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12 de junio de 2012

Personajes: Phillip V. Tobias, rastreador de las raíces humanas

Estudió, basándose en los restos del ‘Homo habilis’ hallado por los Leaky, el surgimiento de la conciencia y el habla. 

 

El paleoantropólogo sudafricano Phillip V. Tobias, fotografiado en su laboratorio en 1995. / ADIL BRADLOW (AP)

En las historias míticas el nacimiento de un niño viene anunciado por algún acontecimiento que determinará el curso de su vida futura. Phillip V. Tobias, fallecido el pasado jueves a los 86 años, nació en Durban (Sudáfrica) en el año 1925, el mismo en el que se dio a conocer el descubrimiento, en ese mismo país, de otro niño, pero este de dos millones de años de antigüedad, que pasaría a la historia como el Niño de Taung. Fue el primero de los australopitecos y desde entonces se buscan en África las raíces de la humanidad. Y efectivamente, como en las viejas leyendas, Tobias dedicaría su vida a desenterrar esas raíces. Fue el anatomista Raymond Dart el descubridor del Niño de Taung, y andando el tiempo Tobias le sucedería en la cátedra.

La carrera científica, como paleoantropólogo, del profesor Phillip V. Tobias se desarrolló sobre todo en el yacimiento sudafricano de Sterkfontein, una cueva que ha proporcionado fósiles maravillosos de australopitecos de unos dos millones y medio de años de antigüedad. El último de los grandes hallazgos producidos allí ha sido el de un esqueleto completo (apodado Pie Pequeño) que un día de estos, cuando se complete su restauración, saltará a la fama.

En los años cincuenta la geometría de la evolución humana se consideraba lineal y sencilla. Tres especies puestas en fila: Australopithecus africanus, Homo erectus y homo sapiens. Se trataba de una lógica reacción frente a la proliferación de nombres que había caracterizado la etapa anterior. Casi cada yacimiento tenía un nombre específico propio y a veces dos. Esta poda del árbol genealógico se consideraba más acorde con los nuevos principios de la moderna biología evolutiva que estaba haciendo su entrada en la Paleontología Humana.

En el año 1959 el matrimonio Leakey desenterró un cráneo en la barranca de Olduvai (Tanzania) y las miradas se dirigieron entonces hacia el este de África. Un año más tarde, en la misma garganta, los Leakey encontraron parte de un cráneo, una mandíbula y un puñado de huesos de la mano de un individuo que no era en absoluto como el anterior. El primero tenía un enorme aparato masticador y una cresta ósea en la parte alta del cráneo. Las muelas del segundo, en cambio, eran más pequeñas, y el cráneo carecía de esa cresta. Además, el tamaño de su cerebro, por lo que se podía intuir, era mayor que el de los australopitecos. 

Más tarde, en 1964, Louis Leakey, Tobias y John Napier decidieron, a partir del nuevo fósil de Olduvai, añadir un nuevo eslabón a la cadena evolutiva y lo llamaron Homo habilis. Era un eslabón intermedio entre el Australopithecus africanus y el Homo erectus y representaba la aparición de un fenómeno nuevo en la historia de la vida: la encefalización y quién sabe si la conciencia. Había sido el Homo habilis también (lo decía su mano) quien primero habría tallado la piedra. Más aún, el estudio de la forma del cerebro de los fósiles de esta especie le llevó a Tobias a defender que ya podía hablar.

Tobias vivió en su país los años más duros del apartheid, ideología a la que detestaba y combatía. En el membrete de su universidad, la de Witwatersrand en Johanesburgo, se decía explícitamente que allí no se practicaba la segregación. Afortunadamente vivió también el nacimiento de la nueva república democrática. 

El profesor Tobias era miembro de las dos sociedades científicas más prestigiosas en el mundo: la Royal Society de Londres y la Academia de Ciencias de Estados Unidos.

Tobias fue un gran amigo de España, que visitó varias veces, y de los investigadores españoles. Lo recuerdo en algunas de esas oportunidades. Examinando y evaluando los primeros hallazgos de Atapuerca en compañía de su amigo Emiliano Aguirre, como él nacido en el año de Taung. Charlando hasta altas horas de la madrugada (porque era un magnífico y ameno conversador). Escuchando a unos jóvenes y entusiastas científicos que se iniciaban entonces en la investigación paleoantropológica, en la que él era el maestro. 

También abriendo de par en par las puertas de su departamento universitario para que pudiéramos estudiar los fósiles que allí custodiaba. Pero sobre todo, lo recuerdo sosteniendo en su mano, con la mirada brillante y orgullosa, al Niño de Taung.


Fuente:

El País Ciencia
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