Los países que más invierten en ciencia y tecnología son, habitualmente, naciones con un amplio desarrollo económico o mayor crecimiento, lo que permite dar un fuerte impulso a sus estudiantes.
“La educación de hoy es la economía del mañana”. Así le
gusta decir a Andreas Schleicher, director del informe PISA, un programa
de evaluación de alumnos que se ha convertido en un referente
internacional para las políticas educativas.
El desarrollo económico consiste en transitar de una
economía basada en la producción de bienes primarios realizados con
trabajo simple a una economía productora de bienes industriales de alto
valor agregado, llevados a cabo con trabajo complejo. La educación y el
conocimiento tecnológico es el activo fundamental y la condición
necesaria para que un país logre su ascenso hacia actividades
industriales cada vez más complejas, rentables y mejor remuneradas. Los
países que más invierten en educación, ciencia y tecnología son,
habitualmente, los de mayor desarrollo económico o mayor crecimiento.
La condición suficiente
es que las fuerzas políticas, la legislación y las energías sociales
apunten hacia ese objetivo. Si existe esa voluntad política y la
correlación de fuerzas para superar los obstáculos derivados del
rentismo y la protección de privilegios, México podría encaminarse en la
senda para lograr una economía con trabajadores bien educados,
competitivos y bien remunerados.
En los últimos años algo se ha movido en México en
lo que se refiere a presupuesto dedicado a la educación, los niveles de
escolarización y la calidad de la enseñanza. En primer lugar, ha
aumentado considerablemente los recursos destinados a la educación.
Según la OCDE, el porcentaje del PIB destinado a la educación fue de
6,2% en 2010 comparado con 4,1% en 2000.
Actualmente, el presupuesto en educación está en
línea con el promedio de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE) de 6,3% del Producto Interno Bruto (PIB),
incluso por encima de los porcentajes dedicados por Australia (6,1%),
España (5,6%) o Suiza (5,6%). Sin embargo, el gasto anual por estudiante
todavía es significativamente menor en México: a nivel primaria se
gastan cerca de 30,300 pesos por alumno frente a un promedio de la OCDE
de más de 103 mil pesos.
Ventaja competititva
Esos mayores recursos, si bien son insuficientes,
han servido para incrementar la cobertura. México tiene una gran
oportunidad de crecimiento con el llamado “bono demográfico” que no debe
desaprovechar, pues en caso contrario se puede convertir, más que en
una fuente de crecimiento, en un lastre para la economía y en un “bono
de desigualdad”.
México tiene hoy el mayor número de jóvenes en su
historia de entre 15 y 29 años y sólo 56% de ellos está estudiando,
contra un promedio de 84% de la OCDE. Además, somos también el tercer
país con mayor porcentaje de jóvenes ninis con 27,4% de jóvenes de entre
15 y 29 años que no estudian ni trabajan, lo cual suma ocho millones.
Ahora bien, aunque las cifras de cobertura aún son
bajas, hay que recalcar que según la tendencia actual se estima que 49%
de los jóvenes mexicanos concluirán la educación media superior a lo
largo de sus vidas comparado con 33% en 2000.
Mejorar la cobertura educativa traerá beneficios
inmediatos, y en ese sentido va el decreto presidencial que establecía
la educación secundaria como obligatoria, con el objetivo de
universalizarla para 2022.
Evaluaciones
Sin embargo, en un mundo competitivo no es
suficiente si no va acompañado de una educación de calidad. Aunque ha
venido mejorando, las diferencias son aún abismales. Según los
resultados de la prueba PISA 2012, la calificación de matemáticas en
México subió de 385 puntos en 2003 a 413 en 2012, y fue la tercera
mejoría más importante en la OCDE. Sin embargo, de mantenerse este buen
ritmo en los avances “a México le tomará más de 25 años alcanzar los
niveles promedio de la OCDE en matemáticas y más de 65 años en lo que se
refiere a las capacidades de lectura” (PISA 2012).
