Viernes, 11 de junio de 2010
Nuclear, el cementerio de la razón
Un total de 14 pueblos de toda España quieren albergar el Almacén Temporal Centralizado de residuos nucleares del país
Foto: Koert Michiels
Un total de 14 pueblos de España quieren albergar el Almacén Temporal Centralizado de residuos nucleares del país. A finales de los años 70, Adolfo Suárez decidió enviar a Francia (por falta de alternativas autárquicas y por el rechazo a todo lo nuclear asociado al franquismo) todos los residuos producidos por la extinta central de Vandellós I. Con toda probabilidad, nunca se habría imaginado que 30 años después habría tantos candidatos para el cementerio nuclear.
Todo el mundo sabe que la construcción de un almacén nuclear es inevitable: no sólo porque Francia cobrará 60.000 euros más cada día a partir de 2011 para las 14000 toneladas radioactivas españolas, sino también porque España sigue produciendo una quinta parte de su electricidad gracias a sus siete centrales nucleares. Ello implica alrededor de 2.000 toneladas anuales (1.000 m3) de residuos de media y baja actividad (líquidos y otros productos solidificados en hormigón, herramientas y materiales contaminados por haber estado en contacto con sustancias radiactivas) y 160 de combustible gastado (de alto contenido radioactivo). Hoy, todo ese material se confina en piscinas especiales en las propias centrales. Sin embargo, la presencia de un único depósito nacional garantizaría un mejor control y un menor gasto.
Es obvio que la cuestión nuclear provoca crispaciones y enfrentamientos hasta dentro de los mismos partidos. A menudo, las (conspicuas) compensaciones económicas y las garantías gubernamentales no parecen compensar el riesgo y el miedo que sufren los habitantes (con toda legitimidad). Sin embargo, la discusión en España es vigorosa, pero abierta.
La historia nuclear italiana es muy distinta. En 2003, el Gobierno italiano sacó del cajón un decreto ley urgente, de inmediata aplicación, para construir un almacén nuclear en el ayuntamiento de Scanzano Jonico (7.500 habitantes). Se trataba de una obra definida como “de defensa militar” y para cuyo desarrollo no se involucró ni un segundo a la población local. De la gestión de todo el proceso se encargó la Società Gestione Impianti Nucleari (SOGIN), entonces dirigida por el general Carlo Jean. Lógicamente, se desencadenó una memorable insurrección popular, contada en el libro Fragole e Uranio. Scanzano Jonico, storia di una rivolta (Fresas y uranio. Scanzano Jonico, historia de una rebelión, 2008).
Con el apoyo de la pequeña región de Basilicata y el respaldo de toda la sociedad civil, en 15 días los habitantes organizaron una serie de manifestaciones masivas que cortaron el país en dos y forzaron al gobierno a retirar el decreto. Como observa el experto de riesgo Giancarlo Sturloni en su volumen Le mele di Chernobyl sono buone (Las manzanas de Chernóbil están ricas, 2006), “la emblemática historia de Scanzano enseña cómo, en una sociedad democrática, los ciudadanos están en condiciones de blocar decisiones autoritarias sobre cuestiones técnicas que les afecten de forma directa”. O sea, como apunta el decano de los periodistas científicos italianos, Pietro Greco, “en la sociedad del conocimiento, que es una sociedad democrática y de masas […], no existe una solución a los problemas tecnocientíficos sin la coparticipación autónoma y activa en la búsqueda de aquella solución por parte de todas las articulaciones de una sociedad democrática de masas: los expertos, las instituciones y los ciudadanos no expertos. Incluso la mejor solución técnica puede fracasar si se adopta dentro de los encerrados cuartos de los expertos y es avalada, sin discusión, por las autoridades políticas”.
Desde el primer día del cuarto Gobierno Berlusconi, la derecha italiana está apostando para que Italia vuelva al club del átomo, justo 20 años después del histórico referéndum que en 1987 paró la actividad nuclear del país. El verano pasado (la medida fue publicada el día 1 de agosto en el BOE) el parlamento aprobó una ley sobre la energía, que abría la puerta al nuclear. Sin embargo, se ha intentado no dar demasiada publicidad a esta postura.
Por tanto, durante los últimos meses, el conflicto nuclear ha desaparecido de la política. Quizá esperen que se celebren las elecciones regionales en primavera para volver a sacar el asunto. Esta misma semana el Gobierno aprobará los criterios para elegir los sitios donde se construirán las centrales (emplazamientos que, según los críticos, el gobierno ya ha elegido a escondidas). Mientras, la semana pasada también el Gobierno se cubría las espaldas: recurrió al Tribunal Constitucional las leyes de tres regiones que impiden la construcción de plantas nucleares en su territorio. Destaca la de la región Puglia, liderada por la promesa de la izquierda italiana, el comunista gay Nichi Vendola. Esta ley se aprobó por unanimidad por el consejo regional. También siete regiones recurrieron, antes del Constitucional, contra la norma de la ley que permite al gobierno indicar de forma libre las localizaciones de las instalaciones.
Y todo esto mientras todavía pagamos las consecuencias del accidente de Chernóbil y quedan por almacenar 60000 m3 de residuos de media y baja actividad y 300 toneladas de alta radioactividad. De momento se mantienen de forma temporal e insegura, como denunciaba en 2008 el programa de investigación Report. Una parte de los residuos, como pasó en España, se enviaron al exterior, con costes estratosféricos.
Como apunta el libro, publicado este mes, La menzogna nucleare (La mentira nuclear), apostar para lo nuclear hoy en día es una locura, porque se requeriría más de una década para volver a empezar y es imposible calcular los costes reales de construcción y de desarticulación de los ‘implantes’ de almacenamiento de los residuos. Además, parece que el combustible (el uranio) está destinado a desaparecer en pocas décadas.
En otros países, el peliagudo asunto nuclear y sus implicaciones se discuten públicamente, así como se involucra a las comunidades locales. Sin embargo, otra vez Italia se confirma como furgón de cola de los países avanzados.
Fuente:
Global Talent