Un estudio realizado por investigadores en Japón revela que el detonante del canto del gallo es su ciclo circadiano interno, y no las condiciones de luz, como se creía anteriormente.
Anteriormente se desconocía si este acto por parte de los gallos se detonaba en razón de estímulos circundantes en el ambiente o no, sin embargo este estudio sugiere evidencias que también podrían ser aplicables para algunos otros animales, como gatos y perros.
Takashi Yoshimura, investigador de la Universidad de Nagoya, quién es uno de los responsables de este trabajo, colaboró con un grupo de especialistas para dirigir este experimento, donde mantuvieron a un grupo de gallos en condiciones simuladas de luz, donde la evolución de la iluminación imitaba a la de 24 horas de un día normal, pero con un desfase opuesto al horario real, con el objetivo de comprobar si los estímulos del ambiente eran lo que en realidad detonaban su canto, sin embargo, a pesar de todo y con el Jet-lag simulado, las aves cantaban invariablemente al momento del alba.
"Estamos interesados en los mecanismos que controlan desde una perspectiva genética la conducta de los animales, los gallos son un excelente modelo de inicio", señala Yoshimura.
Los investigadores argumentan que este hecho comprueba que el canto de los gallos está sujeto y condicionado a un ciclo circadiano, propio del reloj biológico de estos animales, en otras palabras, están programados genéticamente para cantar a una determinada hora del día, no 100% precisa pero cercana, marcando así sus lapsos de 24 horas para realizar este acto.
Alimentarse, dormir, levantarse, existen distintas actividades cíclicas que realizan los entes vivos por este mecanismo interno de tiempo, desde las plantas hasta el propio ser humanos, todos programados genéticamente para realizar estos ciclos. Los resultados de este estudio representan la primera etapa de un proyecto más amplio, donde el grupo de investigadores busca también explicar otros fenómenos del tipo, como el canto de otras aves o los detonantes del habla en los humanos.
Imagen: TBWA
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