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21 de mayo de 2019

Houdini, el cazador de fantasmas falsos


Cuando pensamos en Harry Houdini, inevitablemente nos viene a la mente la imagen de un hombre atlético en paños menores, cargado de cadenas y escapando de las prisiones más inverosímiles: un tanque de agua, una caja fuerte o un cántaro de leche sellado con candados. Pero tal vez la mayor hazaña de escapismo del mago más famoso de todos los tiempos fue librar a otros muchos de los engaños de médiums y espiritistas. No hubo un Houdini, sino dos: hasta 1922 fue el hombre espectáculo e incluso estrella del cine mudo, en sus últimos años fue el cazador de fantasmas falsos.

Según la versión más divulgada, fue la muerte de su madre lo que dirigió a Houdini (24 de marzo de 1874 – 31 de octubre de 1926) hacia el espiritismo. Desde su nacimiento en Budapest, pasando por la emigración de su familia a EEUU y su triunfo como mago, Erik Weisz —su verdadero nombre— siempre profesó una profunda adoración por su madre, a la que calificaba como su ángel en la Tierra, el faro que le guiaba y uno de sus dos amores, junto con su esposa Bess. Tras la muerte de su madre, en 1913 a causa de un derrame cerebral, Houdini no volvió a ser el mismo. Se convirtió en un espectro taciturno que pasaba largos ratos en el cementerio, tendido sobre la tumba y hablando con la tierra.

Según esta versión, a partir de entonces comenzó a asistir a sesiones de espiritismo para contactar con su madre, lo que le llevó a descubrir los engaños de los médiums y a iniciar su cruzada personal contra este fraude.

Sin embargo, no fue así como ocurrió. Por un lado, los biógrafos de Houdini señalan que su asistencia a aquellas sesiones no comenzó hasta casi un decenio después de la muerte de su madre. Por otro, que su interés por los espíritus no fue algo sobrevenido por ese suceso trágico, de niño ya presenció sesiones y comenzó a sospechar que eran una engañifa.

Arthur Conan Doyle, el padre del segundo Houdini

“Houdini nunca fue un creyente en el espiritismo”, resume a OpenMind el escritor y divulgador científico Massimo Polidoro, autor de Final Séance: The Strange Friendship Between Houdini and Conan Doyle (Prometheus Books, 2001). “Cuando era joven montó sesiones falsas, así que sabía muy bien lo que realmente sucedía durante aquellas reuniones”.

Pero sí es cierto que su madre tendría un papel en aquella conversión del mago en un activo denunciante de estafas paranormales. El nacimiento de aquel segundo Houdini tuvo una fecha concreta y unos padres: Arthur Conan Doyle y su esposa Jean, con quienes el mago trabó una gran amistad durante una gira británica en 1920. Los Conan Doyle eran grandes creyentes en el espiritismo y la esposa del creador de Sherlock Holmes incluso ejercía como médium.

El 17 de junio de 1922, durante una velada que reunió a los Conan Doyle y los Houdini en Atlantic City, Lady Doyle se ofreció a practicar una sesión para contactar con la madre del mago. El resultado fueron 15 páginas de escritura automática en las que, supuestamente, la madre de Houdini se comunicaba con su hijo en perfecto inglés y bajo el signo de la cruz. Todo esto suscitó en el mago algo más que sospechas: su madre jamás supo escribir en inglés y difícilmente la esposa de un rabino habría dibujado una cruz.

Lea el artículo completo: Open Mind

1 de junio de 2018

La ciencia de Sherlock Holmes y los fantasmas de Conan Doyle

Seis días después de la muerte de Sir Arthur Conan Doyle, fallecido de un ataque cardíaco el 7 de julio de 1930, se celebró en el Royal Albert Hall una multitudinaria sesión de espiritismo. Diez mil personas se congregaron en el auditorio londinense con la esperanza de escuchar un mensaje enviado por el creador de Sherlock Holmes desde el más allá. Su mujer, Lady Doyle, dijo a la revista Time: “Aunque no he hablado con Arthur desde que falleció, estoy segura de que a su debido tiempo y a su propio modo nos enviará un mensaje”. Y según algunos, ese tiempo llegaría en 1934, cuando en otra sesión cuya grabación se conserva hoy en la British Library pudo escucharse: “Cuidad de mis chicos y de mi buena esposa Jean”.

