Rusia desperdicia casi la mitad del combustible que consume...
RODRIGO FERNÁNDEZ - Moscú - 18/12/2007
El derroche de los recursos impregna la política rusa. Gas que se quema sin ninguna utilidad o calefacciones sin regulación que obligan a abrir las ventanas conviven en un país que todavía no llega al nivel de emisiones de 1990.
Cualquier viajero que sobrevuele en helicóptero Siberia verá, de cuando en cuando, fulgores naranjas en la inmensa llanura blanca: es el gas que sale junto con el crudo y que simplemente se desperdicia, quemándolo. Ese mismo viajero, al hospedarse en Moscú, puede encontrarse en invierno con que en su habitación hace un calor infernal, y se verá obligado a abrir las ventanas, ya que la mayoría de los radiadores no son regulables.
Estas imágenes ilustran el principal problema que afronta Rusia: la falta de ahorro y eficiencia a la hora de consumir energía, que se ve agudizado por el calentamiento que están experimentando algunas zonas del país. La antorcha a vista de pájaro y la ventana abierta son las expresiones por excelencia del derroche, que es la actitud rusa ante el consumo de energía.
Así las cosas, no es de extrañar que el potencial de ahorro energético en este país sea enorme, sostiene Ígor Podgorni, de Greenpeace Rusia. De las 900 toneladas de combustible convencional consumidas anualmente, se despilfarran entre 360 y 430 toneladas. Traducido a petróleo, son unos 250 millones de toneladas, cifra equivalente a las exportaciones de Rusia de crudo.
Los progresos para un consumo eficiente son mínimos: sólo hace tres años se permitió a la gente poner medidores de agua en sus apartamentos, pero los medidores de calefacción son inexistentes. El uso de combustibles es culpable del 81% de las emisiones de gases de efecto invernadero en Rusia. "Sólo mejorando la eficacia en el uso de la energía podríamos disminuir casi a la mitad estas emisiones. Desgraciadamente, esto no sucede", se lamenta Podgorni.
Una de las cosas que explica la actitud rusa y la pasividad de las autoridades es que hasta ahora Rusia no llega ni a la mitad de las emisiones de 1990. Esto, unido al hecho de que hasta mayo de este año no existía legislación sobre los mecanismos para utilizar las posibilidades que da el protocolo de Kioto, se ha traducido en una falta de incentivos para disminuir el volumen de emisiones.
Hoy, Rusia emite 1.500 millones toneladas de CO2, lo que la coloca en el tercer lugar del mundo detrás de EE UU y China. Y si las emisiones per cápita de Rusia son comparables a las de otros países desarrollados, no ocurre así por unidad de PIB. "Aquí este índice es de 1,2, mientras que en los países desarrollados no supera el 0,5, es decir, que nosotros gastamos entre 2,5 y 3 veces más energía en producir una unidad de PIB. Producimos menos que ellos, pero emitimos más", explica Podgorni.
Rusia mira hacia el futuro de manera equivocada, según Greenpeace. "Desgraciadamente, en los planes gubernamentales se da primordial importancia a las centrales de carbón, el principal contaminador; y también se hace hincapié en las grandes plantas hidráulicas y en la energía atómica, con todos los riesgos que esta última conlleva".
Mientras tanto, la energía renovable es subestimada. Aún no se ha legislado al respecto, por lo que nadie se embarcará en un gran proyecto para utilizar la energía eólica o solar, ya que no hay ley que obligue a incluir la electricidad así generada en las redes de distribución.
Otro factor que contribuye a no dar la importancia debida a las emisiones de gases de efecto invernadero es la opinión, difundida incluso al más alto nivel político, de que el calentamiento beneficiaría a Rusia. Incluso el presidente Vladímir Putin ha dicho que "si la temperatura sube 2 o 3 grados nada terrible sucederá; al contrario, quizá sea bueno: gastaremos menos en abrigos de piel".
Por su parte, Konstantín Pulikovski, jefe del Servicio Federal de Control Ecológico, Tecnológico y Nuclear, declaró en mayo que en los próximos 100 años no ve ninguna amenaza para Rusia por el cambio climático.
Fuente:
El País - Sociedad