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7 de octubre de 2018

El hambre aumenta por tercer año y alcanza a 821 millones de personas

Se rompe la tendencia a la baja del número de subalimentados. En 2017, hubo 15 millones más que el año anterior, lo que supone un retroceso a niveles de hace una década.


350.000 personas están en riesgo de inseguridad alimentaria en Chad. El desplazamiento masivo de personas ha dejado más de ocho millones de personas al borde de la hambruna.

En la batalla que libra la humanidad contra el hambre, los seres humanos vamos perdiendo. En 2017, 821 millones de personas se iban a la cama cada día sin haber ingerido las calorías mínimas para su actividad diaria, son 15 millones más que el año anterior, lo que supone un retroceso a niveles de 2010. Los datos recogidos en el informe La seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo de la ONU, publicado este martes, confirman que no se trata de un repunte aislado; aunque los expertos se resisten a hablar de un cambio de tendencia, ya se encadenan tres años de subida.
Los conflictos, los eventos climáticos extremos y las crisis económicas son los principales responsables de esta regresión, según el estudio elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) junto con otras cuatro agencias de la ONU. Las graves sequías vinculadas al fuerte fenómeno El Niño de 2015 y 2016 son especialmente culpables. Sin agua, no crecen los cultivos ni el pasto para los animales. Eso significa que, en los países altamente dependientes de la agricultura, millones de personas se quedan sin alimentos suficientes que llevarse a la boca y sin fuente de ingresos con los que adquirir comida en el mercado. La falta de precipitaciones, de hecho, causa más del 80% de los daños y pérdidas totales en la producción agrícola y ganadera.

"Si no hacemos más, los tres años de subida serán cuatro. Reducir el hambre no es una cuestión de fe, sino que depende de nuestras acciones", advierte Kostas Stamoulis, director adjunto de la FAO. Si el año pasado este organismo pedía el cese de la violencia para una mejora de la situación alimentaria mundial, esta edición se enfoca en la necesidad de mejorar la resiliencia de las personas ante los eventos climáticos extremos, es decir, fortalecer su capacidad de adaptarse, resistir y reponerse ante una adversidad.

"Piensa en un terremoto. En función de cómo de fuerte sea una casa, aguantará o colapsará. No podemos cambiar la intensidad del seísmo, pero sí la resistencia de la vivienda". Explica Stamoulis que lo mismo hay que hacer con las personas: prepararlas para lo peor. "Tenemos los conocimientos y las herramientas para ello, pero debemos ponerlos en marcha". Y hay que hacerlo "a mayor escala y de forma acelerada", añade Marco Sánchez-Cantillo, director de economía y desarrollo agrícola de la FAO. "Por ejemplo, los sistemas de alerta temprana que permiten anticipar soluciones en caso de una eventualidad se han mostrado eficientes. Hay países en los que se han implantado, pero no es generalizado", lamenta.


La mayoría de los países que afrontan crisis alimentarias relacionadas con el clima —20 de 34— son contextos de paz. Pero cuando los choques climáticos se producen en zonas en conflicto, se desencadena la tormenta humanitaria perfecta. Esto sucedió en los 14 países restantes, entre ellos, los ribereños del lago Chad (Níger, Nigeria, Camerún y Chad), donde 10,7 millones de personas necesitan ayuda para sobrevivir cada día debido a la espiral de violencia del terrorismo de Boko Haram y las sequías. "El ejemplo más claro es que el año pasado se declaró la hambruna en Sudán del Sur. Y Yemen, Somalia y el norte de Nigeria estuvieron a punto. En los cuatro hay una situación de conflicto grave y condiciones climáticas extremas y desfavorables", anota Blanca Carazo, responsable de programas y emergencias del comité español de Unicef.

Lea el artículo completo en El País (España)
  

14 de octubre de 2010

Las verdades incomodas sobre Al Gore


El ex vicepresidente yanqui Al Gore ha sido uno de los ganadores del Premio Nobel de la Paz 2007 «por sus esfuerzos por construir y divulgar un mayor conocimiento sobre el cambio climático». El premio fue compartido con el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), de las Naciones Unidas, que reúne a 2500 científicos. Pero, como tantas veces, el premio Nobel viene con trampa.



