Viernes, 16 de abril de 2010
1816: Un año sin verano en el hemisferio norte
La erupción del Tambora de 1815
El Tambora es un volcán de la pequeña isla indonésica de Sumbawa en el archipiélago de La Sonda. La isla tiene una extensión de 14.793 kilómetros cuadrados y mide de oeste a este 280 kilómetros. Está atravesada longitudinalmente por una cordillera con varios volcanes. El más oriental, el Tambora, forma la península de Sanggar. De riqueza extraordinaria, Sumbawa produce arroz, algodón, maderas preciosas, tabaco, azufre, petróleo, asfalto… y está muy promocionada turísticamente. Sus habitantes son en mayoría musulmanes.
La erupción del Tambora del año 1815 está considerada como el mayor cataclismo volcánico de los diez mil últimos años. El volcán ahora alcanza 2.850 metros, con una base al nivel del mar de 60 kilómetros de diámetro. Antes de esta gran erupción, su cima sobrepasaba los 4.000 metros. Su cráter, ligeramente elíptico, de 6 kilómetros de diámetro aproximado, tiene casi 1.500 metros de profundidad. Provocó otras erupciones en 1819,1880 y 1967.
Dicen las crónicas que en las primeras horas de la tarde del 5 de abril de 1815 se oyó en Batavia (Java) un ruido extraño, como el retumbar de cañonazos lejanos. Salieron del puerto dos navíos de reconocimiento, sin localizar nada anormal en el mar. Pronto la lluvia de cenizas dio cuenta del comienzo de una erupción volcánica. La gran explosión se produjo días después, el 11 de abril. La propia isla de Sumbawa y la de Lombok quedaron cubiertas por un manto de cenizas de varios metros de espesor que aniquiló a sus habitantes. Durante tres días una densa nube ensombreció totalmente los cielos de islas alejadas hasta 300 kilómetros. Las sucesivas erupciones de 1815, escalonadas entre el 5 de abril y el 23 de agosto, dispersaron en el aire la cima del Tambora, equivalente a un volumen de 30 kilómetros cúbicos, reduciendo su altura en más de 1.300 metros.
El súbito e ingente volumen de lava que irrumpió en el mar de Bali provocó un gigantesco tsunami que sumergió a gran velocidad el litoral de numerosas islas –recordamos que la República Indonésica está formada por más de 17.000 islas- y que grandes aglomeraciones humanas, como Besuki (Java), a más de 500 Kilómetros de distancia del Tambora, o Cerám y Amboine, a 1.600 Km., fueron barridas por una ola de 2 metros de altura que arrastró y sumergió en el mar cuanto encontró a su paso. Hubo 88.000 víctimas.
El Tambora desde la nave espacial americana
“La fuerza de expansión de los gases –dice Jacques Labeyrie- sobre todo de vapor de agua, gas carbónico y gases sulfurados (que se habían acumulado a lo largo de los milenios precedentes, aumentando sin cesar la presión debajo del volcán inactivo) pulverizó y proyectó por el aire esa inmensa cantidad de rocas y cenizas que constituía la diferencia entre el volumen del volcán antes y después de la erupción. Como ocurre en todas las erupciones de gran violencia, una parte importante de todo este polvo de roca y de gases en expansión que lo acompañaban, fue proyectada hasta la estratosfera. Se desconoce la masa del polvo (formado por las rocas pulverizadas, las cenizas de vidrios y cristales y los aerosoles de sulfatos) proyectado a la estratosfera, pero por analogía con lo que ocurrió en el caso de la explosión del Krakatoa, mucho menos poderosa que la del Tambora, es lógico pensar que ésta última haya inyectado, por encima de los 15 kilómetros, por lo menos 150 millones de toneladas de estas partículas de polvo muy finas. Su dimensión de pocos micrones no les permitió durante varios años caer al nivel del mar. Empujadas por los vientos del Este, que predominan de manera permanente en las grandes altitudes, dieron varias veces la vuelta al globo. Quizá durante las primeras vueltas, la nube sólo fuera una franja estrecha que no cubría más que la zona ecuatorial – el Tambora está a 8 grados de latitud Sur- pero, después, esa franja se ensanchó hasta cubrir con un fino velo estratosférico las latitudes tropicales. A partir de este momento, esas partículas se encontraron en la zona de los vientos estratosféricos del Oeste. Reiniciaron entonces su viaje en sentido contrario, extendiéndose poco a poco y cubrieron así las regiones templadas y, al final, toda la superficie restante del globo: se encontró un fino estrato de ese polvo en las nieves de Groenlandia y también en la meseta helada de la Antártida, a una profundidad que corresponde exactamente con el año siguiente al de la erupción y los años sucesivos”.
“Desde la superficie del suelo es casi imperceptible este velo ligero formado por los aerosoles volcánicos, que flotan muy alto sobre nuestras cabezas. Sólo se advierte por las magníficas coloraciones rojas que dejan aparecer a la caída del sol. Sin embargo tiene una influencia climática innegable, que no se descubrió hasta 1963, tras la erupción del volcán Gunung Agung de la isla de Bali.”