Pero, ¿cómo es posible que el padre literario del detective de ficción que popularizó el uso del empirismo científico pudiera al mismo tiempo creer en fantasmas? Doyle era un hombre con raíces científicas, médico titulado en la Universidad de su Edimburgo natal. Ya por entonces apuntaba a la que sería la trayectoria decisiva de su vida, cuando en 1879 publicó su primer estudio, una carta a la revista British Medical Journal. En el texto describía cómo había experimentado consigo mismo con dosis crecientes de un veneno, la planta Gelsemium, utilizada también para calmar la neuralgia, hasta que tuvo que interrumpir el tratamiento por miedo a provocarse la muerte.

Doyle ejerció la medicina como cirujano naval y en su práctica privada. Viajó a Europa para especializarse en oftalmología y a su regreso abrió una consulta en Londres, pero no llegó a ver a un solo paciente. Por suerte para sus lectores, desde su época universitaria aprovechaba los ratos ociosos para escribir ficción. En 1886 logró vender a una editorial su novela Estudio en escarlata, en la que presentaba por primera vez a dos nuevos personajes, el detective Sherlock Holmes y su ayudante el Doctor John Watson.

El éxito del detective llegó a saturar a su creador

A lo largo de su carrera literaria, Doyle dio vida a otros personajes con vocación de continuidad, como el Profesor Challenger o el Brigadier Gerard. Pero sin discusión posible su gran triunfo fue Sherlock Holmes, un personaje inmortal para el que produjo un total de cuatro novelas y 56 relatos. El éxito del detective llegó a saturar a su creador, más interesado en escribir novelas históricas. En el relato El problema final, Doyle decidió matar a Holmes haciéndole caer por una cascada junto a su archienemigo, el Profesor Moriarty; pero la demanda popular fue tal que se vio obligado a resucitarlo.

Holmes, un personaje inspirado por el mentor de Doyle en la Universidad, Joseph Bell, no fue el primer detective de ficción guiado por el raciocinio: el Chevalier Auguste Dupin de Edgar Allan Poe pudo ser una influencia previa. Lo que enganchó al público a las aventuras de Holmes fue su hábil y extenso uso de técnicas forenses científicas que Doyle no inventó, pero que aún eran novísimas. “Doyle era muy leído”, resume a OpenMind James O’Brien, autor de La ciencia de Sherlock Holmes (Crítica, 2013 / The Scientific Sherlock Holmes, Oxford University Press, 2013). “Constantemente usa ideas que encuentra en sus lecturas. No era exactamente el innovador, pero veía el poder de nuevos métodos emergentes”.

El artículo completo en:

Open Mind

14 de abril de 2016

La casa encantada por fenómenos no sobrenaturales

Jason Braithwaite era un psicólogo cognitivo de la Universidad de Birmingham que se fue interesando cada vez por las experiencias sobrenaturales que referían quienes habían dormido en la Sala de los Tapices del castillo de Muncaster, en Irlanda. Ya sabéis: psicofonías de niños gritando o llorando, pasos inquietantes, el roce de una presencia invisible...






Como un Cazafantasmas, Braithwaite instaló magnetómetros capaces de registrar campos magnéticos muy débiles. Descubrió unos campos magnéticos particularmente complejos asociados a la malla de hierro de la armadura de la cama bajo los colchones. Cuando el usuario de la cama se movía, la malla de hierro producía fluctuaciones en los campos magnéticos que rodeabana el cabezal de la cama


Según el estudio de Braithwaite, el simple hecho de moverse en esa cama de hierro producía pequeños efectos eléctricos en todo el cuerpo y, en particular, en el cerebro. De ahí a deducir que ello puede provocar alucinaciones hay un trecho, pero lo interesante del de estudio no es tanto su resultado como su enfoque: frente a un hecho sobrenatural no afirmar que es un hecho sobrenatural, sin más, sino buscar las causas naturales desconocidas que lo producen.

Un enfoque que también usó el ingeniero eléctrico Vic Tandy, al sospechar que eran los sonidos los que podían provocar determinadas alucinaciones fantasmales, tal y como explica Richard Wiseman en su libro Rarología:

Al escribir sobre sus experiencias en las páginas del Journal of the Society for Psychical Research, Vic especuló sobre que ciertos edificios pueden contener infrasonidos (quizás provocados por fuertes vientos al soplar a través de una ventaba abierta, o el ruido sordo del tráfico cercano) y que el extraño efecto de estas ondas de baja frecuencia puede hacer que algunas personas crean que el lugar está encantado.
Podéis leer su historia completa en Una corriente de aire para ver a Dios o el hombre que vio un fantasma y no se lo creyó.

Fuente:

Xakata Ciencia
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