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13 de julio de 2011

El estrés de vivir en la ciudad

[Adaptado de un artículo original de Daniel P. Kennedy & Ralph Adolphs publicado en Nature ]

El paisaje de la sociedad humana está cambiando drásticamente. En 1950, sólo el 30% de la población mundial vivía en zonas urbanas, mientras que hoy, más del 50% de nosotros lo hacemos y para el año 2050 se espera que esta cifra haya subido a casi el 70%1. Y, así como el aislamiento social es bien sabido provoca que efectos perjudiciales2, también extremo opuesto los tiene: el hacinamiento puede provocar estrés y enfermedades en las especies que van desde los insectos o roedores3, hasta los primates, incluyendo humanos4. En particular, en los seres humanos, las enfermedades mentales están significativamente relacionadas con el medio ambiente urbano: vivir en una ciudad aumenta el riesgo de depresión y ansiedad, y la tasa de la esquizofrenia es mucho mayor en las personas nacidas y criadas en ciudades5. Lederbogen et al.6 han publicado un estudio de resonancia magnética funcional para investigar por primera vez las estructuras específicas del cerebro humano que se ven afectados por la vida urbana.

Los participantes en el estudio vivían o habían vivido en lugares que van desde zonas rurales hasta grandes ciudades (Fig. 1). Los autores midieron la actividad cerebral regional, mientras los participantes realizaban una prueba sometidos a estrés social -la resolución de problemas aritméticos difíciles bajo presión de tiempo y con la retroalimentación negativa del experimentador. Esta tarea no sólo aumentó la frecuencia cardiaca de los participantes, su presión arterial y los niveles salivales de cortisol, la hormona del estrés, sino que también dio lugar a una importante actividad en las estructuras cerebrales que están involucradas en las emociones y el estrés.


Figura 1. Las condiciones de vida fueron clasificadas como zonas rurales (a), ciudades con más de 10.000 habitantes (b) y ciudades con más de 100.000 habitantes (c). Los resultados obtenidos sugieren que la vida en la ciudad afecta a la respuesta del cerebro al estrés.

De las regiones del cerebro que se activaron, dos fueron de particular interés: la activación de la amígdala, que se correlacionó con el tamaño de la ciudad en la que una persona actualmente reside; y la activación de la corteza cingulada anterior perigenual (PACC), que se correlacionó con el tiempo que los participantes habían vivido en una gran ciudad durante su infancia. La educación urbana también afectaba a la fuerza de la correlación funcional entre la amígdala y la PACC: los que habían pasado más tiempo durante su crecimiento en grandes ciudades mostraban una reducción de la conectividad funcional entre estas dos regiones.

Estas dos regiones y sus interacciones son importantes porque ya habían sido encontrados en otros estudios: un patrón similar de reducción del acoplamiento amígdala-PACC ha sido previamente asociado con el riesgo genético a sufrir trastornos psiquiátricos7, y la activación de la amígdala ha sido recientemente vinculada tanto al tamaño de las redes sociales8 como a la percepción de violación del espacio personal9. En conjunto, estos hallazgos y los del presente trabajo sugieren que el circuito corteza cingulada-amígdala es donde podrían converger la predisposición genética y ambiental a las enfermedades mentales.

En este estudio también se encontraron grandes variaciones en las preferencias individuales para vivir en la ciudad, y en la capacidad de las personas para hacer frente a este tipo de vida: algunos son felices en Nueva York, mientras que otros lo cambiarían inmediatamente por vivir en una isla desierta. Los psicólogos han encontrado que un factor que explica bastante esta variabilidad es el grado de control percibido que la gente tiene sobre su vida diaria10. La amenaza social, la falta de control y la subordinación, son todos posibles candidatos para provocar los efectos estresantes de la vida en la ciudad, y probablemente expliquen gran parte de las diferencias individuales observadas.

Pero a pesar de que los aspectos negativos de la vida en la ciudad se han destacado mucho, la vida en la ciudad no es siempre mala. En muchos países, por ejemplo, los estudios sobre la compleja relación entre la urbanidad y el suicidio muestran tasas más altas de suicidio en las zonas rurales que en ciudades11. Aunque hay varias posibles explicaciones para este caso, lo más probable es que esté relacionado con que en las ciudades existe un entorno social más rico, más estimulante y más interactivo, una red más amplia de apoyo social y un acceso más fácil a la atención médica.

Hacen falta nuevos estudios que complementen el trabajo de Lederbogen y su equipo y que podrían dirigirse a investigar los efectos positivos de la vida de la ciudad con más detalle y comenzar a hacer recomendaciones para la planificación urbana –espacios verdes, zonas peatonales, regulación del tráfico,…- y la arquitectura –pisos más amplios, mejor situados… Dada la creciente población mundial (estimada en 7000 millones para el próximo otoño), el hecho de que viviremos principalmente en las ciudades parece ineludible, por lo que es de vital importancia el comprender los efectos que estas condiciones de vida tienen en la salud mental humana y como se pueden mejorar.

Fuente:

La Bitácora del Beagle

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