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29 de enero de 2013

Psiquiatría: Los tres Jesucristos de Michigan

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Milton Rokeach fue un psicólogo social nacido en Hrubieszów (Polonia) en 1918 y que se trasladó con su familia siete años después a Brooklyn. Tras terminar su formación en Nueva York (Brooklyn Collegue) y en la Universidad de California, Berkeley, Rokeach se incorporó al servicio psicológico de la Fuerza Aérea durante la II Guerra Mundial. A su vuelta a California, obtuvo un doctorado e inició una carrera académica que le llevó sucesivamente a Michigan State University, la Universidad de Western Ontario, Washington State University, y a la University of Southern California.  El principal interés científico de Rokeach era la identidad. Se planteaba cómo desarrollamos una identidad propia y qué es lo que nos hace ser quienes somos o porqué a veces se producen crisis de identidad.

En 1959, Rokeach decidió tratar a tres esquizofrénicos paranoicos que estaban en el sistema de salud mental de Michigan de una forma novedosa y no exenta de polémica. Les puso juntos. La peculiaridad del caso es que cada uno de los tres estaba convencido de ser Jesucristo. De esta manera se les ponía frente a uno de los conflictos más difíciles para un ser humano: que más de una persona reclame la misma identidad, que otra persona diga ser quienes nosotros creemos ser.

El objetivo de Rokeach era ver cuál era el resultado de ese enfrentamiento, confiando que de esa interacción surgiera un cuestionamiento sobre esa identidad supuesta y se pudiese avanzar en su curación. 

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La premisa del proyecto era realmente sencilla: alojar a los tres hombres en el mismo pabellón, hacerles trabajar juntos, reunirlos diariamente en sesiones de grupo, inicialmente bajo la supervisión de Rokeach y sus ayudantes pero posteriormente solos, y todo ello durante veinticinco meses. De esa experiencia, Rokeach escribió en 1964 un libro titulado “Los tres Cristos de Ypsilanti: un estudio narrativo de tres hombres perdidos”, siendo ése el nombre de la ciudad de Michigan donde estaba el hospital psiquiátrico.

Inicialmente, como uno esperaría, se produjeron conflictos entre los tres “jesucristos”, los tres discutían constantemente sobre quién era más sagrado y en ocasiones llegaban a las manos. 

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Según Rokeach, uno de los pacientes gritaba “Me tienes que adorar”, a lo que otro respondía “No pienso adorarte. Eres una criatura. Mejor que vivas tu propia vida y te des cuenta de una vez de cómo son las cosas”. Esa tensión evolucionó de maneras distintas y a pesar de la gravedad de su delirio, se vio que los tres pacientes no querían problemas e intentaron de distintas maneras superar la extraña situación que estaban viviendo. Para lograrlo y alcanzar una paz personal, cada uno siguió una táctica diferente. Uno de ellos, supuestamente llamado Clyde Benson, un granjero alcohólico de 70 años, simplemente negó la existencia de los otros dos y empezó a referirse a ellos como si fueran cadáveres reanimados o muertos operados por maquinarias internas. El segundo, Joseph Cassell, un escritor fracasado de 50 años que había sido internado tras un comportamiento cada vez más violento con su familia, señaló que los otros dos pacientes estaban internados en un hospital siquiátrico por lo que obviamente estaban mal de la cabeza y luego justificó su estancia allí, en su normalidad como Jesucristo. El tercero, Leon Gabor, un joven de 30 con una madre controladora y psicótica, veterano de la II Guerra Mundial, cambió su identidad, pero no hacia su persona original como Rokeach esperaba sino que se humilló identificándose con el nombre de “Estiércol Virtuoso Idealizado” y cambiando su “esposa” que hasta entonces era la Virgen María, por una esposa que él denominaba Madame Señora Yeti, una mujer de más de dos metros de altura y 90 kilos de peso, descendiente de un indio y un jerbo. De este modo, Leon fue alterando su delirio para que pudiera encajar sin enfrentamientos en la nueva situación.

Rokeach se dio cuenta de que su estrategia inicial no funcionaba, ninguno de los tres se acercaba a la normalidad e intentó un nuevo plan: usar ejemplos positivos, lo que ahora llamamos modelos, en un intento de que los tres pacientes mejorasen su forma de comportarse. Para ello, les escribía cartas teóricamente enviadas por esos modelos positivos. En el caso de Leon, las cartas las envía supuestamente su “esposa Yeti”. Al principio reacciona bien y hace las cosas que su esposa le pide, entre ellas que en las sesiones cante “Adelante soldados de Cristo” y que fume una marca determinada de cigarrillos. Leon está tan afectado por esas cartas que rompe a llorar de emoción cuando las recibe pero cuando la esposa Yeti le pide que cambie su nombre, siente que su identidad está puesta en cuestión y está a punto de divorciarse de ella cuando Rokeach abandona finalmente esta parte del experimento. En el caso de Joseph, las cartas las envía supuestamente el director del hospital de Ypsilanti, que él piensa que es su padre. De nuevo, al principio sigue algunas de las sugerencias de las cartas pero finalmente cuando eso entra en conflicto con su imagen del mundo, con su esquema mental, se aleja también de él. La manipulación de Rokeach también alcanza a Clyde que supuestamente recibe cartas de familiares difuntos.