Los científicos del Panel atribuyeron el calentamiento global a actividades humanas en 90% y pronostican un alza de la temperatura media del planeta en 2100 de entre 1,1 y 6,4 grados, y confirmaron que inundaciones, sequías y hambrunas se intensificarán a raíz de los daños ecológicos si los gobiernos no adoptan medidas para proteger el medio ambiente. Los científicos evidentemente merecen el premio.


Gore merece el Nobel... de la mentira


El principal destinatario del premio, y el único que se publicita, es Al Gore.

¿Al Gore defensor de la paz? El gobierno de Clinton, del cual fue vicepresidente (1993 al 2000) bombardeó Yugoslavia, Sudán, Afganistán, Irak, Haití, Zaire, y Liberia, utilizando toda clase de municiones destructivas incluidos proyectiles que contenían uranio empobrecido, causando la muerte de decenas de miles de civiles e irreparables daños ambientales.


¿Gore defensor del medio ambiente?
En diciembre de 1997 más de 160 países, entre ellos EE.UU., firmaron en Kioto (Japón) un protocolo para limitar las emisiones de CO2. Gore firmó, pero «para la gilada». Pues luego, ni él ni Clinton hicieron nada para que fuera aprobado por el Congreso norteamericano. Por lo tanto Estados Unidos, el país más contaminador del planeta, nunca adhirió.


Al Gore hizo un documental visto por millones de personas: «Una verdad incómoda», que muestra los efectos del calentamiento global. Pero es más lo que esconde. Afirma que “Somos todos responsables”. Oculta que el 20 por ciento de la humanidad, principalmente las multinacionales, cometen el 80 por ciento de las agresiones contra el medio ambiente, o que el consumo de energía de un ciudadano medio del Primer Mundo es 70 veces mayor que uno de los países en desarrollo. ¡En la propia casa de Al Gore se consume 20 veces más energía que en la de una familia media norteamericana!


La trampas del Nobel


¿Pero es sólo que le dieron el premio a un charlatán caradura y mentiroso? Hay algo mucho más peligroso. Gore está entre los que defienden los agrocombustibles. Es decir, que la soja y maíz se usen para producir combustible, y a su vez sustituyan a los cultivos de papas, trigo y arroz, alimentos básicos de cientos de millones de pobres del planeta. Estos monocultivos para biocombustible ya están causando desertificación de grandes superficies, destruyendo bosques, pastizales y tierra de cultivos tradicionales en Latinoamérica, Asia y África.

Una deforestación que aumentará las emisiones de gases de invernadero por el drenaje de suelos y la agricultura intensiva, y justamente acelerará el calentamiento global, además de encarecer hasta niveles imposibles de alcanzar para los pobres los precios del pan, harina, hortalizas y otros alimentos.


Por otro lado, en el colmo del cinismo, el imperialismo pretende que organismos multinacionales manejados por ellos controlen áreas del planeta como la Amazonia, arrebatando la soberanía de países pobres para, supuestamente, «defender la ecología».


El destructor es el capitalismo


Lo que está devastando al planeta y a los seres humanos es el capitalismo, con sus multinacionales y gobiernos imperialistas al frente. Es la lógica perversa de un sistema para el cual sólo importan las ganancias para una minoría de super millonarios.

El ejemplo muy cercano lo tenemos con la empresa finlandesa Botnia, la cual sobornó al gobierno uruguayo del Frente Amplio para que le permitieran montar su gigantesca papelera, al precio de contaminar el río Uruguay y otros daños ecológicos. Si Botnia tiene ganancias para ellos “no interesa” que produzca en el futuro miles de personas con problemas respiratorios o cáncer de piel.
La contaminación se puede frenar y revertir.

El protocolo de Kioto, que prevé una reducción de emisiones de gas CO2 es sólo un pequeño paliativo. Para revertir el profundo deterioro ambiental hace falta un cambio revolucionario en la forma de producir, transportar, consumir y repartir.

Una revolución socialista a escala internacional, que expropie a las multinacionales, derrote al imperialismo e imponga una planificación democrática de la economía al servicio de las amplias mayorías trabajadoras, contemplando el cuidado del conjunto de los seres humanos y de la Tierra como lo que es, el lugar en que vivimos todos.


Fuente:

Rebelión
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