Es posible que, mientras te relajas tranquilamente tumbado en la playa o dando un paseo por la montaña, estés haciendo más por tu salud de lo que se esperaría del mero descanso o de los beneficios propios del ejercicio. La razón: que mientras tomas el sol estás también produciendo vitamina D. Su principal fuente, al contrario que en el resto de vitaminas, no se encuentra en la dieta, sino en un curioso proceso que tiene lugar en la piel.
Cuando tomamos el sol, los rayos ultravioleta B (UVB) transforman una sustancia relacionada con el colesterol (el 7-dehidrocolesterol) en previtamina D, que posteriormente sufrirá pequeños cambios en el hígado y en el riñón hasta dar lugar a la molécula activa. Este mecanismo actuaba hace ya miles de años, adaptado a épocas en que vivíamos la mayor parte del tiempo al aire libre y sin usar apenas ropa, y en las que aún no existían las oficinas o los gimnasios. ¿Es posible, por tanto, que la forma de vida actual, tan alejada de la naturaleza, tenga repercusiones sobre los niveles de vitamina D? Parece que sí.
El precio del progreso
Los valores de vitamina D deseables se establecieron en su momento alrededor de 75 nanomoles por litro (nmol/l), y se consideró que había riesgo de raquitismo u osteomalacia (dos enfermedades por falta de vitamina D que provocan graves deformidades esqueléticas) por debajo de 25 nmol/l. Las personas que tenían entre 25 y 75 se consideraban deficitarias en vitamina D, pero sin riesgo de padecer tales enfermedades. Actualmente se discuten estos valores, entre otras cosas porque se ha tenido en cuenta una población que trabaja en oficinas, hace deporte en gimnasios, etc. (El doctor Giovanucci, investigador de nutrición en Harvard, EE. UU., estima que los valores ‘naturales’ serían de unos 125 nmol/l.) Aun así, y admitiendo los 75 nmol/l como valor de referencia, resulta impactante saber que hasta el 83% de los hombres que acudieron a un centro de atención primaria en Boston (EE. UU.) presentaron niveles insuficientes de vitamina D (Boston tiene una latitud, y por tanto una exposición al sol, muy semejante a la de España). Pero la repercusión puede ser mayor, y es que parece que la vitamina D no influye únicamente en el metabolismo de los huesos.
No solo para los huesos
Desde hace tiempo se conoce que la vitamina D participa en el proceso de formación de los huesos, principalmente aumentando la absorción intestinal de calcio y favoreciendo su depósito óseo. Es por ello que el uso de suplementos de vitamina D está globalmente extendido para la prevención y tratamiento de la osteoporosis. Sin embargo, desde hace unos años se ha venido observando que, sorprendentemente, hay una gran cantidad de tejidos en nuestro organismo que tienen también receptores para la vitamina D, como por ejemplo el cerebro, la próstata o el colon, y que la vitamina D se comporta como una hormona que controla directa o indirectamente más de 200 genes diferentes.
¿En qué se traducen todas estas observaciones? Todavía es pronto para extraer conclusiones, ya que la mayoría de los trabajos publicados hasta la fecha son de observación, que no permiten determinar el papel causal de la vitamina. No obstante, a la espera de estudios más definitivos, los primeros datos son esperanzadores: se ha visto que las personas que viven en latitudes más altas –donde la luz solar es de menor intensidad y, por tanto, produce menor cantidad de vitamina D– presentan un mayor riesgo de desarrollar hasta 17 tipos diferentes de cáncer, entre ellos algunos de los más comunes, como los de colon, mama o próstata. Pero también se ha observado esta relación con un gran número de enfermedades de lo más diverso, como la diabetes de tipo 1, la esclerosis múltiple, la hipertensión o enfermedades mentales como la esquizofrenia, el alzhéimer o la depresión.
También se ha visto que las personas de raza negra (cuya melanina dificulta la formación de vitamina D) tienen mayor tendencia a presentar diversas enfermedades, entre ellas la tuberculosis, y, de hecho, parece que la vitamina D puede mejorar la inmunidad y ser eficaz en la prevención de infecciones.
Además, otro número considerable de estudios han visto de forma consistente una relación entre las concentraciones sanguíneas de vitamina D y las enfermedades comentadas –incluso con la fuerza muscular o la pérdida de peso–, con una mayor protección cuando los niveles alcanzaban los 100 nmol/l. Recientemente se ha publicado, en ‘Archives of Internal Medicine’, un artículo que engloba una serie de estudios en los que se habían usado suplementos de vitamina D o placebo: la conclusión ha sido que la mortalidad entre la gente que tomaba algún tipo de suplemento era un 7% inferior a la de la gente que tomaba un placebo. De hecho, basándose en los datos más optimistas, algunos científicos han estimado que, de confirmarse todas estas observaciones, el uso de suplementos de vitamina D podría ahorrar hasta 180.000 millones de euros a la sanidad europea. Sin embargo, es preciso ser cautos y recordar que son todavía pocos y ambiguos los ensayos clínicos debidamente diseñados y publicados; por esta razón no pueden aún establecerse con certeza los posibles beneficios que tendría el tomar preparados con vitamina D.
Suplementos ¿sí o no?
Las recomendaciones actuales sobre vitamina D en la dieta son de 200 unidades internacionales (UI) hasta los 50 años, 400 UI de 50 a 70 años y 600 UI a partir de los 70. Sin embargo, con las actuales condiciones de vida, estas dosis parecen insuficientes para alcanzar el ‘objetivo’ de 75 nmol/l, la cifra de vitamina D deseable. Así, el doctor Holick, –del Departamento de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario de Boston y autor del libro ‘The Vitamin D Solution’– afirma que en verano bastaría con tomar el sol durante unos 15 minutos al día sin protección. Este tiempo sería lo suficientemente breve como para no influir en el riesgo de melanoma, que no debemos olvidar es uno de los mayores peligros que tiene exponerse a la luz solar sin las debidas precauciones; de hecho, tras cierto tiempo de exposición, la piel ya no produce más vitamina. Pasado el verano, sin embargo, sería necesario tomar entre 1.000 y 2.000 UI diarias, cantidad que es prácticamente imposible obtener a través de la dieta -una dieta normal aporta apenas 200 UI al día-, y que implicaría la toma de suplementos.
