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25 de junio de 2018

Los baobab, árboles de África, están muriendo (y nadie sabe por qué)

Una de las imágenes más espectaculares y reproducidas de África, ese fondo del atardecer con las extrañas siluetas de los baobab sobre el escenario rojizo, podría tener los días contados. Los árboles sagrados que se creen de entre 1.100 y hasta 2.500 años están muriendo, y nadie sabe exactamente por qué.

Según describen en la revista científica Nature Plants:
Informamos que nueve de los 13 árboles más antiguas ... han muerto, o al menos algunas de sus partes / tallos más antiguos se han colapsado y han perecido en los últimos 12 años, un evento sin precedentes de gran magnitud.
En el mismo trabajo, el coautor del estudio, Adrian Patrut de la Universidad Babeş-Bolyai en Rumania, explica que “es impactante y triste experimentar durante nuestra vida la desaparición de tantos árboles con edades milenarias”. De hecho, de entre los nueve, cuatro fueron de los baobabs africanos más grandes.

Si bien la causa de la muerte no está clara, los investigadores “sospechan que la desaparición de baobabs monumentales puede estar asociada, al menos en parte, con modificaciones significativas de las condiciones climáticas que afectan al sur de África en particular”.

El artículo completo en:

Gizmodo

La creencia de que un año humano equivale a siete de perro es falsa


Existe la creencia popular de que un año de vida en los perros equivale a siete humanos en términos de envejecimiento. A menudo hasta establecemos comparaciones sobre la edad de nuestros amigos peludos en base a esta equivalencia. La realidad, sin embargo, es bien distinta.

Los perros alcanzan la madurez sexual al año de vida. Si el mito fuera cierto, los seres humanos ya seríamos capaces de reproducirnos a los siete años, lo que no es para nada cierto. Eso por no mencionar que si fuera así, los seres humanos viviríamos unos 150 años de media.

La realidad es que los perros envejecen de manera muy diferente a nosotros. En el primer año de vida, un perro madura muchísimo más rápido que una persona. A partir de ahí, todo depende de la raza y sobre todo del tamaño del animal. Los perros pequeños maduran mucho más rápido al principio de sus vidas, pero después su envejecimiento se ralentiza y tienden a vivir más años que las razas grandes. Priceonomics ofrece esta tabla como referencia:


Como se aprecia en la tabla, un perro pequeño de 8 años tiene unos 48 si expresamos su edad en términos humanos. Sin embargo uno grande ya tiene 64. Esta medición es puramente indicativa, y en ningún caso puede servir como medida de la salud del animal. Hay perros que desafían las estadísticas viviendo muy por encima de la esperanza de vida que su tamaño y peso les adjudica.


¿Por qué seguimos confiando en la idea de que un año de persona equivalen a siete de perro? Es un misterio. Una inscripción de la Abadía de Wensminster que data de nada menos que 1268 establece una paridad de 9 a 1. En el siglo XVII se creía que la paridad era de 10 a 1. En algún momento de la década de los 50 surgió la idea de que la paridad era de 1 a 7, probablemente como una reducción de que la esperanza de un ser humano era de 70 años y la de un perro de 10. Se cree que pudo surgir como algún tipo de slogan o campaña de marketing, pero no existe constancia de ello. [Priceonomics vía Science Insider]

Tomado de:

Gizmodo

24 de junio de 2018

Por qué un ‘spoiler’ no te arruinará la película: así funciona la ciencia del giro argumental

Una parte del placer causado por los giros argumentales no deriva del impacto de la sorpresa, sino de contemplar las partes anteriores del relato a la luz del giro.


Recientemente he hecho algo que a muchos les resultaría impensable, o al menos perverso. Antes de ir a ver Los vengadores: Infinity War, leí deliberadamente una reseña que revelaba los principales puntos del argumento, de principio a fin.

No se preocupen; no voy a compartir aquí ninguno de esos spoilers. Aunque sí pienso que la aversión a ellos –lo que A. O. Scott, de The New York Times lamentaba recientemente como “un tabú fóbico e hipersensible contra la discusión pública de todo aquello que ocurre en la pantalla”– es un tanto exagerada.

En mi trabajo como científica cognitiva estudio la relación entre cognición y narraciones, y sé que las películas –como todos los relatos– aprovechan nuestra tendencia natural a anticipar qué va a pasar a continuación.

Estas tendencias cognitivas ayudan a explicar por qué los giros argumentales pueden causar tanta satisfacción. Pero de manera un poco ilógica, explican también por qué el hecho de conocer por adelantado un giro argumental –el temido “spoiler”– no estropea en absoluto la experiencia.