Según uno sigue la historia del experimento, al menos desde nuestra visión actual, te sientes más y más incómodo. Rokeach juega con los pacientes como si fuesen títeres y todo parece estar dirigido a su beneficio y al resultado de sus juegos más que en el provecho de esos tres pobres desgraciados. Cuando el experimento termina al cabo de dos años, básicamente les deja tirados.

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En el epílogo de una edición del libro veinte años después, en 1984, Rokeach se denomina a sí mismo “el cuarto Cristo” y se disculpa por los muchos errores cometidos en ese experimento, señalando que aquella historia insana de locura era tanto sobre él como sobre los tres Cristos. “No tenía derecho a jugar a ser Dios” escribe.

En el libro, que es una mezcla de cuaderno de laboratorio, relato de divulgación científica y novela, los tres “cristos” discuten, pregonan sus ideas y declaman sobre su divinidad. También llegan a enfrentarse a golpes. 

Sus interacciones son interesantes y a veces divertidas pues conservaban un poco de ironía y de humor, pero pronto sientes lástima por ellos. Intentar que razonaran sobre su identidad no funcionaba porque precisamente lo que habían perdido era la razón. Sus monólogos, conversaciones y expresiones son duras, trágicas y a veces cómicas también, como cuando Joseph explica que él es Dios, pero también gobernador de Illinois porque “ya sabes, uno tiene que ganarse la vida”.

Los tres pacientes, el médico y quizá todos nosotros tenemos probablemente sesgos sobre quienes somos y pensamos que nuestra propia imagen es la más cierta, la real y que está basada en el razonamiento y en la observación. El relato de Rokeach nos hace pensar algo perturbador, que quizá nuestras creencias más profundas, más íntimas, la raíz de nuestro propio ser, puede que no sean totalmente ciertas.

Leyendo los testimonios de los tres pacientes y su médico surgen muchas preguntas ¿Qué es lo que constituye nuestra propia identidad? ¿Hay más conflictos de identidad en la actualidad? ¿Es ético llevar al límite a un esquizofrénico aunque sea con la sana intención de mejorar su estado? ¿Cree un psicótico con la misma intensidad en su delirio que los no psicóticos lo hacemos sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea? ¿Puede un psicólogo “tratar” a un esquizofrénico cuando, por definición, sospechan sobre la realidad y rechazan a todo tipo de autoridad? Más de cincuenta años después del experimento de Rokeach seguimos teniendo más preguntas que respuestas sobre la esquizofrenia y la identidad.

Los tres pacientes no se recuperaron de sus delirios. No creo que ganáramos ningún conocimiento científico de este episodio y sí una cierta inquietud sobre lo que creemos ser y lo frágil o subjetiva que puede ser esa imagen de nosotros mismos. También creo que en una lectura actual todos sacamos un profundo deseo de que la ciencia haya cambiado y que un experimento así ya no sea posible. Probablemente un comité ético actual no aprobaría un tratamiento-experimento de ese tipo pero eran los tiempos la internalización de los pacientes de por vida, de los médicos con poderes omnímodos, de las lobotomías, de los electrochoques masivos, o de considerar la homosexualidad un tipo de perversión o una enfermedad que debía intentar curarse como fuera. Afortunadamente las cosas han cambiado.

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De “Los tres Cristos de Ypsilanti” se hicieron dos óperas, una película y una obra de teatro. Lo que es menos sabido es que el experimento de Rokeach se le ocurrió leyendo a Voltaire cuando escribe en un comentario al libro de Cesare Bonesana di Beccaria “Un ensayo sobre crímenes y castigos”, de Simon Morin, un enfermo mental que fue quemado en la estaca en 1663

Era un hombre trastornado, que creía ver visiones; y llevaba su locura tan lejos como a imaginar que había sido enviado por Dios y a decir que se había incorporado con Jesucristo.
El parlamento, muy juiciosamente, le condenó a prisión en un manicomio. Lo que fue muy llamativo es que allí estaba, en esa misma época y confinado en el mismo manicomio, otro loco que se llamaba a sí mismo el padre eterno. Simon Morin quedó tan asombrado con la locura de su compañero, que sus ojos se abrieron a la verdad de su propia condición. Pareció, durante un tiempo, que había recuperado la cordura.
Algo que no sucedió con los tres pacientes de Michigan.

Fuente:

UniDiversidad
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