La ventaja que ofrece este método sobre otros es que no niega el poder del pensamiento positivo ni asume que el pensamiento negativo sea “malo“: se trata de buscar un equilibrio entre lo que deseamos y lo que estamos dispuestos a hacer para conseguirlo.
“Creer es poder”, ¿no es cierto? Muchos lectores recordarán el éxito que tuvo una serie de superación personal llamada El Secreto,
que consistía básicamente en ejercicios de visualización para traer a
nuestras vidas todo aquello que siempre habíamos deseado, gracias a la
ya famosa “ley de atracción”. ¿Pero qué pasaría si encontráramos que, en
realidad, la visualización y el pensamiento positivo nos desgastan y
nos alejan poco a poco de nuestros deseos, sueños y mejores intenciones?
La psicóloga Gabriele Oettingen ha
dedicado su carrera a estudiar los efectos del pensamiento positivo de
las personas, así como el impacto que este tiene en la realidad. En 2011
llevó a cabo un estudio donde a los participantes les estaba prohibido
beber agua. Luego, los sedientos participantes pasaban por un ejercicio
de visualización donde se les pedía imaginar un vaso de agua fresca
(aquello que seguramente deseaban más que nada en ese momento). Por
último se procedió a tomar la presión sanguínea. Aunque estaban
relajados por el ejercicio, Oettingen descubrió que en realidad estaban menos motivados, o dicho de otro modo, que la fantasía había suplido la intención.
La mente es poderosa, sin duda; pero en
algunos casos, nuestras fantasías pueden jugarnos malas pasadas.
Imaginarse trabajando en lugar de procrastinar fijará la tendencia a
procrastinar. Incluso se ha considerado
que el discurso político de campañas electorales mantiene una
correlación negativa con la realidad (esto es, que mientras más empleos
se prometen, la tasa de desempleo se ahonda).
Para ciertos gurús motivacionales o
coachs de programación neurolingüística, “nuestro cerebro no distingue
lo real de lo imaginario”. El estudio de Oettingen demuestra,
paradójicamente, esta premisa, pero llevada a su extremo: imaginar
vívidamente te hace perder el impulso de materializar tu deseo.
¿Existe
algún ejercicio mental para llevar nuestros deseos a cabo? Sí, pero no
es 100% mental, y no necesita de ningún genio de la lámpara.
En su nuevo libro, la doctora Oettingen
analiza las ventajas del “contraste mental”, una técnica que conjuga el
pensamiento positivo con el negativo, tratando de reemplazar patrones y
hábitos mentales. Como decir “contraste mental con intenciones de
implementación” era poco atractivo en términos mercadológicos, Oettingen
decidió bautizar su técnica como “Woop” (“wish, outcome, obstacle,
plan”, o deseo, resultado, obstáculo, plan). Veamos cada parte del proceso:
Deseo
Piensa detalladamente en algo que deseas durante un par de minutos.
Resultado
Luego, imagina vívidamente todo lo
positivo que asocias con ese resultado (un mejor empleo, reconocimiento
de tus pares, una emoción determinada, etc.; cualquier cosa).
Obstáculo
Pregúntate qué hay en ti que esté
impidiendo que tu deseo se materialice (no vale culpar a tus padres, tu
jefe, tu pareja o factores socioeconómicos/místicos/religiosos de ningún
tipo; se trata de un ejercicio de autocrítica y responsabilidad).
Plan
En este punto, puedes trazar un plan utilizando la estrategia “si-entonces”: “Si mi pánico escénico me impide dedicarme a la música, entonces me recordaré todo lo que he estudiado/practicado”, o “Si me encuentro perdiendo el tiempo en redes sociales, entonces me levantaré del escritorio y saldré a dar una vuelta”, etcétera.
La ventaja que ofrece este método sobre
otros es que no niega el poder del pensamiento positivo ni asume que el
pensamiento negativo sea “malo”: se trata de buscar un equilibrio entre
lo que deseamos y lo que estamos dispuestos a hacer para conseguirlo.
Tal vez el verdadero milagro sea el de
la responsabilidad del sujeto para afrontar las consecuencias de sus
deseos: todos deseamos, pero sólo algunos están/estamos dispuestos a
hacer lo necesario para cumplirlos. Encontrar motivación en lo que
todavía no hemos hecho parece ser el verdadero “secreto”, más que
dejarnos llevar como hojas por los vientos deseantes.
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