Es improbable que los simios se vuelvan virtuosos en las salas de ópera,
pero los gibones han dominado naturalmente algunas de las técnicas
vocales en las que se basan las sopranos humanas, informan científicos
de Japón.
Los gibones tienen un llamado distintivo y entonado que puede penetrar
dos kilómetros en sus hábitats de densos bosques. Takeshi Nishimura, del
Instituto de Investigación de Primates de la Universidad de Kioto, en
Inuyama, y sus colegas se valieron de un ambiente improbable para
investigar las vocalizaciones que hacían las criaturas: pusieron un
gibón de manos blancas (Hylobates lar) en una caja grande con 50% de gas
helio.
La investigación, publicada en la Revista Estadounidense de Antropología
Física, muestra que, al igual que los humanos, los gibones usan un modo
de generación de sonido con “filtro de fuente”. El sonido se origina en
las cuerdas vocales de las criaturas como mezcla de distintas armonías,
que son múltiplos de la frecuencia con la que vibran las cuerdas
vocales.
Las frecuencias resonantes del tracto vocal determinan entonces cuáles
de esas armonías son proyectadas. Al alterar la posición de la boca,
labios y dientes, los humanos varían esas frecuencias resonantes para
producir los diferentes sonidos requeridos para el habla.
Al grabar a los gibones en una atmósfera rica en helio, los científicos
pudieron separar las distintas contribuciones de las cuerdas y tracto
vocal a sus llamados. El helio no altera cómo vibran las cuerdas vocales
pero cambia las frecuencias resonantes del tracto vocal, por lo que las
voces humanas suenan como la del Pato Donald.
El melodioso llamado de los gibones se asemeja mucho a las técnicas de
los cantantes humanos. Como sopranos profesionales, los gibones entonan
la frecuencia resonante en su tracto vocal a la altura de frecuencia
generada por las cuerdas vocales para amplificar el sonido.
Joe Wolfe, físico acústico de la Universidad de New South Wales, en
Sidney, Australia, dice que este tipo de “entonación de resonancia” es
algo que se les da bastante fácil a los cantantes humanos y es clave
para su capacidad de proyectar la voz sobre una orquesta estridente.
A Tecumseh Fitch, biólogo cognitivo de la Universidad de Viena, le
sorprende que se haya hecho un experimento así con algo tan grande como
un gibón. “¡Una cosa que es audaz es el hecho de que lo hayan hecho!”,
considera. Fitch cree que este trabajo demuestra que “la ciencia está
convergiendo en un modelo sobre cómo hacen sonidos todos los animales”.
El hallazgo apoya la visión de que el habla humana depende menos de lo
que se pensaba de modificaciones únicas en la anatomía y fisiología del
aparato vocal, sugiere Nishimura.
Pareciera que los humanos no son para nada tan especiales en la forma en
que hacemos sonidos, sólo en la forma que los ordenamos en un lenguaje.
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