Tiene su gracia que prácticamente el mismo día en que Martin Rees, último premio Templeton, regaña a los ateos y llama a una "convivencia pacífica" con las religiones, el papa reafirme urbi et orbi su rechazo de la teoría científica de la evolución. Durante su última homilía en el Vaticano, Benedicto XVI proclamó que "Si el hombre fuese solamente un producto casual de la evolución en algún lugar al margen del universo, su vida estaría privada de sentido o sería incluso una molestia de la naturaleza. Pero no es así: la Razón estaba en el principio, la Razón creadora, divina".
Dejando a un lado que la teoría de la evolución no dice realmente que el hombre sea "una casualidad" (lo que dice es que es una entidad natural, surgida por selección natural) estas declaraciones no aportan realmente ninguna novedad en la postura personal del papa actual, ni se desvían un milímetro de la doctrina tradicional de la iglesia con respecto a la evolución.
Los orígenes del conflicto
La teología católica siempre ha criticado severamente el evolucionismo y la teoría de la evolución, aunque, como explica Rafael A. Martínez en El Vaticano y la evolución. La recepción del darwinismo en el archivo del índice [PDF] "las autoridades de la Santa Sede mantuvieron una cierta prudencia, que evitó un encuentro frontal entre la evolución y la doctrina católica". Esta "prudencia" o sibilinismo, quizás a consecuencia del desastroso caso Galileo, sin embargo no apoya la idea de que la iglesia católica "acepta" la evolución o se ha reconciliado con la ciencia moderna. Nada podría estar más lejos de la realidad. Las interpretaciones "acomodacionistas" entre la teología católica y la evolución no están respaldadas por la iglesia jerárquica, sino por teólogos francamente heterodoxos o por científicos e intelectuales seculares, como Stephen Jay Gould o Francisco J. Ayala, cuyas interpretaciones se han hecho bastante populares.
La ausencia de una condena clamorosa del darwinismo (la única condena explícita data de un concilio provincial celebrado en Colonia en 1860, que carecía de autoridad como declaración de dogma de fe), similar a la condena del copernicanismo de 1616, en definitiva no debe llevar a la errónea conclusión de que la iglesia católica ha asumido la teoría científica de la evolución, ni hacer olvidar el fervor con el que ha combatido a los cristianos darwinistas.
Por el contrario, el evolucionismo se encontró desde la publicación de El origen de las especies de Darwin en 1858 con la más ferviente oposición eclesiástica. La opinión del teólogo y místico Matthias Joseph Scheeben (1835-1888) es perfectamente representativa y entonces alcanzaba tanto a la parte "física" como espiritual del evolucionismo:
Es una herejía pretender que el hombre, en cuanto a su cuerpo, desciende del mono como consecuencia de un cambio progresivo que ha sobrevenido en las formas, incluso en el caso de que se suponga que en la evolución completa de la forma Dios ha creado simultáneamente un alma.
La ausencia de una condena formal no impidió que la iglesia jerárquica persiguiera a los autores católicos (Leroy, Zahm, Bonomelli, Hedley &c) que sostuvieron ideas evolucionistas en la última mitad del siglo XIX. Las obras de estos autores fueron de hecho severamente reprendidas e incluidas en el índice de libros prohibidos, que advierte a los fieles sobre lecturas poco recomendables. Como explica Martínez en su trabajo, esta inclusión en el índice de libros "darwinistas" cristianos suponía una condena de facto del darwinismo, aunque nunca alcanzara un rango oficial. En general, la condena cultural y teológica se endureció progresivamente, alejando en la práctica cualquier tentativa de "acomodación" entre el dogma y la evolución.
Ni Pio XII ni Juan Pablo II "aceptaron" la evolución
Esta situación no cambia sustancialmente a lo largo del siglo XX. El primer papa en referirse explícitamente a la evolución es Pio XII, que en su Humani generis no prohibe la investigación evolucionista "en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente". Sin embargo, la encíclica se opone claramente a una indagación evolucionista del lado espiritual del ser humano, dado que "la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios".