La maldición del saber

Cuando tomamos un libro por primera vez, normalmente queremos tener una idea de qué debemos esperar; las novelas de misterio blandas, por ejemplo, no deben contener violencia o sexo expresos. Pero probablemente también esperemos que lo que vamos a leer no sea completamente predecible.

Hasta cierto punto, el miedo a los spoilers está fundado. Solo tenemos la oportunidad de descubrir algo por primera vez. Una vez descubierto, ese descubrimiento afecta a lo que percibimos, a lo que anticipamos, e incluso a los límites de nuestra imaginación.
Lo que sabemos nos hace equivocarnos en muchos aspectos, una tendencia general conocida como la “maldición del saber”.

Por ejemplo, cuando sabemos la respuesta a un enigma, ese conocimiento hace que nos sea más difícil calcular cuánto le costará a otra persona resolverlo: lo vemos más fácil de lo que realmente es.

Cuando conocemos la resolución de un suceso –ya sea un partido de baloncesto o unas elecciones– tendemos a sobreestimar en qué medida dicho resultado era probable.
La información que encontramos antes influye en nuestro cálculo de lo que es posible después. Da igual que estemos leyendo un relato o negociando un salario: cualquier punto de partida inicial para nuestro razonamiento –por arbitrario o aparentemente irrelevante que sea – “ancla” nuestro análisis. En un estudio con expertos jurídicos a los que se les presentaba una causa penal hipotética, los participantes proponían penas más largas cuando se les presentaban números más elevados obtenidos con dados lanzados al azar.

El artículo completo en: El País (España)

Logran, por primera vez, transferir la memoria de un ser vivo a otro

Científicos lograron que animales no entrenados se comportaran como los sí entrenados al inyectarles una fracción de material genético.

Un equipo de investigadores norteamericanos ha logrado, por primera vez, transferir la memoria de un ser viviente a otro. El trabajo arroja luz sobre una de las cuestiones más intrigantes de la biología: ¿Cómo se almacenan los recuerdos?

En un artículo publicado hace apenas unos días en la revista eNeuro, un equipo dirigido por David Glanzman, de la Universidad de California, explica cómo ha conseguido llevar a cabo este intrigante experimento, para el que se utilizaron caracoles marinos de la especie Aplysia californica.

Lo primero que hicieron los investigadores fue «entrenar» a varios de estos moluscos para que exhibieran un reflejo defensivo cuando sus colas eran estimuladas por una suave corriente eléctrica. Un segundo grupo de caracoles, no entrenados, no mostraba ese reflejo.

Más tarde, y una vez firmemente establecido el reflejo defensivo, los caracoles «entrenados» fueron sacrificados para extirparles los ganglios abdominales. Acto seguido, los científicos extrajeron el ARN de las muestras y las inyectaron en los caracoles no entrenados y que, por tanto, no exhibían la misma reacción ante la corriente eléctrica.

El resultado fue que los caracoles que recibieron el nuevo ARN mostraron los mismos actos reflejos como respuesta a la estimulación eléctrica, y ello a pesar de no haber recibido ningún entrenamiento.

Tras la pista del engrama

Estos resultados son importantes porque proporcionan pistas sobre la naturaleza de lo que se conoce como el «engrama», una palabra que funciona de forma parecida al término «materia oscura», ya que denota algo que se sabe que existe pero de lo que poco o nada se conoce.

Engrama, en efecto, es la palabra que los científicos utilizan para referirse a la estructura cerebral que almacena físicamente la memoria a largo plazo, una especie de «disco duro» capaz de almacenar datos (como los de las computadoras), pero que hasta la fecha nadie ha conseguido localizar de forma concluyente.

La teoría más aceptada por los neurocientíficos es que la memoria a largo plazo está codificada en las sinapsis, las interfaces funcionales a través de las que las neuronas intercambian señales eléctricas o químicas.

El experimento de Glanzman y sus colegas, sin embargo, apunta a una posibilidad muy diferente. La memoria, en realidad, se almacena en el interior de los cuerpos celulares de las propias neuronas. Lo cual plantea la posibilidad de que el ARN tenga un papel importante en la formación de la memoria, una idea ya apuntada en otros estudios y que los nuevos experimentos con caracoles parecen respaldar.

En su artículo, Glanzman y su equipo afirman que sus resultados suscitan muchas nuevas preguntas sobre la forma en que la memoria se almacena y sobre la auténtica naturaleza del engrama. Pero dejan claro que la forma de almacenamiento no tiene que ver con las sinapsis, como se pensaba hasta ahora.

Fuente:

ABC (Ciencia)

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