El matemático británico Alan Turing, decisivo para derrotar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, propuso un test para averiguar si una máquina determinada puede ser tan inteligente como un ser humano.
Este texto es un capítulo del libro ‘Rompiendo Códigos. Vida y legado de Turing’, recién publicado por el CSIC y la editorial Los Libros de la Catarata. El matemático británico Alan Turing
(1912-1954) fue uno de los científicos más brillantes del siglo XX y su
obra sentó las bases de la informática actual. Su trabajo aceleró el
final de la Segunda Guerra Mundial al vulnerar las comunicaciones
alemanas rompiendo los códigos de las máquinas de cifrado nazis.
Los debates que se generaron en aquella época en torno a las futuras
relaciones (beneficiosas o peligrosas) entre las nuevas máquinas y los humanos influyeron seguramente en la siguiente etapa de la investigación de Turing: la inteligencia artificial. En 1950 publicaba un artículo clave para el futuro desarrollo de esta disciplina: Máquinas de computación e inteligencia.
El artículo, publicado en Mind, una revista de corte
filosófico, estaba basado en una conferencia que Turing había
pronunciado tres años atrás; empezaba con el epígrafe El juego de la imitación, y decía:
Propongo que se considere la siguiente cuestión: “¿Las máquinas
pueden pensar?”. Para ello, lo primero sería dar definiciones del
significado de los términos “máquina” y “pensar”. Estas definiciones
pueden plantearse de manera que queden lo más alejado posible del uso
habitual, pero esta actitud es peligrosa. Si los significados de las
palabras “máquina” y “pensar” se obtienen del uso común, es difícil
escapar de la conclusión de que el significado y la respuesta a la
pregunta “¿las máquinas pueden pensar?” tendrá que ser rastreada en una
encuesta estadística del tipo “sondeo de Gallup”. Pero esto es absurdo.
Entonces, en vez de intentar dar ninguna definición, deberíamos quizá
cambiar la pregunta por otra, que esté muy relacionada y que esté
expresada en palabras relativamente precisas.
Tras esta introducción propone el método alternativo a la pregunta, lo que él llama el Juego de la imitación y que hoy conocemos más familiarmente como test de Turing, que se usa para averiguar si una máquina determinada puede ser tan inteligente como un ser humano. Esa era la
propuesta de Turing: puestos a debatir si las máquinas pueden pensar,
dejemos de reflexionar de manera teórica, atrapados en definiciones
imposibles, cambiemos de tercio y veamos, de manera práctica, si una
máquina se puede comportar de manera indistinguible de un ser humano.
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