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14 de junio de 2010

¿Por qué no notamos los cambios obvios?


Lunes, 14 de junio de 2010

¿Por qué no notamos los cambios obvios?

Sebastian Abreu, del equipo uruguayo y el referí Yuichi Nishimura.

En muchas revistas y periódicos se invita a los lectores a jugar y encontrar las diferencias en una foto.

¿Se le ha pasado por alto alguna vez notar que un amigo o amiga suya se ha cortado el pelo? O quizás al llegar a la oficina no se dio cuenta, sino hasta mucho más tarde, de que las paredes son violetas, cuando antes eran blancas.

Esta aparente falta de atención que nos impide ver un cambio que resulta obvio es algo que experimentamos de manera inconsciente todos los días y se produce porque nuestro cerebro tiene que filtrar una enorme cantidad de información visual que lo inunda constantemente.

Los científicos la llaman ceguera frente el cambio.

Y para estudiar este fenómeno, un equipo de científicos del Queen Mary College, de Universidad de Londres, inventaron un juego de computadora.

Milan Verma, uno de los investigadores que participa en este proyecto, convocó a un grupo de voluntarios para participar en el juego, que consiste en mirar una pantalla que muestra en orden dos imágenes de una misma escena.

"La imagen cambia entre una escena y una segunda a la que se le han hecho cambios", le explicó Verma a la BBC. "Los voluntarios simplemente tienen que apretar un botón en el momento exacto en que notan el cambio".

Falta de objetividad

Durante años, tanto los neurocientíficos como quienes desarrollan tecnologías de inteligencia artificial se han interesado en esta faceta de la percepción humana. De hecho, el equipo del Queen Mary incorpora sus hallazgos biológicos en el diseño de sus robots, estudiando las bases de la visión humana y la percepción para poder recrearla artificialmente.

En opinión de Verma, el estudio que está llevando a cabo su equipo es uno de los primeros que se hace sobre la ceguera frente al cambio de manera objetiva.

"Antes, los científicos la estudiaban manipulando las imágenes manualmente", comenta Verma.

"Usaban programas de manipulación de imágenes y hacían cambios específicos, y luego le preguntaban a la gente: '¿Puedes ver algún cambio? ¿Sí o no?'".

Esto, dice Verma, es hacer trampa. Si un científico le hace una modificación a una fotografía, está tomando una decisión sobre dónde y cómo se está haciendo el cambio. Por ejemplo, en una foto de un parque puede eliminar al pájaro que está en una esquina, o en una escena en una sala puede decidir cambiar el color del sofá.

"De este modo, está haciendo un juicio subjetivo sobre cuán obvio resulta el cambio", añade el investigador.

La ley del más fuerte

Mujer rubia

El estudio explica por qué no notamos inmediatamente cambios como, por ejemplo, un nuevo color de pelo.

Para este estudio, Verma y su supervisor, Peter McOwan, crearon un algoritmo por el cual la computadora "decide" cómo cambiar la imagen.

"Hasta donde yo sé, ésta es la primera vez que la tecnología utilizada por la inteligencia artificial se usa para generar estímulos experimentales para poner a prueba la percepción humana", le dijo McOwan a la BBC.

Verma y McOwen diseñaron el programa que le permite al juego hacer cambios a cada imagen.

"Es un algoritmo genético", dice Verma. Básicamente, le dice a la computadora que cambie las imágenes, mediante un proceso similar al de la evolución.

"Es como un proceso donde sobrevive el más fuerte", explica el científico. "Darwin dijo que un individuo fuerte es aquél que tiene más chances de sobrevivir en su entorno", agrega.

Pero en este caso, la fortaleza está determinada por la diferencia más pequeña entre la imagen primera y la imagen cambiada, en términos de cuánta atención logra generar.

El ordenador utiliza esta información sobre la atención y la percepción para producir dos imágenes que la persona verá de la misma manera, dos imágenes que captan la atención en la misma medida.

