El ecologista toma la palabra en nombre de todos los seres vivos del planeta y anuncia, posando su mano sobre 5.000 kg de estudios científicos, que si no reducimos inmediatamente, y de forma muy significativa, nuestras emisiones, a este planeta no lo va a reconocer ni la madre que lo parió. Además aclara, que como este es un problema que debe gestionarse en cada uno de los países hace falta un acuerdo legal, justo y vinculante, que garantice que todos los países cumplan, y que no suponga condenar a los países pobres a seguir siendo pobres.
El europeo, haciéndose claramente el indignado, alude a la responsabilidad de todos para arreglar este desaguisado y a la falta de voluntad de americanos, chinos e indios para solucionarlo, sin admitir que los que lo iniciaron y azuzaron fueron los propios europeos. Al europeo le gusta el papel de conciencia del mundo, pero tras su discurso lleno de reproches hacia los demás, esconde que lo que está dispuesto a hacer no es suficiente para solucionar el problema, y que está cómodo pensando que algunas cosas de las que pide, y no le gustaría hacer, no saldrán por bloqueo de otros.
El chino comienza diciendo que el problema no lo crearon ellos y que tienen el mismo derecho a ser tan desarrollados como los europeos o los americanos. Al ecologista ni siquiera le han escuchado ya que su sistema de traducción tiene un sofisticado software que elimina los mensajes subversivos y los envía a la carpeta de Spam. Además, los chinos no necesitan nada que les vincule, ya que ellos, harán más que nadie por el clima, de hecho ya lo hacen, pero no les gusta mucho hablar de lo que hacen dentro de su país.
El indio recuerda al ecologista y al europeo que un indio emite 20 veces menos que un europeo, y 30 veces menos que un americano, por lo que no se siente responsable del cambio climático. Lo que no tiene en cuenta es la población que tiene India o China y que el planeta no se puede permitir que tanta población emita siquiera un cuarto que los americanos. Como mucho, ellos están dispuestos “a firmar un acuerdo que no sea vinculante pero que tenga la posibilidad de vincular, si todos se ponen de acuerdo, a algún tipo de medida en la que nadie esté a disgusto y que no les equipare en obligaciones con Estados Unidos”. En este punto los traductores se han hecho un lío y le dicen al ecologista: “estáis jodidos”, al europeo: “va ser que no les interesa vuestra propuesta” y al chino: “creo que el indio es de vuestra cuerda, aunque no estoy del todo seguro”.
El americano, con aire salvador, dice que el cambio climático es un grave problema que tiene a su país dividido: sus científicos dicen que es culpa del hombre, y el Tea Party que es un castigo divino del que el hombre no tiene la culpa, y poco puede hacer por evitarlo. En cualquier caso, América es una gran nación que tiene una máxima: “Yes, we can”. Pero aunque ellos saben que pueden, lo que no tienen muy claro es si les conviene en este momento meterle mano. Vamos que se lo piensan de aquí al 2020 y luego ya les contarán a los demás lo que han decidido.
Al final, deciden dejar de lado a ecologistas y científicos, que tan poco comprenden a los gobernantes, y aprobar algo que permita al europeo, al chino, al indio y al americano quedar bien en sus países. Para ello lo importante es que el texto sea lo suficientemente ambiguo para que les sirva a todos. Bueno, a todos no, al planeta no le viene bien, pero eso no es lo importante, el día que lo necesitemos buscaremos otro planeta para vivir. Sí, yes we can.
Ahora se preguntará el lector dónde está la gracia del chiste. Lo cierto es que no la tiene, pero en mi descargo, ya avisé en el título que el chiste era malo.
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