“Un cuervo que fallecía sediento vio una jarra y esperando encontrar en ella agua...”, empieza una de las muchas fábulas que Esopo,
por alguna razón, dedicó a esos pájaros de mal agüero. La jarra del
relato tenía agua, en efecto, pero en tan exigua cantidad que el pobre
grajo no se vio capaz de alcanzarla con el pico. Al poco diose cuenta el
ave, sin embargo, de la solución y sin más que arrojar unas cuantas
piedras al cicatero recipiente vio subir el líquido hasta ponerlo a su
alcance y saciar así su sed. Esopo quiso ilustrar así lo mucho que las
crisis aguzan el ingenio, una moraleja tal vez refutada por nuestra
historia reciente.
Una mejor moraleja habría sido seguramente la de resaltar lo mucho que la inteligencia de los cuervos se parece a la de los cachorros de Homo sapiens. Nicola Clayton y sus colegas del departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Cambridge acaban de demostrar (PLoS ONE, 25 de julio) que los cuervos y los niños menores de ocho años resuelven el dilema de Esopo con idéntica eficacia: al quinto intento. Es justo añadir, en descargo de nuestra especie, que a partir de los ocho años los niños les dan cinco vueltas a los grajos y resuelven el problema al primer intento. Son las ventajas de haber evolucionado más para tener un cerebro más grande.
Con respecto a los cuervos, en realidad, Esopo se quedó corto. Estos pájaros no resuelven el problema por mero ensayo y error, ya que utilizan la técnica de las piedras cuando se trata de extraer un gusano de una jarra con agua, en efecto, pero no de un recipiente con serrín. Parecen saber de algún modo que el truco no funcionará en el segundo caso y ni se molestan en probarlo, o al menos no con mucho ahínco. Además, cuando se les da a elegir entre piedras grandes o pequeñas, escogen las grandes, posiblemente para ahorrar tiempo. También suelen preferir tirar piedras que bloques de poliestireno, que como es sabido flotan en el agua y no sirven de gran cosa. El poliestireno no existía en tiempos de Esopo, ni en las épocas en que evolucionaron los cuervos, de modo que estas habilidades parecen realmente cognitivas, y no meros instintos.
Pese a que los cuervos y los niños pequeños muestran una eficacia similar en la resolución del problema, su forma de aprender parece distinta. Cuando los psicólogos manipulan el experimento para que, aparentemente, ocurra algo imposible en el mundo real, los cuervos no son capaces de utilizar ese resultado para incorporarlo en ensayos posteriores. Parecen más bien tener incorporada una 'comprensión' instintiva de las leyes de la física, y lo que no cuadra con ellas no les sirve para incrementar su pericia. Los niños, en cambio, utilizan una estrategia más práctica: lo que funciona, funciona. A veces, parece pensar nuestra especie, no es necesario comprender el mundo para utilizarlo a favor de uno. O en contra de los demás.
Fuente:
El País Ciencia
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Una mejor moraleja habría sido seguramente la de resaltar lo mucho que la inteligencia de los cuervos se parece a la de los cachorros de Homo sapiens. Nicola Clayton y sus colegas del departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Cambridge acaban de demostrar (PLoS ONE, 25 de julio) que los cuervos y los niños menores de ocho años resuelven el dilema de Esopo con idéntica eficacia: al quinto intento. Es justo añadir, en descargo de nuestra especie, que a partir de los ocho años los niños les dan cinco vueltas a los grajos y resuelven el problema al primer intento. Son las ventajas de haber evolucionado más para tener un cerebro más grande.
Con respecto a los cuervos, en realidad, Esopo se quedó corto. Estos pájaros no resuelven el problema por mero ensayo y error, ya que utilizan la técnica de las piedras cuando se trata de extraer un gusano de una jarra con agua, en efecto, pero no de un recipiente con serrín. Parecen saber de algún modo que el truco no funcionará en el segundo caso y ni se molestan en probarlo, o al menos no con mucho ahínco. Además, cuando se les da a elegir entre piedras grandes o pequeñas, escogen las grandes, posiblemente para ahorrar tiempo. También suelen preferir tirar piedras que bloques de poliestireno, que como es sabido flotan en el agua y no sirven de gran cosa. El poliestireno no existía en tiempos de Esopo, ni en las épocas en que evolucionaron los cuervos, de modo que estas habilidades parecen realmente cognitivas, y no meros instintos.
Pese a que los cuervos y los niños pequeños muestran una eficacia similar en la resolución del problema, su forma de aprender parece distinta. Cuando los psicólogos manipulan el experimento para que, aparentemente, ocurra algo imposible en el mundo real, los cuervos no son capaces de utilizar ese resultado para incorporarlo en ensayos posteriores. Parecen más bien tener incorporada una 'comprensión' instintiva de las leyes de la física, y lo que no cuadra con ellas no les sirve para incrementar su pericia. Los niños, en cambio, utilizan una estrategia más práctica: lo que funciona, funciona. A veces, parece pensar nuestra especie, no es necesario comprender el mundo para utilizarlo a favor de uno. O en contra de los demás.
Fuente:
El País Ciencia
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