Autor invitado: Javier Sanz, autor del blog Historias de la Historia (*)
Durante
la Segunda República Española, entre 1931 y el comienzo de la Guerra
Civil, muchas cosas cambiaron del anterior régimen, la monarquía de
Alfonso XIII. Éste, el mismo día que se proclamó la República, abandonó
el país y creo que fue una decisión más que acertada porque de haberse
quedado, la Guerra Civil habría comenzado cinco años antes. En materia
religiosa, la República emprendió la secularización del Estado, proclamó
la libertad de culto, la voluntariedad de la enseñanza religiosa, el
fin de las exenciones tributarias a la Iglesia... El Papa Pío XI, a
través del nuncio Federico Tedeschini, envió una carta a los obispos
españoles...
La Santa Sede desea que se recomiende a los sacerdotes, religiosos y
fieles de sus diócesis que respeten los poderes constituidos y les
obedezcan para el mantenimiento del orden y para el bien común.
Las dos partes, República y Santa Sede, parecían
poner cordura en un momento difícil pero, otra vez, los fanáticos
decidieron hacer de las suyas. La quema de conventos provoca una ola de
violencia anticlerical y, para echar más leña al fuego, aparece el
arzobispo de Toledo, Pedro Segura, como representante de la facción más
extremista del clero atacando a la República. Desde el gobierno de la
República se solicita a Pío XI que le sustituya de su cargo.
El Papa para no calentar más los ánimos lo reclama para que viaje a
Roma donde permanecerá hasta 1937. A pesar de todo, los cosas volvieron a
complicarse cuando el gobierno incautó una carta al obispo de Vitoria,
remitida por Pedro Segura, en la que, en previsión de la expropiación de
los bienes de la Iglesia, aconsejaba que se facultase a los obispos
para poder vender los bienes eclesiásticos y poner los inmuebles de la
Iglesia a nombre de seglares. Rápidamente, el gobierno actuó y
publicó un decreto en el que se suspendían las facultades de venta y
enajenación de los bienes y derechos de todo tipo de la Iglesia Católica
y de las órdenes religiosas.
El paso del tiempo consiguió que las aguas volviesen a su cauce. Y como cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo... el Ateneo de Madrid
(el templo de la cultura, el ágora del pensamiento libre, el senado de
la libre discusión...) decidió en 1936 hacer una votación para decidir,
democráticamente, si Dios existía. El resultado de la votación fue que,
según las mentes privilegiadas de este país, Dios no existía por un solo
voto. ¿Y no habría cosas más importantes que discutir? De entre los
socios del Ateneo de Madrid han salido 16 presidentes de gobierno de
España... no digo más.
Tomado de:
El País (España)