David
M. Eagleman, neurocientífico de la Escuela Baylor de Medicina, se ha
especializado en estudiar los fenómenos relacionados con la percepción del tiempo por parte del cerebro humano. Y tras varios estudios con resonancia magnética funcional ha llegado a la conclusión de que cuando una experiencia es nueva o sorprendente, la actividad de nuestras neuronas para registrarla aumenta. Esto se debe a que prestamos más atención y archivamos más detalles
que cuando la experiencia es repetida. La memoria que se establece es,
por lo tanto, más “densa” y, cuando recordamos la experiencia, nos
parece que duró mucho más. Es decir, el "esfuerzo mental" nos produce la sensación de que el tiempo transcurrido fue mayor. Esto también explicaría por qué en la infancia, una época de la vida en que abundan las novedades, el tiempo parece transcurrir más despacio que cuando alcanzamos la madurez.
En otro estudio publicado en PLoS ONE, Eagleman condujo a una serie de
voluntarios a experimentar una caída libre de más de 30 metros antes de
caer en una red. Los participantes recordaban retrospectivamente que se habían precipitado al vacío durante un 36% más de tiempo. La dilación de la duración de un evento que causa miedo –y que implica a la amígdala,
una estructura cerebral esencial para la memoria emocional- no se
debía a que la percepción de los acontecimientos mientras suceden sea
más lenta, sino a la posterior recuperación del recuerdo, concluye el
investigador.
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