Gusanos tubícolas en el océano Pacífico |
Los seres humanos, como la práctica totalidad de los seres vivos que
pueblan la Tierra, no podrían vivir sin la fotosíntesis. Gracias a ella,
las plantas no sólo producen el oxígeno que necesitamos para respirar,
sino también la energía que consumimos y la materia orgánica de la que
estamos hechos. En realidad, el oxígeno es sólo un producto de desecho
en el proceso que, aprovechando la energía de la luz del Sol, descompone
el agua en oxígeno e hidrógeno, y combina éste último con dióxido de
carbono para producir glucosa.
La potencia absorbida de la luz del Sol por la fotosíntesis es enorme;
se estima en unos cien billones de vatios, unas seis veces mayor que
todo el consumo energético de nuestra civilización. Además, los
organismos fotosintéticos producen cada año unos cien mil millones de
toneladas de biomasa.
Sólo las plantas, las algas y ciertas bacterias son capaces de realizar
la fotosíntesis; son los llamados fotoautótrofos. Pero no todos ellos
generan oxígeno. Algunas bacterias utilizan hidrógeno o compuestos de
azufre en lugar de agua; estas últimas, en lugar de producir oxígeno
gaseoso, producen azufre sólido que almacenan en el interior de la
célula.
Los primeros seres vivos fotosintéticos fueron probablemente bacterias
de este tipo, y aparecieron hace unos 3.500 millones de años. Unos 500
millones de años más tarde aparecieron las cianobacterias, las primeras
que empezaron a descomponer el agua y a liberar oxígeno a la atmósfera,
lo que permitió la evolución de formas de vida más complejas. Más tarde,
hace unos mil millones de años, algunas cianobacterias establecieron
una relación simbiótica con otros microorganismos y se convirtieron en
los cloroplastos que, en el interior de las células vegetales, albergan
la clorofila y son los encargados de realizar la fotosíntesis.
Algunos organismos no tienen necesidad de la luz del Sol ni se alimentan
de otros seres vivos; son capaces de obtener su energía y su alimento
de otros procesos químicos. Son los organismos quimiosintéticos,
descubiertos a finales del siglo XIX por Serguéi Vinogradski al estudiar
los microorganismos involucrados en los ciclos del nitrógeno y del
azufre. Muchas bacterias quimiosintéticas viven en el fondo de los
océanos, donde no llega la luz del Sol; sobre todo en las fuentes
hidrotermales. Allí constituyen la base del ecosistema, y proporcionan
alimento a una rica fauna. Algunos animales viven en simbiosis con esas
bacterias. Los gusanos tubícolas gigantes, que pueden alcanzar una
longitud de casi dos metros y medio, carecen de sistema digestivo, y
albergan en su interior una colonia de bacterias que representa la mitad
del peso del animal. Mediante la “pluma” roja que sobresale de su tubo
protector absorben diversas moléculas disueltas en el agua (oxígeno,
dióxido de carbono, sulfuro de hidrógeno, nitratos...), que las
bacterias transforman en la materia orgánica que constituye el alimento
del gusano.
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