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11 de diciembre de 2018

Cómo la gripe aviar dio forma a la Gran Guerra

Un siglo después de la gripe española, sabemos que no se originó en España, sino probablemente en Kansas, y que la pandemia no comenzó en humanos sino en aves.

Era la primavera de 1918 y los campos de batalla a lo largo de la frontera entre Francia y Bélgica estaban repletos de cadáveres. A estos hombres no los habían derribado proyectiles o balas. Su atacante era un azote invisible, un atacante que vivía en los ríos de lodo, sangre y orina que goteaban de las trincheras, un atacante que flotaba en el aire.

Kaiserschlacht fue el nombre que se le dio a la última embestida de Alemania en la Gran Guerra. El general Erich Ludendorff era un comandante con los ojos hundidos, el bigote torcido de un villano del siglo XIX y una inclinación antisemita. Había enviado a las tropas de Alemania al frente occidental con la esperanza de que pudieran cambiar el rumbo de la guerra antes de que los estadounidenses llegaran para reforzar las fuerzas francesas y británicas. Era un plan sensato. Pero entonces empezaron los contagios.

Los efectos de la gripe eran como hechizos lanzados por una bruja de cuento de hadas cruel e imaginativa. Generalmente, las manos y la cara de las personas se volvían de un tono lavanda pálido, el resultado de una condición conocida como cianosis. Al cabo de unos días, la piel de algunas víctimas se volvía negra, luego se les caía el pelo y los dientes. Otros despedían un olor extraño, como a paja mohosa. Un médico describió haber visto a hombres asfixiándose hasta la muerte, "tenían los pulmones tan inundados de sangre, espuma y moco que cada respiración era como el graznido de un pato". La novelista estadounidense Katherine Anne Porter sobrevivió, pero no antes de que su cabello de ébano se volviera irrevocablemente blanco.

En las trincheras los contagios fueron catastróficos, no solo para los soldados, también para los ejércitos. Hacia finales de primavera 900.000 soldados alemanes habían quedado fuera de combate, destrozando los planes de Ludendorff (aunque después de la guerra el general culpó de la derrota de Alemania a los judíos desleales). Sin embargo, el virus no respetó ninguna línea de batalla, ideología o alianza: en cuestión de semanas, hasta tres cuartas partes de las tropas francesas también enfermaron y más de la mitad de las fuerzas británicas sucumbieron. Destruyó unidades enteras, llenando hospitales improvisados con soldados febriles. "Teníamos fiebre alta y estábamos tendidos al aire libre con solo una sábana en el suelo", recordó Donald Hodge, un soldado británico superviviente.

La gripe se propagó rápidamente y, según la Organización Mundial de la Salud, "mató a más personas en menos tiempo que cualquier otra enfermedad anterior o posterior". Fue 25 veces más letal que la mayoría de las pandemias de gripe, que ya son muchas veces más mortales que la gripe estacional. Atravesó las trincheras como un reguero de pólvora, que podría haberse extinguido si no hubiera sido por el alto el fuego en noviembre de 1918 que envió a millones de soldados infectados a casa, esparciendo el virus por los cuatro rincones del mundo con eficiencia militar.

El artículo completo en: El País (España) 



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