En México, 55% de los alumnos no alcanzan el nivel
de competencias básicas en matemáticas, y menos de uno por ciento de los
alumnos en el país alcanzan los niveles más altos de la prueba frente a
13% del promedio en la OCDE. Visto de otro modo, de una generación de
dos millones de jóvenes de 15 años, en México sólo cerca de tres mil 500
estudiantes alcanzan un nivel de excelencia, y estos alumnos de más
alto rendimiento obtienen apenas el mismo puntaje que un alumno promedio
en Japón.
Si bien los recursos son insuficientes, el problema
no se reduce a mayor presupuesto. La explicación parece ubicarse en una
compleja amalgama social e institucional que incluye altos niveles de
desigualdad, poca conciencia de la sociedad civil (según las encuestas
la mayoría de la población está satisfecha con la educación recibida
para sus hijos) y una lógica corporativa de la organización del sistema
educativo en la cual el Estado organizó la educación como mecanismo de
control político y hoy no ha logrado desmantelarlo.
Recursos y oportunidades
En esa gestión del presupuesto, 93,3% se destina a
la remuneración del personal, el mayor porcentaje de la OCDE. Sin
embargo, eso no significa que el profesor promedio esté bien pagado (es
el quinto país donde peor se paga a los maestros), ni que estén
remunerados conforme a criterios de desempeño ni que, dada la falta de
transparencia sobre el uso de los recursos, estén siendo dirigidas
hacia donde más se necesita. En efecto, esta concentración de los
recursos limita otras opciones de política educativa que han demostrado
efectos positivos en otras latitudes: programas de alimentación en la
educación preescolar y básica (una mejor alimentación en los primeros
años de vida aumenta la permanencia de los niños en la escuela y
aprenden más), programas de becas a las familias pobres para que envíen a
sus hijos a la escuela, y mayor inversión en infraestructura, lo cual
apoya la disminución de las diferencias por nivel socioeconómico entre
los estudiantes.
Además, en México, no está claro que un mayor nivel
educativo genera mejores perspectivas laborales. Es cierto que los
trabajadores con mayor nivel de instrucción obtienen mejores niveles de
remuneración que el resto. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y
Empleo, aquellos con estudios de preparatoria y universitarios obtienen
ingresos por hora 151% por encima a la remuneración por hora promedio.
Pero esas diferencias son poco perceptibles en niveles de educación más
bajos: la diferencia entre las remuneraciones entre quienes no terminan
la primaria y quienes terminan la secundaria es de alrededor de 20%, y
se ha observado que las diferencias salariales por nivel de estudio han
comenzado a reducirse hasta el nivel de bachillerato concluido en los
últimos años.
Desocupación y crecimiento
Sin embargo, al contrario que en el resto de los
países de la OCDE, se observa que la tasa de desempleo es mayor cuanto
más alto es el nivel de estudios. La tasa de desempleo entre los
individuos de estudios superiores es de 4,8% comparado con 4,4% con
estudios de media superior y cuatro por ciento en secundaria. Es más,
37,7% de los desempleados cuenta con estudios de bachillerato y
superior.
A su vez, 386% de los trabajadores con estudios
profesionales está trabajando en ocupaciones no profesionales. A partir
de estos indicadores es difícil interpretar si México adolece de un
desequilibrio entre lo que el mundo empresarial necesita frente a las
capacidades que la escuela ofrece, o si más bien la estructura económica
de México, por su perfil industrial orientado a la “maquila”, no
demanda trabajo calificado.
Para que la educación promueva el crecimiento, por
tanto, la estrategia tiene que ser integral. La condición necesaria es
formar a trabajadores bien preparados, con un sistema educativo
desarrollado que genere variedad en la oferta de talento, pero no sería
suficiente si no va acompañado de una política económica que genere
estímulos a la investigación y al desarrollo, sinergias con el mundo
empresarial más innovador, el de mayor contenido tecnológico y de valor
agregado que revierta el actual modelo maquilador basado en trabajo de
“ensamble”.
Fuente:
América Economía