chimpancé. | L. Berger
El homínido que pudo dar lugar a la rama evolutiva del ser humano era un puzle biológico imprevisible con sonrisa humana y andares de chimpancé. Hasta que su descubrimiento en 2008 permitió a los investigadores reconstruir la anatomía de la especie 'Autralopithecus sediba', la comunidad científica daba por asumidos algunos rasgos que debía tener el ancestro que dio paso al género Homo (al que pertenece la especie humana actual, Homo sapiens). Sin embargo, el estudio de los restos fósiles de tres individuos -dos bastante completos y una tibia de un tercero- encontrados en una sima en Malapa, cerca de Johannesburgo (Sudáfrica), le han dado un vuelco a los prejuicios de los paleontólogos.

A. sediba. | L. Berger

A. sediba. | L. Berger

Desde la publicación del hallazgo y de las primeras conclusiones en 2010, ya ha habido 11 estudios publicados en la revista 'Science' analizando sus características y las implicaciones que tiene la especie para la evolución humana. Los seis últimos, referentes a la investigación de sus órganos locomotores y de su boca y que se acaban de publicar, suponen una "mirada sin precedentes a la anatomía y la posición en el árbol de la vida de este primitivo ancestro humano", en palabras de Lee Berger, líder de la investigación y autor principal de las seis investigaciones.

"Este último examen nos aporta una visión nueva de una especie que parece un mosaico anatómico que presenta una serie de complejos funcionales que son diferentes tanto a los que pensábamos que eran propios de los Australopithecus, como a los de los primeros Homo", explica este investigador del Instituto de Evolución Humana de la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo.

Un mosaico entre humanos y australopitecus

'A. sediba' era una extraña criatura que caminaba erguida, pero de una forma muy primitiva, tenía un cerebro muy pequeño, unas manos hábiles y, sorprendentemente, una dentadura muy similar a la humana. Pero algunas de estas características ya se conocían de anteriores estudios.

Las principales conclusiones que se pueden extraer de las seis investigaciones recién publicadas en 'Science' al alimón son la 'sonrisa humana' y una morfología de su talón parecida a la de los chimpancés actuales que le obligaba a caminar bamboleándose de un lado a otro. De hecho, esta última característica ha sido un descubrimiento reciente hecho por el equipo de Berger durante una reunión en mayo de 2012.

Cráneo de 'A. sediba'. | L. Berger

Cráneo de 'A. sediba'. | L. Berger

Desde hace muchos años, la comunidad científica se preguntaba cómo podría esta especie caminar erguida. La clave está en el talón preservado en uno de los ejemplares que corresponde con el de una hembra adulta. El hueso está retorcido y tiene forma apuntada, al contrario del humano, que es plano y ancho. Por ese motivo, la especie debía caminar retorciendo el pie tras el apoyo para poder dar el siguiente paso, de una forma parecida a la que usan los chimpancés, haciendo para ello un bamboleo obligatorio.

"Los talones estrechos ofrecen menos mucha menos superficie sobre la que distribuir el peso cuando los pies tocan el suelo", asegura el antropólogo de la Universidad de Boston Jeremy DeSilva, autor principal del estudio sobre el mecanismo locomotor de la especie.

¿Es de verdad el eslabón perdido?

Todos los investigadores coinciden con las conclusiones de Berger y su equipo sobre el modo de andar de A. sediba y remarcan que definitivamente su modo de caminar es muy diferente que el del resto de los homínidos.

Lo que no parece estar tan claro es que esta especie sea definitivamente el eslabón perdido, la pieza clave que falta en la evolución del ser humano moderno. Una mandíbula de 2,4 millones de años de antigüedad encontrada en Etiopía es el primer fósil atribuido al género 'Homo'. Lo que deja la edad de 'A. sediba' -cerca de 2 milones de años- como muy joven para ser el primer ancestro del género. "Sediba es único y muy interesante, pero llegó demasiado tarde a la fiesta como para ser el ancestro", asegura Brian Richmond, de la Universidad George Washington de Washington D.C..

Sin embargo, Berger defiende con uñas y dientes la posición en el árbol de la vida de la especie que él mismo descubrió junto a su hijo en una sima cercana a la ciudad en la que viven. Para el investigador sudafricano, esa mandíbula aislada de la calavera o de otros huesos no tiene por qué pertenecer al género 'Homo'. La bonita sonrisa de A. sediba podría haber engañado a los descubridores de la mandíbula de Etiopía haciéndoles pensar que era del género humano.

