Escribe: Yvette Sierra Praeli / Mongabay Latam.
Viajar
 a las cuatro de la mañana por el río Napo hace que el movimiento en la 
embarcación se sienta como una amenaza. El motorista del ‘rápido’ que 
nos llevará desde Santa Clotilde hasta la comunidad nativa de San 
Fernando, en el distrito del Napo, región Loreto, pide a los pasajeros mantener la calma. “Los chalecos salvavidas están atrás”, advierte.
En la
 proa, uno de los tripulantes tiene como tarea alumbrar el río con una 
lámpara, el motorista sigue sin dudar el camino que marca la luz. 
Comienza a amanecer y de pronto, Betty Rubio, nuestra guía en esta 
travesía, señala una estructura precaria en el agua: “Ahí está una ‘peque-draga’
 ”. Han pasado tres horas desde que dejamos Santa Clotilde y frente a 
nosotros aparecen dos embarcaciones tradicionales pequeñas hechas a base
 de madera, conocidas como ‘peque peques’, sobre las cuales se ha 
montado una plataforma y maquinaria para extraer ilegalmente oro del río
 Napo.
La embarcación avanza con dirección a la ‘peque-draga’.
 Desde el fondo de la lancha, un hombre se acerca con su equipaje en la 
mano. Mientras se prepara para bajar, los tres ocupantes de la 
‘peque-draga’ continúan con sus actividades sin perturbarse, uno de 
ellos manipula incluso una manguera naranja hundida en el río. Nos 
acercamos más, casi hasta chocar, y el pasajero salta y aterriza en la 
plataforma.
Mientras
 retomamos la ruta, nuestra acompañante nos cuenta que esas estructuras 
rústicas, que surcan el Napo desde hace algunos años, pueden movilizarse
 a lo largo del cauce para extraer oro ilegal. Las comunidades indígenas
 asentadas en las orillas del río, las más afectadas por la 
contaminación de su principal fuente de agua, han denunciado su 
presencia ante las autoridades, pero el problema persiste.
Mongabay Latam navegó un sector del Napo por tres días y visitó algunas de las comunidades acorraladas por la minería ilegal.
El 
silencio se instala nuevamente en la lancha. Algunos pasajeros se 
acomodan para seguir durmiendo. La escena no llama su atención, están 
acostumbrados a esa dinámica. “Muchos de los que trabajan en minería 
ilegal se hospedan en Santa Clotilde”, comenta casi susurrando Betty 
Rubio, presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Medio Napo
 Curaray y Arabela (Feconamncua), quien está decidida a darle batalla a 
la minería ilegal.
“Hemos denunciado a los dragueros ante la 
Fiscalía. Nos preocupa porque cada vez aumentan más. Nosotros vivimos 
del río y del bosque, pero ahora, cuando salimos a pescar ya no 
encontramos nada, solo pescados flacos sin gusto y sin sabor”, reclama 
Betty.
Los 
‘peque peque’, esas pequeñas canoas artesanales que navegan por las 
cuencas amazónicas, han sido adaptadas por los mineros ilegales para 
desarrollar una nueva y peligrosa modalidad que es capaz de cubrir 
espacios mucho más amplios y que les brinda mayor movilidad para 
escabullirse ante de la presencia de la Policía o de la Capitanía de 
Puerto de Iquitos.
Sobre
 esos dos pequeños botes, que lucen algo endebles, se construyen e 
instalan las máquinas que utilizan los mineros para succionar los bancos
 de arena y sedimentos del fondo del río en busca del preciado metal. 
Hay lugar para una draga y en el reducido espacio que queda se las 
arreglan para vivir. La ropa tendida, alimentos y combustible quedan 
expuestos sobre la plataforma. 
Si bien las primeras ‘peque-dragas’
 aparecieron hace más de cinco años, esta modalidad ha crecido hoy en el
 Napo y está expandiéndose en el río Curaray y en el Mazán.
“No 
hay autorización de extracción de oro aluvial ni en el Napo ni en ningún
 otro río porque está prohibido, es ilegal”, indica el director regional
 de Energía y Minas de Loreto, Ruller Cárdenas, en una entrevista con 
Mongabay Latam.
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