¿En qué cree el ser humano?
LUIS MIGUEL ARIZA 09/12/2007 -
A 150 kilómetros al norte de Puerto Príncipe, la capital de Haití, existe una cascada que se precipita desde más de treinta metros de altura, y que funciona como un imán para miles de peregrinos cada 16 de julio. Se denomina Saut d’Eau (Salto de Agua), y allí acuden, generalmente vestidos de blanco, hombres, mujeres y niños para transformarse, de una manera literal, en el receptáculo de los dioses.
Para alcanzar la cascada deben atravesar varias escarpaduras de piedra caliza. El contacto con el agua representa el momento culminante, pero anteriormente a que esto suceda, los que aguardan pueden contemplar cómo algunos de sus amigos se mueven imitando el movimiento de las serpientes: han sido poseídos por la diosa africana Damballah-Wedo. El agua cae con una fuerza tremenda, de forma que no es raro advertir que algunos que se colocan debajo de la cascada dejan que su ropa sea arrancada literalmente a pedazos. El contacto “es lo que permite que el espíritu se meta en ellos”, explica la fotógrafa italiana Giorgia Fiorio, que ha viajado por todo el mundo recogiendo momentos así. Ese instante culminante permite la entrada en un trance tras el cual los peregrinos caen derrumbados sobre las aguas. Han venido a pedir a la diosa del amor, Erzulie Freda, que purifique sus cuerpos, en busca de fortuna o de fertilidad.
Se trata de uno de los más importantes ritos vudúes. Aunque quizá lo extraordinario es que muchos de esos peregrinos llevan cruces católicas colgando de sus cuellos, y que algunos también veneran a la Virgen del Carmen, un elemento sustancial del cristianismo en Haití, que tiene en Saut d’Eau su lugar de culto, precisamente el mismo 16 de julio. La leyenda cuenta que la Virgen se apareció a los haitianos en 1847 en este lugar, encima de una palmera, y que curó a muchos enfermos cerca de las cascadas sagradas.
Resulta fascinante comprobar cómo aquí la tradición católica se entremezcla con las religiones africanas que forman parte del vudú, plagadas de dioses –existen hasta 401– y, por supuesto, de magia. Cerca del 80% de los haitianos profesa el vudú, pero no reniega de su catolicismo. Muchos de sus antecesores llegaron aquí como esclavos, fueron bautizados en el cristianismo, pero conservaron en la clandestinidad sus rituales africanos.
El propio vudú tiene una leyenda negra –los zombis, muertos vivientes– que el cine de Hollywood ha sabido explotar de maravilla, lo que constituye probablemente el cú¬mulo de mentiras más efectivo que ha distorsionado una creencia religiosa.
De acuerdo con el antropólogo norteamericano Wade Davis, la idea de que el vudú se basa en la práctica de la magia negra y que los zombis atacan a la gente es una invención de Estados Unidos, y en especial de la ocupación militar de Haití por parte de los marines entre 1915 y 1936. Sus mandos les proporcionaron novelas en las que se decía que los sacerdotes vudúes –los hougans– criaban niños para cocerlos en calderos, practicaban el canibalismo y decidían el destino de la gente atravesando mu¬¬ñecos con alfileres. Con estos contratos tan particulares, el cine encontró un filón para fabricar malas películas de terror.
Wade investigó lo que había de real detrás de los zombis, y logró identificar un compuesto tradicional –cuya existencia se reconocía incluso en el Código Penal del Gobierno haitiano– que lograba que una persona pareciese muerta. Se trataba de una tetrodotoxina presente en un pez, un anestésico 160.000 veces más potente que la cocaína, que bloquea los canales de sodio de los nervios (también un veneno mil veces mayor que el cianuro); el individuo siente una parálisis facial total mientras que su metabolismo se reduce al mínimo, hasta que fallece. De acuerdo con este antropólogo, la zombificación es un castigo social que algunas sociedades secretas de Haití imponen a ciertos individuos por transgredir las reglas, envenenándolos. Pero esto es algo extremadamente raro. Haití no es una fábrica de zombis, indica Davis, pero al ser la zombificación un castigo –los haitianos no tienen miedo a los zombis, sino a convertirse en uno de ellos– resulta aceptada como algo creíble… y posible.
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El País - Sociedad