Ahora pensad en esta visión tan
cotidiana, bucólica: es una mañana de primavera, y a través de las copas
de los árboles que pueblan un parque cualquiera se filtran hermosos
rayos de sol, iluminando nuestro paseo y el ambiente por debajo del
dosel. Y allí, iluminadas en medio de ese espacio aéreo, las
pequeñísimas y habituales partículas atraviesan esos chorros de luz,
flotando, cayendo, moviéndose aleatoriamente. Estáis tan habituado a
verlas que apenas pensáis en ellas. Polen, polvo, microscópicos
fragmentos de vegetación o de cualquier otra naturaleza. Pero ahora ya
podéis sumar un nuevo ingrediente a esa mezcla aérea tan cotidiana, pues
también podríais estar observando alguna que otra avispa parasítica de
la familia Mymmaridae (Hymenoptera). Pero no hay nada que temer, estas micro avispas son parasitoides de huevos de insectos, así que aunque os traguéis una sin querer os quedaréis igual.
Flotar es
considerado por muchos una manera de volar, si lo aceptamos como una
forma de trasladarse por el medio aéreo. Tomemos como ejemplo a la
ardilla voladora siberiana Pteromys volans (Linnaeus, 1758),
cuyo cuerpo está bordeado lateralmente por un repliegue de piel cubierto
de pelo, llamado patagio y situado entre los dos pares de miembros, el
cual puede extenderse a modo de paracaídas permitiendo al animal
realizar vuelos planeados de hasta 35 metros de recorrido. Pero
¿realmente vuela? Creo que todos estaríamos de acuerdo en aceptar que,
aunque el nombre de este animalillo sea elocuente, no vuela como lo
hacen los pájaros o los murciélagos (que por cierto estos últimos
también tienen patagio), si nos ceñimos al acto estricto de batir las
alas.
Pteromys volans, animalillo planeador al que le han dedicado más de un sello postal (fotos: kkWikipedia.org y MyOpera.com)
Pero reduzcamos el tamaño de los
ejemplos voladores (o flotadores). Entre los insectos que estudiamos en
el Parc Natural de la Serra de Collserola se encuentra una minúscula
”mota de polvo alada”, una avispa parasítica de la familia Mymmaridae
casi microscópica, de apenas 1mm de longitud con las alas extendidas y
cuyo cuerpo no sobrepasa los 0.5mm si descontamos las finísimas antenas.
¡Medio milímetro! A menos que se capture con una trampa especializada
para estudios de insectos (como la trampa denominada Malaise),
y posteriormente se observe bajo el microscopio estereoscópico, es casi
imposible detectar esta especie en plena naturaleza. Vamos, que aquello
de pasear y exclamar “… ¡Ey! mirad esa mariposa de allí” no es
aplicable. La mayoría de las avispas parasíticas de la familia Mymmaridae son tan pequeñas que no sería descabellado pensar que al más mínimo soplo de brisa quedaran colgadas en el espacio,
flotando sin necesidad de batir las alas. Y lo cierto es que, a pesar
de realizar un vuelo en toda regla como respuesta ante el impulso de sus
alas en movimiento, su escasa masa corporal podría llevarles también a
comportarse como una mota de polvo, quedando en suspensión y brindando a
los rayos de sol esa apariencia de fluido con brillantes partículas
flotantes.
¿Dónde se encuentra el límite de tamaño
mínimo de un insecto y, aún más, dónde acaba el límite de tamaño para el
vuelo en el sentido de batir las alas? Resulta que los insectos más
pequeños, entre ellos algunas avispas parasíticas, son comparables en tamaño a organismos unicelulares y,
como nota extra, en ellos se ha descubierto recientemente que esta
extrema miniaturización en las especies afecta a su estructura, no sólo a
nivel de órganos sino también a nivel celular, presentando un sistema nervioso anucleado casi en su totalidad,
o sea neuronas que han perdido su núcleo, aunque esto sería una
historia para contar en otra ocasión.
Para no alargar el asunto, el
insecto más pequeño del mundo es una avispa parasítica de la familia Mymmaridae (como nuestra mota de polvo alada) llamada Dicopomorpha echmepterygis
Mockford, 1997. Los machos son los más pequeños de todos los insectos
conocidos y, además de ciegos, no poseen alas. Su tamaño no excede los
139 µm (micrómetros) de longitud, poco más de 1/10 de milímetro, lo que
le convierte en mucho más pequeño que un paramecio. Detengámonos un
segundo en este dato. Un paramecio es un organismo unicelular, todo él
es una única célula, y resulta que es más grande que una avispa
parasítica, que posee millones de células que conforman sus órganos,
músculos y demás partes del organismo. Otro de tantos ejemplos que nos
muestra la naturaleza superando con creces a la ciencia ficción.
