Los humanos, y nuestros parientes primates, somos muy diferentes
del resto de los animales en muchas cosas. Somos más inteligentes, más
visuales, mucho menos especializados desde el punto de vista corporal.
Tendemos a ser mucho más generalistas en nuestra alimentación y a tener
un tamaño relativamente pequeño (excepto chimpancés, orangutanes y
gorilas, nuestros más cercanos parientes vivos). Pero algunas de las
diferencias biológicas clave son menos visibles: los primates tendemos a
tener pocas crías a las que cuidamos mucho (una estrategia ‘k’, se le
llama en ecología), a diferencia de otros animales que tienen mucha
descendencia que luego dejan a su suerte (con lo que muchos mueren).
Además vivimos más años que los animales de nuestro tamaño, y crecemos
mucho más despacio, alcanzando la edad adulta más tarde. Según un
estudio recientemente publicado esto tiene una razón de ser: con la
excepción del lémur ratón, uno de los más pequeños, el resto de los primates gastamos hasta un 50% de energía menos que animales de sus respectivos tamaños. Básicamente
le debemos nuestra longevidad y algunas de nuestras características
biológicas clave a nuestra parsimonia energética; o por decirlo de otra
forma, a que somos unos vagos.
Y la diferencia no es pequeña. Si comparamos a los humanos con animales de tamaño parecido haría falta que corriésemos una maratón diaria para alcanzar los mismos niveles de gasto energético. Casi todos los primates tenemos metabolismos leeeeeentos, lo cual explica esa tendencia a la pereza y la modorra que compartimos con orangutanes, chimpancés e incluso gorilas, muy dados a pasar largas horas básicamente haciendo nada. Ese reducido gasto energético nos permite vivir más tiempo con un menos consumo de alimentos, lo cual hace más probable sobrevivir a los malos tiempos. A cambio el crecimiento se ralentiza y las crías han de ser cuidadas durante un periodo más largo, lo cual hace posible crear tradiciones culturales y educarlas en ellas, algo que hacen numerosos primates. El origen de este rasgo tan peculiar podría ser precisamente facilitar la supervivencia en épocas de hambruna, al permitir estirar las reservas durante más tiempo. Lo que parece cierto es que la pereza y el reducido gasto energético son rasgos fundamentales de nuestro grupo. Recuérdelo la próxima vez que alguien le regañe por querer echarse una siesta: dígale que se trata de un imperativo biológico.
Fuente:
RTVE Blog de Ciencias
Y la diferencia no es pequeña. Si comparamos a los humanos con animales de tamaño parecido haría falta que corriésemos una maratón diaria para alcanzar los mismos niveles de gasto energético. Casi todos los primates tenemos metabolismos leeeeeentos, lo cual explica esa tendencia a la pereza y la modorra que compartimos con orangutanes, chimpancés e incluso gorilas, muy dados a pasar largas horas básicamente haciendo nada. Ese reducido gasto energético nos permite vivir más tiempo con un menos consumo de alimentos, lo cual hace más probable sobrevivir a los malos tiempos. A cambio el crecimiento se ralentiza y las crías han de ser cuidadas durante un periodo más largo, lo cual hace posible crear tradiciones culturales y educarlas en ellas, algo que hacen numerosos primates. El origen de este rasgo tan peculiar podría ser precisamente facilitar la supervivencia en épocas de hambruna, al permitir estirar las reservas durante más tiempo. Lo que parece cierto es que la pereza y el reducido gasto energético son rasgos fundamentales de nuestro grupo. Recuérdelo la próxima vez que alguien le regañe por querer echarse una siesta: dígale que se trata de un imperativo biológico.
Fuente:
RTVE Blog de Ciencias