Esto hace que los científicos puedan medir de forma precisa cuán notables son los cambios y obtener resultados objetivos.

La investigación ya ha comenzado a revelar a qué parte de la imagen se dirige la atención de la gente y qué clase de cambios son los más fáciles de identificar.

"Todo se reduce a una cuestión de contraste", dice Verma. "Contraste en cuanto al color o a la orientación, contraste en relación a la iluminación".

Otro aspecto que los investigadores notaron es el comportamiento de la mirada.

"Cuando entramos en una habitación, nuestros ojos se dirigen a una zona en particular y como estamos con los ojos puestos en ella, si se produce un cambio allí, lo notaremos más rápido".

Los científicos publicaron los resultados de la investigación en la revista especializada Vision.

Fuente:

BBC Ciencia

26 de mayo de 2010

2010: La mejor ilusión óptica (video)


Miércoles, 26 de mayo de 2010

2010: La mejor ilusión óptica

El matemático japonés Sugihara Kokichi ha ganado el concurso 2010 a la mejor ilusión del año en Naples, Florida.

El concurso promueve la investigación de la ciencia de la percepción y de las respuestas cognitivas a la estimulación visual.

La ilusión de Kokichi Sugihara parece desafiar la gravedad.




Una serie de bolas de madera parece que rodaran por una pista cuesta arriba hacia el centro, donde quedan en reposo, en una estructura de cuatro pistas. Las bolas parecen haber sido empujadas hacia arriba por un imán. El observador asume que los postes de sostén de las pistas son verticales y que el área central colectora se encuentra en el punto más alto de la estructura, cuando en realidad es todo lo contrario.

A medida que la cámara gira en torno a la estructura y cambia la perspectiva del observador, queda claro que las pistas se inclinan hacia abajo y que la zona central es el punto más bajo de la estructura.

La ilusión representa una estructura real, que fue grabada por una cámara de vídeo. No es una imagen generada por computadora.

El trabajo del Dr. de Sugihara fue descrito por el panel multinacional de jueces como: "destacable, dado que está generado por un objeto sólido tridimensional y por el movimiento físico, en lugar de por una imagen bidimensional."

Fuente:

YouTube

8 de marzo de 2010

El paladar puede detectar el gusto a grasa


Lunes, 08 de marzo de 2010

El paladar puede detectar el gusto a grasa, según un estudio en Australia


Se suma a los otros cinco sabores: ácido, amargo, dulce, salado y agridulce

Una hamburguesa con patatas fritas. Foto: AP / CHITOSE SUZUKI

Una hamburguesa con patatas fritas.
El paladar del ser humano es capaz de identificar en los alimentos el gusto a grasa, que se convertiría así en el "sexto sabor", según un estudio publicado hoy en Australia.

"Hemos concluido que hay un sexto sabor además de ácido, amargo, dulce, salado y umami" (gusto sabroso del caldo de gallina, presente en tomate, queso parmesano), ha afirmado Russell Keast, profesor de la Universidad de Deakin en Melburne y jefe de los investigadores.

Keast ha explicado que su equipo analizó a 50 sujetos para determinar su capacidad de detectar contenidos grasos en distintos tipos de comida, aunque algunos necesitaron una concentración mayor que otros.

Los científicos también han demostrado que esa destreza está unida a su peso y porcentaje corporal de grasa.

"Aquellos sujetos con contenidos bajos, o delgadas, son más sensibles a la grasa, mientras los obesos tienen más problemas para detectarla en los alimentos", ha indicado Keast.

Su hipótesis es que algunas personas pierden su sensibilidad a la grasa cuando consumen demasiada porque el cuerpo se adapta al alto contenido en grasa de la dieta.

"A todos nos gusta la comida grasienta"

Esto es cada vez más frecuente por los hábitos alimentarios de la sociedad moderna, más sedentaria y volcada en la comida rápida en vez de alimentos sanos y una dieta equilibrada.

