Botánica y genetista del Instituto Salk, es una de las ganadoras del Premio Princesa de Asturias de Investigación por su revolucionario proyecto sobre el empleo de cultivos en la reducción de CO2
Joanne Chory cree que una de las herramientas más efectivas para frenar el cambio climático
está delante de nosotros. No hay que fabricar nada. Es algo que
naturalmente se lleva perfeccionando millones de años y solo hay que
dirigir el proceso un poco para que tenga un importante impacto en la
reducción de CO2 . Con una modificación genética, las plantas pueden
desarrollar raíces más duras y profundas que contengan parte del CO2 que
normalmente expulsan a la atmósfera al pudrirse. A gran escala, si se
aplica en los grandes cultivos de cereal en el mundo, podría reducir en
un 20% la emisión de dióxido de carbono que está provocando el cambio
climático. La idea de Chory (Boston, 63 años) le ha valido el Premio Princesa de Asturias de Investigación de este año.
Chory recibió a EL PAÍS en su despacho del Instituto Salk en La Jolla,
California. Los síntomas del párkinson que le diagnosticaron hace 15
años son ya muy visibles. Aun así, sigue acudiendo a diario a trabajar.
Si acaso, es un estímulo para correr más deprisa en la batalla por el
planeta.
PREGUNTA. Cuando empezó a estudiar la genética de
las plantas, hace 30 años, el calentamiento global solo lo estudiaban
los expertos en el clima, no preocupaba a otras disciplinas.
RESPUESTA. Sí, el resto de la comunidad científica
estaba dormida. Los periódicos apenas hablaban de ello. El debate estaba
circunscrito a la climatología. Como en todo, en la ciencia hay un mainstream.
No sé de quién es la culpa, o si hay una culpa. Quizá la gente no tenía
suficiente información para darse cuenta de que el problema lo
estábamos causando nosotros.
P. ¿Qué efecto tiene el cambio climático en las plantas?
R. Todas las plantas están estresadas.
Es fácil de ver desde hace 20 años. Yo lo noto en mi jardín: todo
florece cuando no toca. Tengo una magnolia china que está dando flor en
medio del invierno, no tiene ningún sentido. Y luego se muere en verano,
cuando debería estar verde y bonita. Suelo decir que mi magnolia vive
en la zona horaria de China y tiene jet lag.
P. Su proyecto en cuestión, ¿cómo favorece que las plantas participen en la lucha contra el cambio climático?
R. El objetivo es ayudar a las plantas a
redistribuir parte del dióxido de carbono que absorben normalmente con
la fotosíntesis. Es decir, toman CO2 del aire y agua de la tierra, y por
medio de la fotosíntesis lo convierten en azúcares. Cuando la planta
muere, esos azúcares vuelven a la atmósfera transformados de nuevo en
dióxido de carbono. Nuestro proyecto trata de que la planta guarde ese
CO2 en una parte que sea resistente a la descomposición. Los niveles de
CO2 son más altos en invierno, cuando sucede la descomposición, y más
bajos cuando las plantas están creciendo. Eso nos indica que hay una
forma de facilitar que las plantas ayuden a reducir el dióxido de
carbono.
P. ¿Cómo son esas plantas modificadas?
R. Tienen raíces más profundas y producen más suberina,
que es básicamente corcho. Ahí almacenan carbono. En sequías, eso evita
que se seque la planta. Y si hay mucha agua evita que se ahogue. Le
hacemos fabricar más corcho, en raíces más grandes y más profundas. La
planta absorbe la misma cantidad de CO2, y nuestro trabajo afecta solo a
la manera en que lo distribuye. En vez de ponerlo en las hojas, que se
descomponen y lo devuelven a la atmósfera, lo ponemos en ese tejido,
dentro del suelo y estable. Para reducir el nivel de dióxido de carbono
de la atmósfera puedes utilizar máquinas muy grandes y caras. O puedes
dejar que las plantas hagan lo que saben hacer y llevan perfeccionando
durante 500 millones de años. Solo queremos entrenarlas para que una
parte del CO2 lo entierren en lugar de soltarlo todo a la atmósfera.
El artículo completo en: El País (Ciencia)