La veterana maestra Maria Antònia Canals, profesora emérita de la Universidad de Girona, propone una didáctica de las matemáticas basada en la manipulación y el juego.
“He olvidado nombres de personas y lugares, como las montañas que
escalaba de joven, pero me acuerdo de todo lo que hay dentro de esta
habitación”, comenta la veterana maestra Maria Antònia Canals desde su
Gabinete de Materiales y de Investigación de la Matemática en la Escuela
(GAMAR), situado en la biblioteca de la Universidad de Girona, donde es
profesora emérita. Las muletas que usa y su salud delicada no pueden
competir contra su carácter.
Las estanterías del pequeño despacho están repletas del material
didáctico que ha desarrollado a lo largo de su vida: coloridos bloques
de madera, regletas numéricas, botes con caramelos de mentira, un
pequeño tendedero, tapones, bobinas de hilo, cintas de medir, piezas de
cartulina… Sus métodos se derivan de los movimientos de renovación
pedagógica del siglo XX y proponen una didáctica de las matemáticas
basada en la manipulación y el juego, sin olvidar las particularidades
de cada alumno.
El gabinete se creó en 2001 con la dotación del premio Jaume Vicens
Vives a la docencia universitaria que la Generalitat de Cataluña otorgó a
Canals. Es el entorno perfecto para repasar la vida de esta profesora
emérita de la Universidad de Girona y conocer sus consejos para otros
maestros.
P. ¿Cuándo decide dedicarse a la enseñanza infantil?
R. A principios de los años 50 estudié Magisterio
por libre en la Escuela Normal de Tarragona, y Ciencias Exactas en la
Universidad de Barcelona. Lo suyo es que me hubiera puesto a dar clases a
los de bachillerato, pero nunca me han interesado. Los pequeños, sin
embargo, me parecen formidables y decidí trabajar con ellos. Para mí son
los que piensan más y mejor. También influyó que mi abuela y mi tía
eran maestras. Esa tía había ganado un concurso para formarse varios
meses en Italia con Maria Montessori, la precursora del método educativo
que lleva su nombre y que puso en marcha en un barrio desfavorecido de
Roma. Tengo una foto sentada sobre su falda durante su estancia en
Barcelona.
P. ¿Puso en práctica este método cuando comenzó a trabajar?
R. Sí. Lo seguí en mi primer trabajo como maestra en
la Escuela Thalita de Sarrià, donde estuve hasta 1962. Aquel año, ante
la llegada de miles de migrantes a Barcelona, decidí que algo había que
hacer con tantos niños sin escolarizar. En un humilde barracón del
barrio de Verdum abrí la Escuela Ton i Guida. Empecé con 40 niños un
poco gamberros pero poco a poco, yendo a su terreno, razonando con ellos
y jugando, logramos que dejaran de escupir o gritar en clase. En esta
escuela, que llegó a tener más de 400 alumnos, tuve una crisis con
Montessori porque algunos de sus materiales numéricos no funcionaban,
por ejemplo sumar con bolitas olvidando el valor del espacio que ocupan
en un alambre, como me hicieron ver los propios niños.
P. ¿Entonces ya no es partidaria de esta metodología?
R. El respeto profundo de Montessori por los niños
nadie lo ha superado. Su esencia es el respeto por cada niño o niña,
pero esto no es enseñar matemáticas exactamente. De hecho, ella estudió
Medicina, no sabía muchas matemáticas. No estoy de acuerdo en algunos
aspectos como el planteamiento de la numeración, por ejemplo. Además,
después de su muerte, sus seguidores convirtieron el método pedagógico
en una forma de ganar dinero. Sus escuelas son carísimas y elitistas.
P. ¿Cómo hay que trabajar entonces con los niños? ¿Cuál es su consejo para los maestros?
R. Lo primero, hay que ser francos con ellos, porque
lo notan. Quizá este es mi último mensaje pedagógico: si nosotros no
les decimos ninguna mentira, ellos responden, aunque lo hagan cada uno a
su manera. También es muy importante saber escuchar y tener confianza
en los alumnos, sin perder la autoridad. Ellos se dan cuenta de si el
maestro les escucha o no, y creo que la mayoría de los profesores no lo
hacen. Además hay que recordar que no es lo mismo enseñar que conseguir
que se aprenda de verdad.
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