Keats señala que el descubrimiento permitirá conocer por qué el organismo reacciona de formas distintas al ingerir grasa y si es posible imitar su sabor para "engañar" al cuerpo y ayudar a adelgazar, "puesto que a todos nos gusta la comida grasienta".

Fuente:

El Periodico

19 de enero de 2010

El deseo de alguna cosa hace que la veamos más cerca

Martes, 19 de enero de 2010

El deseo de alguna cosa hace que la veamos más cerca


Un estudio realizado por científicos de la Universidad de Nueva York y de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, ha revelado que si queremos algo realmente, este deseo influye en nuestra forma de percibir los objetos que nos rodean.

En el estudio participaron una serie de voluntarios. Una parte de ellos bebió agua antes de un primer experimento, mientras que los voluntarios de la otra parte tomaron galletitas saladas que les dieron sed.

Después, los científicos les pidieron a todos los participantes que estimaran a qué distancia se encontraba una botella de agua. Los resultados demostraron que los voluntarios sedientos calcularon que el agua estaba más cerca de ellos que aquellos voluntarios que habían bebido agua antes de la prueba. En otro experimento realizado se obtuvieron resultados similares.

Estos resultados demuestran, según los científicos, que nuestro deseo de ciertos objetos puede condicionar nuestra percepción de éstos. La razón: cuando creemos que algo cerca de nosotros, a nuestro alcance, nos motivamos más para conseguirlo.

Más información

Fuente:

Tendencias 21

26 de diciembre de 2009

Apuntes sobre la velocidad del pensamiento


Sábado, 26 de diciembre de 2009

Apuntes sobre la velocidad del pensamiento



El paciente BW [Binkofski y Block, 1996] se encontraba conduciendo su coche una mañana cuando notó que la realidad se aceleraba a su alrededor. En apenas un instante observó cómo los árboles y los edificios comenzaban a moverse al otro lado de las ventanillas como si estuviera conduciendo a 300 kilómetros por hora, así que levantó el pie del acelerador y detuvo inmediatamente el vehículo a un lado de la carretera.

Unos segundos después, aún aturdido, BW levantó la vista del volante y descubrió que la sensación no había terminado: el mundo seguía moviéndose a una velocidad vertiginosa.

Los médicos que le atendieron comprobaron que, además de percibir que el tiempo transcurría más deprisa, el paciente BW había ralentizado notablemente sus movimientos y caminaba y hablaba como si lo hiciera a cámara lenta. Su distorsión del sentido temporal alcanzaba tal extremo que cuando le pedían que contara 60 segundos en voz alta BW tardaba hasta 286 segundos en completar la tarea.

El problema del paciente BW, tal y como se constató después, estaba provocado por un tumor en el córtex frontal, capaz de alterar su sensación del tiempo de una forma dramática. Y su caso dejaba en el aire una cuestión en la que los neurocientíficos siguen trabajando hoy día: cómo controla el cerebro la sensación del tiempo y hasta qué punto es posible manipularla.

La segunda parte de la pregunta tiene mucho que ver con lo descubierto hace unas semanas por científicos del Instituto de Neurología del University College de Londres. Este equipo de investigadores ha conseguido ralentizar la velocidad de respuesta del cerebro de sus voluntarios mediante la alteración de las ondas cerebrales. Aplicando una leve descarga eléctrica, los científicos consiguieron alterar las ondas beta en el cerebro de los 14 voluntarios y reducir la velocidad de respuesta muscular de los participantes en un 10%. Un experimento similar permitió recientemente a investigadores del MIT hacer lo contrario, pero esta vez con monos: aceleraron la velocidad de percepción de los simios a través de la manipulación de sus ondas cerebrales.

Pero la realidad de cómo construye el cerebro el sentido del tiempo no está todavía nada clara.