Uno de los riesgos que se les han atribuido a estos suplementos es que podrían elevar en exceso los niveles de calcio, pero parece que tal situación se da solo a partir de dosis superiores a 10.000 UI al día. De hecho, dados los mínimos riesgos que parecen entrañar, Holick recomienda ya el uso de suplementos incluso sin necesidad de esperar a que se publiquen los estudios más definitivos que se encuentran en marcha. En el mismo sentido, la Sociedad Canadiense del Cáncer aconseja ya tomar suplementos para alcanzar las 1.000 UI diarias en otoño e invierno.
Estas recomendaciones no se han adoptado aún en España, y habrá que esperar un tiempo para comprobar si eran realmente apropiadas: dentro de unos años dispondremos de muchos más datos para determinar si los beneficios son los que se sugieren y si no hay problemas a largo plazo derivados de la administración de suplementos de vitamina D. Al fin y al cabo, la panacea universal no es algo fácil de encontrar.
COLUMNAS AL MARGEN
1.- EN BUSCA DE LA HIJA DEL DIOS DE LA SALUD
En la mitología griega, Panacea era la hija de Asclepio, el dios de la salud. De ahí el nombre que se le dio a un hipotético medicamento capaz de curar todas las enfermedades y alargar la vida. La panacea universal se buscó, sin éxito, durante siglos. Recientemente, sustancias como las vitaminas C y E prometían beneficios casi ilimitados que, a la larga, resultaron ser mucho menores de lo esperado. Ahora parece haber llegado el turno de la vitamina D, en la que hay muchas esperanzas depositadas. Una de las diferencias con las sustancias anteriores, como afirma el doctor Giovanucci, es que en este caso no se trata de aumentar las dosis fisiológicas, sino de recuperar las cantidades naturales que nuestra forma de vida ha reducido. Hay más de doscientos ensayos clínicos en marcha que nos dirán cuánto hay de verdad en esta esperanza. Estaremos atentos.
2.- EL METABOLISMO DE LA VITAMINA D
La vitamina D que se toma en la dieta o se obtiene del sol se denomina también colecalciferol. En un principio, esta molécula no tiene actividad, y para ejercer sus funciones precisa de una serie de modificaciones que tienen lugar primero en el hígado y más tarde en el riñón, aunque una gran parte se almacenará como reserva. En el hígado, la vitamina D se convierte en 25-OH-vitamina D, una molécula que tiene ya aproximadamente un 30% de actividad. Posteriormente, en el riñón –y en otros tejidos, como se ha visto recientemente– se transformará en 1-25-OH-vitamina D, que es la forma completamente activa.
En España la mayoría de los preparados con vitamina D (colecalciferol) contienen solamente unas 400 UI y se acompañan de distintas cantidades de calcio, ya que se suelen usar para el tratamiento o prevención de la osteoporosis. Los pocos suplementos que contienen únicamente vitamina D y que se comercializan en España suelen estar basados en la 25-OH-vitamina D (se desarrollaron en principio para personas cuyo hígado no funcionaba correctamente) y dan lugar a niveles de vitamina bastante más elevados que las mismas dosis de colecalciferol. Sin embargo, la inmensa mayoría de los estudios internacionales están basados en este último (la vitamina D original), que es la forma en la que se suele vender la vitamina D en otros países, por lo que hay que tener en cuenta que las conclusiones de dichos estudios pueden no ser del todo extrapolables.
En España la mayoría de los preparados con vitamina D (colecalciferol) contienen solamente unas 400 UI y se acompañan de distintas cantidades de calcio, ya que se suelen usar para el tratamiento o prevención de la osteoporosis. Los pocos suplementos que contienen únicamente vitamina D y que se comercializan en España suelen estar basados en la 25-OH-vitamina D (se desarrollaron en principio para personas cuyo hígado no funcionaba correctamente) y dan lugar a niveles de vitamina bastante más elevados que las mismas dosis de colecalciferol. Sin embargo, la inmensa mayoría de los estudios internacionales están basados en este último (la vitamina D original), que es la forma en la que se suele vender la vitamina D en otros países, por lo que hay que tener en cuenta que las conclusiones de dichos estudios pueden no ser del todo extrapolables.
3.- NO ES LO MISMO
Estudios de observación. Constituyen la base de la investigación en epidemiología. Permiten establecer asociaciones pero no causalidad. Un ejemplo de este tipo serían los estudios en los que se determinan los niveles de vitamina D en un grupo de personas y, pasado un tiempo, se observa si hay una relación entre dichos niveles y la aparición de una enfermedad. Como el investigador no controla los grupos, existe el riesgo de que la relación se deba a otros factores aparte de dichos niveles (los individuos con niveles más altos podrían tener una dieta más sana, hacer más ejercicio, etc.).
Ensayos clínicos. Son la base de los estudios experimentales y permiten establecer causalidad. En ellos, el investigador selecciona un número de personas y los divide al azar en dos grupos: por ejemplo, a uno se le dará vitamina D y a otro un placebo (pero ninguno de los grupos sabrá qué es en realidad lo que está tomando). Al estar el proceso mucho más controlado se puede establecer si una mejora en una determinada enfermedad puede ser debida a la administración de la vitamina.
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