Fuente:

El Mundo Ciencia

12 de junio de 2012

Personajes: Phillip V. Tobias, rastreador de las raíces humanas

Estudió, basándose en los restos del ‘Homo habilis’ hallado por los Leaky, el surgimiento de la conciencia y el habla. 

 

El paleoantropólogo sudafricano Phillip V. Tobias, fotografiado en su laboratorio en 1995. / ADIL BRADLOW (AP)

En las historias míticas el nacimiento de un niño viene anunciado por algún acontecimiento que determinará el curso de su vida futura. Phillip V. Tobias, fallecido el pasado jueves a los 86 años, nació en Durban (Sudáfrica) en el año 1925, el mismo en el que se dio a conocer el descubrimiento, en ese mismo país, de otro niño, pero este de dos millones de años de antigüedad, que pasaría a la historia como el Niño de Taung. Fue el primero de los australopitecos y desde entonces se buscan en África las raíces de la humanidad. Y efectivamente, como en las viejas leyendas, Tobias dedicaría su vida a desenterrar esas raíces. Fue el anatomista Raymond Dart el descubridor del Niño de Taung, y andando el tiempo Tobias le sucedería en la cátedra.

La carrera científica, como paleoantropólogo, del profesor Phillip V. Tobias se desarrolló sobre todo en el yacimiento sudafricano de Sterkfontein, una cueva que ha proporcionado fósiles maravillosos de australopitecos de unos dos millones y medio de años de antigüedad. El último de los grandes hallazgos producidos allí ha sido el de un esqueleto completo (apodado Pie Pequeño) que un día de estos, cuando se complete su restauración, saltará a la fama.

En los años cincuenta la geometría de la evolución humana se consideraba lineal y sencilla. Tres especies puestas en fila: Australopithecus africanus, Homo erectus y homo sapiens. Se trataba de una lógica reacción frente a la proliferación de nombres que había caracterizado la etapa anterior. Casi cada yacimiento tenía un nombre específico propio y a veces dos. Esta poda del árbol genealógico se consideraba más acorde con los nuevos principios de la moderna biología evolutiva que estaba haciendo su entrada en la Paleontología Humana.

En el año 1959 el matrimonio Leakey desenterró un cráneo en la barranca de Olduvai (Tanzania) y las miradas se dirigieron entonces hacia el este de África. Un año más tarde, en la misma garganta, los Leakey encontraron parte de un cráneo, una mandíbula y un puñado de huesos de la mano de un individuo que no era en absoluto como el anterior. El primero tenía un enorme aparato masticador y una cresta ósea en la parte alta del cráneo. Las muelas del segundo, en cambio, eran más pequeñas, y el cráneo carecía de esa cresta. Además, el tamaño de su cerebro, por lo que se podía intuir, era mayor que el de los australopitecos. 

Más tarde, en 1964, Louis Leakey, Tobias y John Napier decidieron, a partir del nuevo fósil de Olduvai, añadir un nuevo eslabón a la cadena evolutiva y lo llamaron Homo habilis. Era un eslabón intermedio entre el Australopithecus africanus y el Homo erectus y representaba la aparición de un fenómeno nuevo en la historia de la vida: la encefalización y quién sabe si la conciencia. Había sido el Homo habilis también (lo decía su mano) quien primero habría tallado la piedra. Más aún, el estudio de la forma del cerebro de los fósiles de esta especie le llevó a Tobias a defender que ya podía hablar.

Tobias vivió en su país los años más duros del apartheid, ideología a la que detestaba y combatía. En el membrete de su universidad, la de Witwatersrand en Johanesburgo, se decía explícitamente que allí no se practicaba la segregación. Afortunadamente vivió también el nacimiento de la nueva república democrática. 

El profesor Tobias era miembro de las dos sociedades científicas más prestigiosas en el mundo: la Royal Society de Londres y la Academia de Ciencias de Estados Unidos.

Tobias fue un gran amigo de España, que visitó varias veces, y de los investigadores españoles. Lo recuerdo en algunas de esas oportunidades. Examinando y evaluando los primeros hallazgos de Atapuerca en compañía de su amigo Emiliano Aguirre, como él nacido en el año de Taung. Charlando hasta altas horas de la madrugada (porque era un magnífico y ameno conversador). Escuchando a unos jóvenes y entusiastas científicos que se iniciaban entonces en la investigación paleoantropológica, en la que él era el maestro. 

También abriendo de par en par las puertas de su departamento universitario para que pudiéramos estudiar los fósiles que allí custodiaba. Pero sobre todo, lo recuerdo sosteniendo en su mano, con la mirada brillante y orgullosa, al Niño de Taung.


Fuente:

El País Ciencia
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