El cuadro de la imagen (abajo) se titula El alquimista en busca de la piedra filosofal descubre el fósforo. Lo pintó el inglés Joseph Wright de Derby en 1771. La escena que representa es una fantasía, pero está inspirada en hechos reales.
Hennig Brandt -que no se parecía al hombre del cuadro- era un comerciante que vivía en Hamburgo. Se arruinó y movido por las ansias de recuperar su fortuna empezó a experimentar en busca de la piedra filosofal, un material mítico que según las leyendas podría transmutar metales vulgares en oro y multiplicarlo hasta el infinito.
En 1669 realizó un experimento con orina humana que no le llevaría a descubrir la legendaria sustancia, pero sí un elemento químico, el fósforo. Para ser más precisos descubrió una molécula que está compuesta por tres átomos de oxígeno y dos de fósforo, hoy conocida como fósforo blanco (la sustancia que en el cuadro ilumina la estancia desde el matraz). Precisamente por su brillo, Brandt la bautizó como fósforo, como se llamaba por aquellas a Venus cuando es visible en el cielo justo antes de la salida del Sol.
Brandt utilizó la enorme cantidad de 60 cubos de orina humana (no quiero ni pensar cómo olería aquello), la concentró hasta que adquirió el aspecto de jarabe espeso y la quemó con carbón en una retorta. El residuo que dejó brillaba en la oscuridad. Cuando el alquimista dejó entrar aire en el recipiente, el material se incendió.
Esto sucede porque en presencia del oxígeno del aire el fósforo blanco reacciona con él para transformarse en otra molécula más estable, compuesta por cinco átomos de oxígeno y dos de fósforo, y en el proceso libera calor y luz. De esta forma, cuando hay muy poco oxígeno en el ambiente brilla, pero cuando el oxígeno es abundante arde.
Brandt descubrió que si lo guardaba bajo agua no ardía. Hoy en día se sigue guardando de esta manera. Y así, tras encontrar una forma segura de almacenarlo se decidió a comercializarlo.
Según explica el químico y escritor Len Fisher, Brandt aseguraba que el fósforo blanco se podía utilizar para “escribir sobre la palma de la mano, o sobre papel, y lo que escribas aparecerá en letras de fuego, y esas letras se pueden leer mucho tiempo después. Eso sí, hay que tener mucho cuidado, hacerlo con suavidad, y ponerlo en agua en cuanto hayas terminado, porque si llega a incendiarse, quemará terriblemente la casa”.
Hoy sabemos que el fósforo blanco es terriblemente tóxico y provoca quemaduras gravísimas. Su exposición continua provoca necrosis de mandíbula, por eso dejó de utilizarse en las cabezas de las cerillas. Los efectos sobre la salud de los trabajadores de las fábricas eran devastadores. Aún así se utiliza en las guerras para crear cortinas de humo.
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