Queridos lectores, hoy vamos a hablar de uno de los capítulos oscuros
de la historia de la ciencia, pues debemos conocer los errores del
pasado para evitar volver a repetirlos. No es raro oír hablar sobre los
daños producidos por la ciencia en el desarrollo de las armas nucleares,
pero sin embargo, pocos parecen recordar el importante papel que ha
jugado, y aún juega, la guerra química.
El primer obstáculo al que nos enfrentaremos será fechar el inicio
del uso de la química en los conflictos armados. Desde tiempos
inmemoriales se han empleado venenos en la guerra (untados en flechas,
para emponzoñar el agua, etc…). También tenemos indicios de que se han
empleado sustancias químicas, esparcidas en forma de polvo, en abordajes
a barcos, o para asfixiar a enemigos ocultos en túneles. O, por poner
un célebre ejemplo, el fuego griego. Por tanto, vamos a iniciar este
artículo remontándonos a la Primera Guerra Mundial, primer conflicto en
el que estas armas empezaron a ser usadas de forma considerable, y con
la característica que se trataba de sustancias químicas sintetizadas
artificialmente.
En agosto 1914, las tropas francesas lanzaron granadas rellenas de
bromuro de xililo, un gas lacrimógeno, con la intención de incapacitar a
los enemigos. Esta acción da comienzo al uso de las sustancias químicas
en la guerra. Apenas unos meses más tarde, Alemania (pese a que
anteriormente había firmado un tratado en el que se comprometía a no
utilizar armas químicas) lanzó más de 18.000 obuses llenos de bromuro de
xililo sobre el frente ruso… fallando estrepitosamente en cuanto este,
por las temperaturas, se congeló.
NOTA: Para los no muy duchos en historia, os recuerdo que la
Primera Guerra Mundial se libró entre la Triple Alianza (Alemania,
Austrohungría e Italia) y la Triple Entente (Francia, Reino Unido y
Rusia).
Sin embargo, este fallido ataque sólo llevaría a Alemania a
desarrollar armas químicas más potentes y efectivas, proceso en el que
destaca el químico Fritz Haber. Gracias al proceso Haber (por el que
recibió el Premio Nobel), capaz de producir amoniaco a partir del
nitrógeno de la atmósfera, Alemania pudo obtener nitratos para sus
explosivos. Pero su contribución a la guerra no acabaría ni mucho menos
aquí, como pronto veremos.
El primer gas letal empleado en las trincheras fue el cloro. El 22 de
abril de 1915 (primera batalla de Ypres), las tropas alemanas arrojaron
160 toneladas de cloro sobre el frente en Bélgica, logrando la retirada
de los franceses. Sin embargo, debido al temor de los soldados alemanes
por el gas, no fueron capaces de avanzar, siendo recuperado el terreno
por los refuerzos de la Triple Entente.
El cloro producía daños al ser inhalado, ya que puede formar ácido
clorhídrico en las mucosas de los pulmones. Sin embargo, es fácilmente
detectable (desprende un fuerte olor y forma una nube
amarillo-verdosa fácilmente visible):
Se cuenta que en la batalla de Ypres, un oficial médico se percató
que el gas lanzado por las tropas alemanas era cloro, y para protegerse
frente a este gas, ordenó a los soldados orinar sobre un pañuelo
y colocárselo delante de la boca, debido a que los compuestos de la
orina reaccionarían con el cloro, cristalizándolo, de modo que se
previniese la inhalación.
Pese a los remilgos iniciales, el ejército británico
adoptó rápidamente estas técnicas, siendo favorecidos por las
condiciones atmosféricas (la dirección de los vientos del frente
favorecía que los gases llegaran al frente aliado).
La siguiente arma química utilizada es el fósgeno, que además de
producir quemaduras químicas, es enormemente tóxico. Presenta la ventaja
frente al cloro de ser incoloro y de producir un olor menos llamativo;
en ocasiones se mezclaba fósgeno con cloro, para aumentar la densidad y
facilitar la difusión del primero. Esta mezcla era conocida como Estrella Blanca entre los soldados aliados.
Otra desventaja del fósgeno es que sólo producía efectos 24 horas
después de la exposición, aunque esto también pudo ser beneficioso para
los soldados aliados.
Con la aparición del fósgeno se desarrollaron los primeros cascos
antigás, bastante simples. Constaban de una protección ocular, y el
resto del casco no se diferenciaba mucho de una bolsa impregnada con
sustancias químicas cuya función era neutralizar el gas.
Sin embargo, el más peligroso (y tristemente célebre) agente químico
usado es el gas mostaza, que se llama así por su olor a mostaza. En
contacto con la piel produce dolorosas ampollas, efecto parecido al que
produce al ser inhalado, asfixiando a la víctima de una forma
enormemente dolorosa. El creador de este gas es, como no, Fritz Haber.
Este gas era lanzado en las trincheras en forma líquida (debajo de
21ºC), en la que es inofensiva; sin embargo, al evaporarse dentro de las
trincheras, causaba la muerte al que no pudiese escapar a tiempo. Este
gas, cuya estructura química vemos a continuación, es responsable de
miles de muertes sólo en la Gran Guerra:
Otro gran problema del gas mostaza era la dificultad de protegerse:
durante la Gran Guerra, no se encontró un medio efectivo de guarecer a
los soldados contra éste.
Según los datos que hemos consultado, se estima el número de muertos
totales de la Primera Guerra Mundial en 9.906.000. De esos casi 10
millones, “sólo” 85.000 soldados perecieron debido a los gases usados en
la Gran Guerra. Sin embargo, las armas desarrolladas serían
responsables de muchas muertes en futuras guerras… pero eso, pertenece a
otro capítulo (sí, siempre quise decir esto) de nuestra serie sobre la
guerra química.
Tomado de: