Si aplicásemos a rajatabla el refrán español “Nunca te acostarás sin
saber una cosa más”, nuestro cerebro lo notaría.
A nivel bioquímico la
consecuencia más inmediata es que, en las uniones entre las neuronas,
una proteína del cerebro llamada la delta-catenina se une a un ácido graso para permitir que almacenemos nuevos datos en la memoria.
Pero, además, la estructura cerebral se reconfigura. Sin ir más lejos, aprender un nuevo idioma hace que el cerebro crezca a costa del aumento de la materia gris en zonas relacionadas con el uso del lenguaje.
Y un estudio neurocientífico basado en los taxistas de Londres
ha desvelado que aprenderse las rutas de esta urbe británica hace que
su hipocampo, donde se almacena la representación espacial del mundo que
nos rodea, sea mucho más grande que el del común de los mortales.