Volcanismo activo y clima
La relación entre erupciones volcánicas y clima fue enunciada por Benjamín Franklin. Residía en París en 1784 como Ministro Plenipotenciario de los EE.UU. y observó una niebla seca y constante, de la que comentó en una de sus cartas:
“Durante varios meses del verano de 1783, cuando los efectos caloríficos de los rayos del sol de estas regiones deberían haber sido máximos, había una constante niebla sobre toda Europa y una gran parte de Norteamérica. Esta niebla era de naturaleza permanente. Era seca y parecía que los rayos del sol no tenían poder para disiparla, como fácilmente hacen con la niebla húmeda… de hecho se volvían tan débiles al pasar a través de ella, que, cuando se recogían en el foco de una lente, difícilmente quemaban un papel. Por supuesto, su efecto estival del calentamiento de la Tierra disminuyó en gran manera (…)De aquí que la superficie pronto se helara(…) que las primeras nieves permanecieran sobre ella sin fundirse (…)que el invierno de 1783-84 fuera tal vez más riguroso que ninguno de los que se habían dado en muchos años (…)”
“La causa de esta niebla universal no se conoce todavía. Podría ser adventicia a la Tierra… o podría ser la vasta humareda que, durante largo tiempo continuó saliendo en verano del Hekla, en Islandia y de ese otro volcán surgido en el mar cerca de la isla, cuyo humo pudo ser dispersado por diversos vientos sobre la parte septentrional del mundo…”
“Sin embargo, parece que vale la pena investigar si otros duros inviernos registrados en la Historia fueron precedidos de nieblas de verano semejantes y ampliamente extendidas…”
Benjamín Franklin (1706-1790)
En 1913, el meteorólogo norteamericano William Humpheys concretó que la reiterada serie de erupciones volcánicas de los primeros años del siglo XIX –entre ellas la del Tambora- habían provocado fuera de estación las numerosas olas de frío de aquel extraño verano del año 1816.
No obstante, la propuesta de Franklin de comprobar la relación entre erupciones volcánicas y cambios climáticos se hizo realidad casi doscientos años después, con la exploración histórica de Hubert Lamb en 1970. Entonces Lamb trabajaba en el Servicio Meteorológico Británico. Registró todas las erupciones volcánicas desde el año 1500 hasta 1960, relacionando su impacto sobre la atmósfera de la tierra, con una escala definida en relación con la erupción del volcán Krakatoa en 1883, estableciendo como 1000 unidades un índice referencial que él llamó índice de velo de polvo (IVP). A partir de las pruebas históricas y geológicas se sabe que la erupción del Tambora en 1815, que gestó el año sin verano de 1816, arrojó a la atmósfera tres veces la cantidad de polvo que lanzó el Krakatoa siete décadas más tarde.
Un verano muy frío en Europa.
Aquel año 1816, que se conoce en la Historia del clima como el año sin verano, Europa estaba destrozada por las guerras napoleónicas, que habían terminado en 1815 con la batalla de Waterloo y el exilio de Napoleón en la isla de Santa Elena. La ciencia meteorológica de aquel momento no relacionó el continuo velo de polvo atmosférico, ni los deslumbrantes crepúsculos con la erupción del volcán Tambora, cuya existencia probablemente desconocía.
Se contemplaba con estupor el comportamiento del extraño verano que había retrasado las vendimias del sur de Francia hasta los últimos días de Octubre y las de la cuenca del Rhin hasta principios de noviembre. En París se registraban en el mes de julio temperaturas medias inferiores en 3,5 grados a las normales de aquel mes y, en Agosto, estos valores eran casi 3 grados más bajos.
Los campesinos, que pensaban recuperar las reservas consumidas en los diez años de guerra, tuvieron que afrontar un año misérrimo. Fue necesario que soldados armados se ocuparan del transporte del trigo a la capital para evitar el saqueo del pueblo hambriento. El 19 de julio, desde Las Tullerías, el rey Luis XVIII ordenaba a los vicarios generales de la diócesis de Paris que se hicieran rogativas públicas en todas las iglesias para pedir al “Árbitro Soberano de las Estaciones que conservara los bienes de la tierra, alejara las tempestades y concediera tiempo sereno para que los frutos llegaran a su madurez”.
En Centroeuropa, fuertes tormentas generalizadas descargaban pedrisco de tamaño nunca visto y las riadas arrastraban a personas, animales y enseres. Un terremoto cambió el curso de un río en Capel, convirtiendo las llanuras próximas en un nuevo lago. Hubo necesidad de sacrificar al ganado que no se podía mantener y aumentó la emigración a los EE.UU.
En Londres se repartía diariamente una sopa económica a personas de las clases más necesitadas y, mediado el mes de agosto, la suscripción abierta en favor de labradores y artesanos pobres, ascendía en la capital del Reino Unido a tres millones de reales.
Las continuas olas de frío veraniegas de 1816 se atribuían a nuevas manchas solares y a la invasión en el Atlántico Norte de una gran cantidad de gigantescas masas de hielo polar. Otra hipótesis mantenía que la generalización de pararrayos había modificado la dinámica de las corrientes eléctricas en la atmósfera. Pero nadie supuso que la considerable cantidad de partículas volcánicas insedimentables, introducidas en la estratosfera por la erupción del Tambora, pudiera haber alcanzado el occidente europeo tres meses después, ni que se desplazara alrededor del globo, dando a la luz solar el tinte ceniciento que estuvo produciendo durante tantos meses aquellos crepúsculos tan fantásticamente coloreados.
Erupción en 1822 del volcán Vesubio, el más célebre y devastador del mundo. En los dos últimos milenios ha entrado en erupción al menos cincuenta veces
Fuente:
Meteored