Nuestra vestimenta, una vez cubiertas las necesidades básicas, funciona como “señalización externa”, tal y como lo denominan los científicos sociales: transmitir a los demás lo que somos mediante lo que llevamos puesto.
Durante la historia se ha intentado regular esta señalización externa con severas leyes. Por ejemplo, en la Inglaterra renacentista sólo la nobleza estaba autorizada para vestir determiandas clases de piel, tela, encaje, adornos d cuentas por pie cuadrado, etc. Las razones eran obvias: si se permitía que todo el mundo vistiera como quisiera, entonces distinguir tu clase social mediante la ropa se hacía más difícil.
Hoy en día ocurre algo parecido, pero en vez de leyes se usan otras estrategias. El precio es una de las principales: si vendemos un bolso a un precio 40 veces más caro de lo habitual sólo por el hecho de que está diseñado por determinada marca exclusiva, entonces privamos de su compra a todos aquellos que no dispongan del dinero suficiente para hacerlo. Y, a su vez, las imitaciones o falsificaciones son la manera que tiene el mundo de superar esta barrera.
Con todo, dejando a un lado las razones legales del asunto, vestir con imitaciones no es una acción baladí ni siquiera a nivel psicológico. Es lo que los científicos sociales llaman “autoseñalización”. Es decir, que el portador es consciente de que su vestimenta es una falsificación, y no actúa, entonces, del mismo modo que si llevara una prenda auténtica.
Para dejar en evidencia este efecto psicológico, Dan Ariely (autor del libro ¿Por qué mentimos?) y Fances Gino y Mike Norton (profesor de la Universidad de Harvard) llevaron a cabo un experimento. Reclutaron a varias estudiantes de empresariales, y asignaron a cada mujer a una de tres situaciones: auténtica, falsa o sin información. Lo explica así Ariely en su libro ¿Por qué mentimos?:
En la auténtica, les decíamos que se pondrían gafas de Chloé de diseño. En la falsa, lucirían gafas de imitación que parecían idénticas a las de Chloé (de hecho, todos los productos que usábamos eran McCoy auténticos). Por último, en la condición sin información, no decíamos nada sobre la autenticidad de las gafas.A continuación, las mujeres debían interactuar con un viejo amigo con quien podían o no engañar sobre determinadas cuestiones. Las que más engañaron fueron las que llevaban imitaciones. Gracias al grupo de control que no sabía si llevaba artículos falsificados o no, se dieron cuenta de que llevar un artículo auténtico no las hacía más honestas: lo que le hacía más deshonestas era llevar un artículo falso. Como si llevar a sabiendas un artículo falsificado relajara en cierto modo las limitaciones morales, es decir, distorsionara cómo nos percibimos a nosotros mismos.
Si queréis profundizar en el tema, quizá os interese leer los artículos El efecto Proteo: la belleza determina la seguridad en uno mismo… incluso en un mundo virtual (I) y (y II).
Fuente:
Xakata Ciencia