—A partir de este momento, hagamos lo que hagamos, el Titanic se irá a pique.
—¡Pero este barco no puede hundirse!
—Está hecho de hierro, señor. Le aseguro que sí puede. Y lo hará. Es una certeza matemática.
Titanic, James Cameron, 1997.
Se dice que una de las grandes falencias humanas para anticipar problemas futuros es su incapacidad para comprender la función exponencial. Habría que agregar a esto, su incapacidad para comprender como las leyes de la economía no escapan al Segundo Principio de la Termodinámica.
Hay que decir, que nuestra época es completamente adicta y
dependiente de la energía. La energía abunda en el Universo, pero sólo
aquella que es capaz de realizar un trabajo es la que sirve[1]. Con el petróleo, nos hemos acostumbrado a obtenerla demasiado fácilmente.
Desde el punto de vista de la física, "trabajo" es aquello que se
manifiesta cuando se crean, procesan y transforman productos, se
construyen edificios y caminos, se translada gente y mercaderías, o se
genera luz, calor o frío, etc. Por lo tanto, toda actividad económica depende de que haya energía disponible.
El crecimiento es el aumento de la actividad económica, es decir de
todas esas actividades que irremediablemente demandan energía.
Tanto se influyen, que existe una conocida relación entre crecimiento
económico y consumo de energía: son curvas que se calcan una a la otra[2].
[Fuente]
Hoy se debate sobre la política energética de los últimos años en
Argentina: el gobierno denuncia a Repsol por su previsible estrategia
depredadora de recursos —vaciando pozos e invirtiendo poco en encontrar
nuevos—, y los críticos, denuncian al gobierno por avalar esta política
cortoplazista —o sea, haberse conformado con las abundantes retenciones o
regalías en las épocas de exportación a precios internacionales en
alza. Todos, sin embargo, acuerdan en un punto: las cifras marcan un descenso constante en la producción argentina de petróleo desde hace varios años,
y nuestro país, de ser exportador de hidrocarburos, ahora debe importar
una importante proporción para su propio consumo.
Todos dan por hecho
también, graciosamente, que la posibilidad de producir más o menos hidrocarburos, es sólo consecuencia de aciertos o errores en las decisiones económicas: la mayor o menor inoperancia de los funcionarios de turno, o la mayor o menor codicia empresarial, etc.
Pero ni críticos, ni propios, se detienen a analizar esta sutileza: cuál es la disponibilidad futura de los hidrocarburos.
En las actuales circunstancias, el recurso depende tanto de decisiones
económicas, como la flotabilidad del Titanic dependía de las decisiones
de la tripulación después de chocar con el iceberg: la evolución del
proceso se explicaba, más bien, con el Teorema de Arquímedes. Análogamente, poco podrá incidir Kicillof o De Vido en las cifras futuras de producción de YPF, en especial, cuando su destino ya ha sido escrito hace más de medio siglo, por un texano llamado M. King Hubbert. Pero empecemos por el principio.
El profeta del fin
M. King Hubbert, en los 50 elaboró un modelo para predecir la disponibilidad de combustibles fósiles.
Marion King Hubbert fue un geofísico empleado por Shell que se
dedicó a investigar la disponibilidad futura de petróleo y gas.
Descubrió que la producción de petróleo de una reserva experimenta una
evolución parecida a una campana de Gauss: se inicia con un ritmo lento, luego se incrementa rápidamente hasta alcanzar un cénit
o máximo —cuando la mitad del petróleo ha sido extraído— y a
continuación la producción decae, primero lento y luego rápidamente. Es
importante entender que el petróleo no se acaba nunca, sino que cada vez se hace más difícil de extraer:
como un tubo de dentífrico vaciándose, siempre le queda algo más, pero
al final el esfuerzo por extraer una ínfima cantidad de pasta, ya no
vale el intento.
En 1957 Hubbert presentó una predicción que anticipaba como a finales de la década del 60 o inicios del 70, la producción de petróleo en Estados Unidos llegaría a su máximo y luego comenzaría a decaer.
Lógicamente en los optimistas años cincuenta, esto fue recibido entre
la burla y el escepticismo. Pero exactamente en el año 1970 la
producción en Estados Unidos llegó a los 10.200.000 barriles por día y
jamás pudo superarse esa marca. La producción comenzó a declinar.
Hubbert se hizo famoso y pocos años despues, la Academia de Ciencias
estadounidense reconoció la validez de su predicción
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