Christian Bronstein y Eric Winer nos comparten una investigación sobre los efectos que tiene la jornada laboral tipificada de 8 horas y desarrollan una alternativa para llevar una vida más sana y más productiva con jornadas de 6 horas de trabajo.
“No aceptes lo habitual como cosa natural.
Porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad
deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de
cambiar.”
Bertolt Brecht
“La resignación es un suicidio cotidiano.”
Pindaro.
Aquellos de nosotros que acaso podemos
considerarnos afortunados de tener acceso a un empleo dentro del
contexto salvajemente competitivo, opresivo y desigual que nos impone el
mercado, inmersos como estamos en medio de la vorágine social, los
medios de comunicación alienantes y las urgencias de cada día, podemos
olvidarnos con facilidad de nuestro lugar en la sociedad, no sólo como
empleados y consumidores, sino como actores sociales productores de
cambio y de progreso individual y colectivo, como auténticos
co-creadores de nuestra realidad actual.
Parece que vivimos en una sociedad en
donde impera el individualismo, la mezquindad, e incluso más gravemente,
la adherencia pasiva, ingenua o inconsciente de la mayoría de los
sujetos a la reproducción de una estructura social que, suponen, los
excede, y que rara vez es evaluada de manera crítica. Una de los
factores que contribuyen a esto es sin duda la absorción que implican
las jornadas laborales actuales. Si se trabaja la mayor parte del día
existe poco tiempo para pensar, poco tiempo para forjar un pensamiento
crítico y para participar de manera transformadora y creativa en la
construcción de nuestra sociedad. No parece haber tiempo más que para
seguir alimentando este modo de funcionamiento del sistema. Pero este
sistema está en crisis. No sólo a nivel económico, sino más
profundamente, a nivel cultural. Y toda crisis demanda una
transformación. Es momento de que todas las personas puedan enriquecer
sus vidas y espíritus en vez de ser devoradas por la cotidianeidad del
trabajo en donde las auténticas subjetividades están tan desvalorizadas.
En la mayoría de los países de Occidente
se permite al empleador imponer jornadas laborales alienantes de no
menos de 8 horas diarias o 48 horas semanales. ¿Puede una sociedad que
aspire a una calidad de vida realmente saludable y plena de sus
ciudadanos ser compatible con este contexto legal que suprime el derecho
de todo ser humano pleno a volcar su actividad no solo en su vida
laboral, sino también en su participación democrática y en su ámbito
personal? Si con algo es coherente este actual contexto legal es con un
modelo económico que contempla al ser humano como un mero engranaje de
un sistema productivo, cuyo tiempo debe estar subordinado casi
exclusivamente al trabajo y el consumo, beneficiando a quienes se
encuentran en la pirámide del mercado.
Como señala el filosofo contemporáneo Antonio Fornés
“Actualmente trabajamos más horas que un esclavo romano, pero creemos
que vivimos en una sociedad superlibre… No tenemos tiempo de ver a los
amigos, de reflexionar en voz alta con ellos, ni de estar con nuestros
hijos, estar de verdad. Hay que madrugar, no tenemos tiempo de hacer el
amor con la persona que hemos elegido: la pasión se marchita. Lunes,
martes, miércoles, jueves…. La rutina engulle nuestra vida a cambio de
algún capricho, otro jersey negro que luciremos en la oficina, un mes de
vacaciones, un coche nuevo para el atasco del domingo. Siento amargarte
el desayuno, pero ¿eso es vivir?… ¿Abdicar de la vida para que tus
hijos abdiquen el día de mañana de la suya? Mi gato vive mejor.”
Pero una cultura que ponga el valor de
la vida por encima de los valores del mercado y la realización colectiva
por encima de la competencia, debe contemplar al ser humano no sólo
como trabajador y consumidor, sino también como individuo civil, como
persona afectiva y como sujeto de realización personal e integración
cultural, equilibrando su tiempo en tres instancias sociales
imprescindibles: la personal, la civil y la productiva.
Como la historia ha demostrado, cada
conquista de nuevos derechos laborales nos ha alejado poco a poco de los
tiempos de la esclavitud declarada y ha dado lugar a sociedades
relativamente menos injustas. Por ello, uno de los principales espacios
sociales en donde pueden reflejarse y concretizarse los valores de una
nueva cultura es el del derecho laboral. Debemos concientizarnos de la
necesidad de reivindicar y defender nuestro derecho a la libertad humana
frente a la jornada laboral, como una de las formas más claras de
esclavización cotidiana. Reducir la jornada laboral de 8 a 6 horas
diarias (o 30 horas semanales) sin aplicar reducción salarial, es una
propuesta realista y concretable que significaría un progreso social y
cultural de no menores proporciones, repercutiendo en la calidad de vida
de todo el pueblo. Es claro que esta propuesta, en principio, no
reduciría la injusta distribución del ingreso imperante en nuestra
sociedad capitalista (que debería constituir una preocupación paralela),
pero sí sería un modo concreto de apropiarse a gran escala de la
riqueza productiva –hablamos de reducir la jornada sin aplicar
reducciones salariales-, ya que se traduciría en un incremento del valor
hora para todos los trabajadores.
En algunos países de Latinoamérica como Venezuela, Uruguay y Argentina, afortunadamente, se han comenzado a debatir proyectos de ley que podría hacer realizable esta idea.
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