Avispa Megaphragma mymaripenne Timberlake, 1924 (familia Trichogrammatidae),
tercera especie viva de insecto más pequeño del mundo al lado de un
paramecio y una ameba a la misma escala, 200 µm (una quinta parte de un
milímetro). Imagen, modificada, de Ed Yong.
Sobre el tamaño mínimo que un insecto
puede alcanzar ya tenemos una respuesta, aunque teniendo en cuenta la
ingente cantidad de especies por descubrir en sitios remotos, y no
tanto, del planeta, no sería de extrañar que este récord de
miniaturización se viera sustituido en un futuro cercano por otro más
asombroso. En cuanto al límite de tamaño mínimo para realizar el vuelo,
puede que los físicos puedan echarnos un cable con el enigma. De
momento, la especie de insecto más pequeña del mundo
posee alas funcionales para el vuelo (o al menos las hembras). Si el
descubrimiento de otras especies de insectos inferiores en tamaño a Dicopomorpha echmepterygis
mostrara una ausencia total de alas en ambos sexos, ello podría
acercarnos más a la respuesta pero solo un poco. Y podríamos pensar que
más allá del horizonte de los 200 µm el vuelo no es viable, o posible.
Pero siempre quedaría la incertidumbre de que la ausencia de alas en
estas nuevas especies microscópicas se deba sencillamente a sus hábitos
de vida, su historia natural, y no a la imposibilidad física de poder
realizar el vuelo. Sencillamente podrían no necesitar alas.
Que el albatros viajero Diomedea exulans Linnaeus, 1758 sea el ave de mayor envergadura
con capacidad de volar no significa que en ella se encuentre el límite
máximo de tamaño y peso de un animal para realizar el vuelo. Con un peso
aproximado de entre 6 a 8.5 kilos y una envergadura alar de hasta 3.5
metros, de punta a punta de sus alas, es actualmente el amo de los cielos pero podrían existir otros. ¿Existen? El albatros viajero es seguido muy de cerca por el cóndor andino Vultur gryphus Linnaeus,
1758 con envergadura entre los 2.70 a 3.30 metros y peso de 11 a 15
kilos. ¿Y… ya está? ¿Significa esto que estas dos aves marcan el límite
máximo posible para que un animal pueda volar? Si nos atenemos a las
especies vivas conocidas todo parece indicar que sí. No existen otras
aves que, al superar estas medidas de masa y envergadura, puedan
levantar el vuelo. Ningún avestruz ha levantado el vuelo de momento.
¿Significa esto la respuesta definitiva? Nada de eso, estos grandullones
tienen mejores competidores que les dejarían en ridículo a la hora de
dominar los cielos. Que el avestruz no vuele no es un tema de masa
corporal o envergadura, es un camino evolutivo tomado
por esta especie que le ha llevado a ser una corredora potente y no un
gigante del aire. Hay otros competidores fuertes luchando por el trono. Y
no hablo de que un hipotético animal pudiera alzar el vuelo solo porque
algunos cálculos físicos y matemáticos demuestren esta posibilidad.
Hablo de verdaderos titanes alados de carne y hueso, aunque más de esto
último ya que desgraciadamente mis héroes pertenecen al registro fósil, a
un pasado remoto.
Hasta donde sabemos, el animal volador que ha marcado con diferencia el límite máximo de tamaño y peso para el vuelo es el gran Quetzalcoatlus northropi Lawson, 1975, un gigantesco pterosaurio
que habitó el planeta hace entre 68-65.5 millones de años atrás. Con
una envergadura de entre 10-11 metros de punta a punta de las alas y un
peso estimado entre los 200-250 kilos, este gigante ha puesto el listón
muy alto rompiendo nuestros esquemas sobre dónde está el límite máximo
viable para el vuelo… hasta que aparezca un nuevo titán. ¿Y dónde queda
nuestra avispa estrella de Collserola, nuestra mota de polvo alada del
principio de esta página? Bueno, ahí está, esperando con su casi medio
milímetro de cuerpo a que surja en su vecindario una nueva campeona
microscópica.
El gran Quetzalcoatlus northropi,
el gigante que de momento marca el récord de animal volador más grande
que haya existido. A su derecha, nuestra avispa parasítica estrella de
Collserola, de la familia Mymmaridae, escala 1mm (foto: J. Mederos)
Investigador Externo Museu de Ciències Naturals de Barcelona
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