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24 de enero de 2013

Y la historia se repite: La crisis del Imperio romano

«La principal lección de la historia es que los hombres no aprenden las lecciones de la historia» (Aldous Huxley).

En el siglo tercero después de Cristo el mundo sufrió un cambio climático. Hasta entonces el imperio Romano había disfrutado de un clima estable, cálido y húmedo, que incluso permitía el cultivo de la vid en Inglaterra, pero entre el año 200 y el 300 el clima se hizo más frío y seco, probablemente debido a varias importantes erupciones volcánicas registradas (ver bibliografía).

Como consecuencia del cambio climático la producción de cereal en Egipto, el norte de África y la península Ibérica, sus principales graneros, se redujo, como demuestran los registros. Al mismo tiempo las conquistas del Imperio Romano se habían detenido por falta de vecinos lo suficientemente ricos y débiles para que valiera la pena la expansión, y consecuentemente no había ingresos militares, pero los gastos militares no se redujeron sino que aumentaron. Las legiones debían mantenerse bien pagadas o se rebelaban y nombraban nuevos emperadores. La disminución de ingresos por debajo de los gastos y la reducción de cosechas provocaron la grave crisis económica del siglo tercero. La respuesta fue devaluar la moneda reduciendo su contenido en metales preciosos.






















           



La inflación es tan antigua como el dinero: Contenido en plata del denario romano durante
 la crisis fiscal del siglo III.

El efecto de disminuir el valor del dinero es siempre el mismo, los precios se disparan, la economía se resiente y disminuyen aún más los ingresos por impuestos. La siguiente respuesta fue aumentar los impuestos y se incrementó la burocracia destinada a producir y hacer cumplir leyes cada vez más numerosas y complejas con el objeto de extraer la mayor cantidad de riqueza posible de las clases productivas, mientras los muy ricos estaban exentos de impuestos. El comercio a larga distancia, la principal fuente de riqueza del imperio, se colapsó por el exceso de impuestos, la inseguridad de las rutas, el empobrecimiento de la clase media y la devaluación de la moneda. Los ciudadanos hartos de impuestos abandonaban los oficios para vivir de los subsidios y en general los habitantes de las ciudades, la marca distintiva del imperio, las abandonaban por el campo. Los terratenientes cambiaban las cosechas de exportación por productos locales utilizados en trueque. Las monedas de oro y plata desaparecieron, acumuladas para retener su valor en una economía en declive. Aún hoy en día se siguen encontrando tesoros enterrados por sus dueños en los turbulentos siglos III y IV, y que no pudieron recuperar, como el reciente tesoro de 159 monedas de oro en St. Albans (Inglaterra).


Algunas monedas del tesoro romano de St. Albans (UK), encontrado por un buscador novato en su primer día.

La posesión de tierra no era una solución al problema de los romanos. Fácilmente imponible, estaba además sujeta al pillaje de las bandas de bagaudae, peligrosísimos indignados anti-sistema de la época. Para evitar que las tierras se abandonaran surgieron leyes obligando a los que las trabajaban a seguir haciéndolo de por vida y haciendo que los hijos heredaran esa obligación, creando la servidumbre que dio origen al sistema feudal, que sería adoptado dos siglos más tarde por los invasores bárbaros, que no eran terratenientes sino nómadas pastoriles.

En el año 251 una plaga de viruelas (auténtico cisne negro) diezmó a la población complicando la situación. En el año 260, aprovechando la derrota y captura del emperador por los persas sasánidas, el imperio se rompió en tres estados, los imperios Romano, Gálico y Palmirano, en guerra entre ellos y contra los invasores que los atacaban en todas sus fronteras. La Dacia y los Campos Decumanos fueron abandonados y Mesopotamia entregada a los persas, territorios perdidos para siempre.


                  




















          



El 260 fue el momento álgido de la crisis, con el imperio roto en tres estados y bajo 
ataque por todos los frentes.

A partir del 270 Aureliano empezó a restaurar el imperio expulsando a los invasores y derrotando a los secesionistas. Pero Roma nunca volvería a ser la que fue. A pesar de que el clima empezó a mejorar, su sistema económico había quedado irremediablemente dañado. Los bancos habían quebrado en masa. No había dinero para reconstruir lo destruido. La Pax Romana era una quimera y las ciudades se rodeaban de murallas. El imperio era ingobernable y se hizo necesario dividirlo. El feudalismo se extendía con los terratenientes que oprimían a sus siervos al amparo del estado. Lo único que quedaba de la antigua Roma era su ejército que se transmutó en un ejercito de mercenarios dirigido por mercenarios.


Lea la historia completa en:

Ciclo Inversor
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