En su famoso discurso ante la Academia Pontificia de las Ciencias de 1996, Juan Pablo II reiteró idéntica doctrina. Reconoció que la evolución era "más que una hipótesis", pero restringió su alcance legítimo a la evolución "física", prohibiendo expresamente la compatibilidad de una comprensión evolucionista del alma con el dogma católico:
Las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Por otra parte, esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona.
Benedicto XVI y el "diseño inteligente"
Quizás el episodio reciente mejor conocido sobre la difícil acomodación del darwinismo en el catolicismo sea el cese en 2006 del jesuita George Coyne como director del Observatorio Vaticano, tras la polémica con el cardenal Schönborn, que había publicado un artículo en el New York Times claramente favorable al llamado "diseño inteligente".
Aunque los científicos católicos más sofisticados -a veces auspiciados por el Vaticano- siguen rechazando la teoría del diseño inteligente, la visión de la evolución de Schönborn es probablemente la que más se asemeja a la del propio Ratzinger, tal y como se refleja en sus intervenciones públicas y aparece ya publicada en un libro de 2004, Fe, verdad y tolerancia. En este libro, Ratzinger considera que una ética basada en la evolución es una ética "sedienta de sangre" y califica como directamente "irracional" la pretensión evolucionista de explicar el mundo sin referencia a un creador.
Como sus antecesores, Benedicto XVI sólo asume una versión drásticamente mutilada de la evolución que se refiere a las cosas "físicas", pero que prohibe una investigación evolucionista de las cosas espirituales. Este dualismo es acientífico y un escrúpulo inaceptable para la inmensa mayoría de los científicos evolucionistas, que estudian de hecho la evolución de las cualidades llamadas "espirituales" justamente dentro del marco materialista rechazado por los teólogos católicos. La teoría de la evolución no trata sólo del "cuerpo", no se ocupa sólo de por qué evolucionaron el húmero, el cúbito, el radio y la mano de los vertebrados tetrápodos, pongamos por caso. Es una teoría global que explica por qué probablemente evolucionaron los instintos prosociales, los sentimientos morales e incluso las ideas religiosas. En consecuencia, "Aceptar" la teoría de la evolución, pero restringiéndola a la evolución "física", es una elección tan arbitraria como aceptar sólo la segunda ley de la termodinámica o sólo la mitad de los elementos químicos de la tabla periódica. Y es una arbitrariedad que no está más justificada por el hecho de que se fundamente en prejuicios religiosos.
El 3 de abril escribí en este blog:
Existen tres razones fundamentales por las que el público no "cree" en la evolución, y ninguna de ellas tiene que ver con el análisis de las evidencias. La primera de estas razones es la autoridad. Si -para poner sólo un ejemplo- el jefe de la iglesia católica escribe que una ética basada en la evolución es "una ética sedienta de sangre" o afirma categóricamente que el hecho de la evolución es "irracional", lo más probable es que las ideas evolucionistas no sean muy bien recibidas por los creyentes. La segunda razón está dentro de nuestros propios cerebros, escépticos o creyentes, que según nos cuentan los psicólogos cognitivos, habrían evolucionado sesgos favorables a ver "diseño inteligente" en la naturaleza (Kelemen y Rosset, 2009) [PDF]. La tercera razón, según un trabajo publicado en Public Library of Science, tendría que ver simplemente con el miedo a la muerte.
Seguramente estas tres razones están presentes en la negativa de la teología católica a aceptar la teoría de la evolución en su integridad. La última afirmación negacionista del papa, como autoridad influyente, no deja de ser un severo correctivo a quienes, como Martin Rees, sostienen que un diplomático acomodacionismo es la postura más sensata para defender la comprensión pública de la ciencia. No es verdad. La mejor y de hecho la única manera de enseñar ciencia al público es hacerlo de forma íntegra y sin cortapisas teológicas de ninguna clase.
"Los primeros padres fueron creados inmediatamente por Dios." |
Muy interesante: Pope on evolution. More on the same teleological thinking
Fuente:
La Revolución Naturalista