Un interesantísimo artículo publicado por New Scientist en octubre (Timewarp: How your brain creates the fourth dimension) relata la investigación que lleva a cabo desde hace años el doctor David Eagleman, del Colegio Baylor de Medicina en Houston, Texas. Eagleman se cayó de niño y experimentó que durante la caída el tiempo se había ‘ralentizado’ de alguna manera, y desde entonces su obsesión es encontrar la razón por la que el cerebro hace que recordemos algunas experiencias traumáticas como si sucedieran a cámara lenta.

Sus experimentos con gente que se tira en puenting y trata de registrar datos imperceptibles en condiciones ‘normales’ no han dado muchos resultados, pero sus trabajos y los de otros investigadores apuntan a que, por una limitación neuronal, nuestro cerebro no percibe la realidad de manera continua sino a través de una serie de “fotogramas”. Y es ese número de “fotogramas” el que podría verse alterado en determinadas circunstancias. De este modo, si el cerebro se pone a trabajar a toda máquina en un momento de tensión, nuestra memoria nos produce la sensación a posteriori de que todo duró mucho más puesto que retiene más detalles de los que recordaríamos sobre cualquier otro instante de nuestras vidas.

Velocidad, percepción y conciencia

La otra cara de la moneda de la percepción del tiempo es la velocidad con la que percibimos la realidad. Algunos científicos manejan desde hace tiempo la hipótesis de que vivimos en una especie de playback, un presente falseado por el retraso con el que nuestra mente responde a la realidad y las limitaciones de nuestro ‘cableado’ neuronal.

Los límites de la respuesta neuronal se conocen desde mediados del siglo XIX, cuando el médico alemán Hermann von Helmholtz comprobó que nuestro cuerpo responde más despacio a un estímulo en la punta del pie que a un estímulo en la espalda debido a la longitud de los nervios y el tiempo que tarda la señal eléctrica en recorrer la distancia.

Desde la famosa décima de segundo hasta el medio segundo de Benjamin Líbet, son varias las teorías sobre el tiempo en que nuestro cerebro tarda en adquirir conciencia de lo que sucede a nuestro alrededor. En otro artículo imprescindible, publicado en Discover Magazine hace unos días, (The Brain. What Is the Speed of Thought?) el periodista y divulgador Carl Zimmer explica que la velocidad de las conexiones neuronales depende de dos factores: la cantidad de mielina que contienen y el grosor de las conducciones. Así, por ejemplo, los nervios más eficientes pueden trasladar un impulso a casi 300 kilómetros por hora mientras que los más lentos mandan señales a menos de 1 kilómetro por hora.

Si todos nuestras conducciones nerviosas tuvieran el grosor de los más importantes serían infinitamente más rápidas pero, con este tamaño, asegura la investigadora Sam Wang en el artículo, “tendríamos un cerebro que no nos cabría por las puertas”, y que consumiría una cantidad desproporcionada de energía.

En realidad, nuestro sistema nervioso es mucho más complejo que todo eso y su exactitud, después de millones de años de evolución, resulta escalofriante. En algunas zonas los nervios son más o menos largos, o más o menos rápidos, en función de las necesidades. Los nervios del centro de la retina, por ejemplo, son mucho más cortos que los de los extremos, de forma que la señal salga hacia el nervio óptico al mismo tiempo. Y en otras zonas el cuerpo la cantidad de mielina varía con el mismo objetivo.

En conjunto, parece que ese retraso permite una coordinación de las señales que es clave para el funcionamiento del cerebro. Una vez que lo alcanzan, todos los impulsos eléctricos trasmitidos a través de las neuronas se las arreglan para llegar a la vez al tálamo, el lugar donde se centralizan. Si todas las señales llegaran a su tiempo, concluye Zimmer, el cerebro no encontraría la manera de interpretarlo y tomar decisiones. De modo que el retraso de nuestras percepciones, esa décima de segundo que tardamos en interpretar lo que sucede, puede ser la clave de la conciencia y el motivo por el que los estímulos cobran algún sentido.

Para saber más:

Ilustración: Harvey Cushing

Fuentes:

Libro de Notas

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