Un estudio recientemente publicado por la Universidad de Chicago parece confirmar una sospecha de siglos: los quipus fueron un sistema de escritura.
Pasa los dedos
por los pelajes de vicuñas, alpacas, guanacos, llamas, venados y
vizcachas, finamente trenzados en una serie de pendientes de múltiples
colores anudados a un cuerpo central. Se encuentra en San Juan de
Collata, centro poblado del distrito de San Antonio de Chachlla, en
la misma provincia de la sierra limeña de la que obtendríamos uno de los
manuscritos más valiosos sobre los ritos y mitos de los andes
prehispánicos: Huarochirí.
Los encargados de
cuidar los quipus, que se conservan en la misma caja que manuscritos
españoles que datan del siglo XVI en adelante, insistieron en que no se
pusiera guantes. Tenía que sentir la diferencia en la textura, además de
los colores. “Es un lenguaje de animales”, le dicen a Sabine Hyland,
doctora en antropología por la Universidad de St. Andrews, mientras sus
dedos se detienen en una bolsita de un blanco cremoso, vacía, al extremo
de uno de los pendientes. Le dicen que esa marca designa que quien
“escribía” era el jefe de un ayllu, que era una muestra de su pañuelo
distintivo. Sí, "escribía": al igual que Guamán Poma en su Primer nueva corónica y buen gobierno,
que contaba cómo en el Imperio incaico los chasquis llevaban los
mensajes que les encomendaban en forma de quipus, los pobladores estaban
convencidos de que eran cartas. Pero, así como a través de generaciones
de represión los pobladores de Collata han olvidado el quechua, también
han olvidado cómo leer estas cartas. Queda, sin embargo, en la memoria
del pueblo que estos quipus fueron creados en el siglo XVIII, en el
contexto de una rebelión andina rápidamente silenciada.
* * *
La idea de los quipus como un sistema análogo a la escritura no es nueva. Se remonta no solo al texto de Guamán Poma, sino a los registros de muchos cronistas españoles. Entre ellos se cuenta José de Acosta, quien sostuvo en su Historia natural y moral de las indias, publicada en 1589, que “cuanto los libros pueden decir de historias, y leyes, y ceremonias y cuentas de negocios, todo eso suplen los quipos tan puntualmente, que admiran”. Sin embargo, las investigaciones de los especialistas tenían la contundencia de esta afirmación como una posibilidad difícil de probar, y solo podían descifrar con seguridad quipus pertenecientes a la última categoría: la de cuentas de negocios.
Investigadores
contemporáneos como Chris Given-Wilson han insistido en la cualidad
puramente nemotécnica de los quipus, señalando que se trata de un
sistema de notación numérica. Given-Wilson señala que solamente los que
creaban el quipu sabían qué estaban designando esos números. Aunque ya
en el 2005 los antropólogos Gary Urton y Carrie Brezin habían
identificado algunas series de cuerdas que podrían designar sustantivos,
insistían en que estas eran solo designaciones útiles en lo que eran,
sobre todo, “libros” de contabilidad.
Esta tendencia
resultaba, hasta ahora, comprensible: los especialistas trabajaban con
quipus que contaban, a lo mucho, con 12 tipos de cuerdas distintas, con
patrones fácilmente deducibles y reconocibles, como eran los estudiados
hasta ahora por la propia Sabine Hyland. Pero luego, gracias al apoyo de
National Geographic, Hyland pudo tocar una tarde del 2015 los quipus de
Collata. En el avance de su investigación, publicado hace poco más de
un mes en la revista Current Anthropology de la Universidad de
Chicago, lo comprueba: estos quipus son distintos. Tienen un total de
487 cuerdas, en las que se repiten 95 tipos distintos de trenza,
diferenciados por la dirección del tejido, su color y su textura (el
pelaje del animal del que proviene). Estos 95 tipos de trenza se
combinarían de forma parecida a los ideogramas chinos: en sí mismos
representan una palabra o un sonido, pero al ser “leídos” con las
cuerdas de los costados, forman nuevas palabras. Es decir, estamos ante
un sistema de escritura.
Las
investigaciones de Hyland son sugerentes y podrían abrir un nuevo camino
en el estudio de las tradiciones textuales andinas. Hasta ahora todos
los textos con los que contamos han sufrido, de una forma u otra, la
mediación española, lo que ha implicado variables niveles de adecuación
al discurso español. Por ejemplo, el manuscrito de Huarochirí
(popularizado por José María Arguedas en su traducción del quechua como Dioses y hombres de Huarochirí) fue un encargo del presbítero Francisco de Ávila para hacer más efectivo el proceso de extirpación de idolatrías. La Nueva corónica de Guamán Poma iba dirigida al rey español para mejorar las condiciones de la colonia.
Sin embargo,
debe recordarse que estos quipus fueron producidos en el siglo XVIII, y
podrían haber sido influidos por la llegada de los españoles y su
sistema de escritura. E, incluso en el caso de que los quipus producidos
en el incanato utilizaran el mismo sistema, no debe olvidarse las
quemas de quipus que se realizaron durante la conquista. Con lo que se
sabe ahora, podría haberse tratado, tristemente, de la quema de una
Biblioteca de Alejandría andina.
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