Este pasado 2013 ha sido el más cálido en todo el planeta
desde que se comenzaron a tomar datos en 1880. Si vamos más allá de la
singularidad y buscamos la tendencia histórica, nos encontramos con que de los 10 años más cálidos de este periodo de 134 años, nueve corresponden al siglo XXI. Y
el que queda descolgado del milenio, 1998, tampoco quedó precisamente
lejos de sus colegas. Con estos datos del Instituto Goddard de la NASA,
no queda mucho margen para el escepticismo sobre el calentamiento global.
Un aumento de la temperatura del planeta que Christopher Field,
director del Departamento de Ecología Global de la Carnegie Institution
for Science y catedrático de la Universidad de Stanford (EE.UU.),
advierte que provocará un «incremento del riesgo de padecer fenómenos extremos». Algo que este convulso invierno va confirmando.
Desde que el solsticio llegó, los fenómenos y calamidades meteorológicas
se han sucedido a lo largo y ancho del planeta. Y ha dado lo mismo que
se tratase del hemisferio norte, que del sur. Cuando ni siquiera ha
llegado a su ecuador, este invierno que sufrimos ya se ha ganado su
capítulo en los libros de registros «históricos».
Las sucesivas «ciclogénesis explosivas»
originadas en el Atlántico Norte -«Dirk» y «Erich»- han dejado
inundaciones en todo el sur del Reino Unido «como no se habían sufrido
en más de dos décadas»; en España hemos visto «olas gigantes» que rompían «récord históricos de los últimos quince años» y en Francia han soplado vientos huracanados sobre los Pirineos Atlánticos de casi 230 kilómetros por hora, que en Bretaña y Normandía dejaron a 240.000 personas sin suministro eléctrico.
En el otro extremo del termómetro, los moscovitas han disfrutado de un inicio del invierno «como no recordaban».
Las temperaturas sobre cero que se han vivido en la parte europea de
Rusia hicieron temer incluso por la nieve de los Juegos Olímpicos de
Sochi y se enviaron camiones gigantes a las cumbres circundantes para
recogerla. El Servicio Meteorológico de Rusia aseguró que con la que ha
caído habrá suficiente nieve el 7 de febrero. Por si acaso, las
autoridades han almacenado 16 millones de metros cúbicos del imprescindible elemento.
Vórtice polar
Al otro lado del Atlántico, el comienzo del invierno ha
sido también extremo e histórico. El primer aviso lo dio justo antes de
la Navidad una tormenta de hielo
sobre la ciudad de Toronto, al sur de Canadá -no al norte- que los
diarios regionales calificaron «como la peor de toda su historia», y que
dejó a 250.000 personas sin electricidad. Y solo fue el inicio de una
secuencia de olas de frío «históricas». Porque el 1 de enero, «Hércules»
desplomaba el termómetro en esa misma ciudad hasta los 29 bajo cero y apenas una semana después le seguía el «vórtice polar»,
desplazado desde el Polo Norte por un frente de altas presiones del
Pacífico que habitualmente nunca sobrepasaba Alaska, pero que en esta
ocasión le abría el camino al ciclón ártico hacia el sur de Canadá y norte de Estados Unidos.
A su paso, todo el Medio Oeste y la región de los Grandes
Lagos -cataratas del Niágara incluidas- quedaban convertidos en un
gigantesco carámbano. Nueva York registraba temperaturas «nunca vistas en 118 años» y en zonas de Dakota del Norte y Minessota el frío y el viento dejaban sensaciones térmicas de 50 grados bajo cero.
Más de 200 millones de norteamericanos se veían afectados por una
secuencia gélida que el meteorólogo Ryan Maue presentaba bajo la
afirmación de que «los que tengan menos de 40 años no habrán visto nunca
una igual».
Tampoco está en la memoria de ninguno de los californianos
un invierno como el que están viviendo. «Desde hacía un siglo», en este
Estado de 40 millones de habitantes no se padecía una sequía como la que sufren;
tanto que el gobernador, Jerry Brown ha declarado el estado de
emergencia. Y estamos hablando de la temporada de lluvias, que aunque
parezca increíble es en la que se encuentran. Cuando la época supuestamente «fresca y lluviosa»
termine, y la primavera dé paso al verano, habrá que buscar un topónimo
aún más siniestro para renombrar al infierno del «Valle de la Muerte».
El horno del cono sur
Pero si descontrolado anda el tiempo en el hemisferio norte, no están mejor las cosas al sur del ecuador. En Brasil, a la presidenta Rousseff le costaba esta pasada Navidad contener las lágrimas al observar desde el helicóptero la catástrofe de las inundaciones de los estados de Espíritu Santo y Minas Gerais, donde 50.000 personas tuvieron que abandonar sus casas por las «peores inundaciones de los últimos 90 años».
Y cuando dejó de llover, fue para dar paso a unas temperaturas
sofocantes. En Río de Janeiro la llegada del nuevo año trajo una ola de calor que
provocó sensaciones térmicas de 50 grados; encontrar una ducha libre en
las playas de Ipanema y Copacabana era poco menos que tarea imposible.
Más al sur del continente, el mazazo ardiente sufrido por los argentinos se ganó igualmente a pulso el calificativo de «histórico». En Buenos Aires, si el año 2013 se despidió con la ola de calor «más
duradera de los últimos 107 años», este recién iniciado 2014 va ya por
la tercera, y con sensaciones térmicas de 43,5 grados este pasado
jueves. Pero peor ha sido en Santiago del Estero, al norte del país,
donde se han alcanzado temperaturas de 50 grados,
que es lo que suele medirse en los desiertos del Sahara o del Gobi. Al
lado de estos registros, hablar del quinto año de sequía consecutivo de
Chile y de las decenas de incendios que padece las regiones de Bío Bío y Maule, que han consumido 40.000 hectáreas, parecen algo normal. Pese a que el humo haya cubierto ya Santiago de Chile, la capital del país, y el presidente Santiago Piñera haya tenido que declarar la alerta sanitaria.
También en Australia están conociendo un invierno inolvidable. Melbourne padece la segunda ola de calor «más
duradera desde 1830», Adelaida ha sufrido la segunda «más extrema desde
1939» y esta pasada semana todavía se luchaba contra incendios que han
devorado en el Estado de Victoria 130.000 hectáreas, elevando lenguas de fuego por encima de los 40 metros,
que viene a ser un edificio de quince plantas. Es probable que cuando
los rescoldos se enfríen y se haga revisión de los datos, haya que
cambiar lo de «segunda».
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