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16 de diciembre de 2012

Masacre de Connecticut: Neurobiología de un asesino

Sobre el autor de la masacre de Connecticut


Imagen del asesino en el año 2005.
Imagen del asesino en el año 2005.

Con tan imprevisible periodicidad, como predecible constancia, el horror regresa en forma de matanza escolar. Esta vez ha sido en Connecticut. Pero ¿qué más da dónde haya sido? Es la enésima vez que recibo una llamada urgente de un diario: ¡Por favor que escribas algo inmediatamente, ha habido una matanza en una escuela! Y siempre es lo mismo, los mismos horrores, las mismas preguntas: ¿Por qué suceden estas cosas?, ¿estaba loco? Obviamente siempre nos faltan datos para saberlo, pero también es verdad que hay denominadores comunes que nos permiten analizar el caso sin cometer demasiados errores.

Por un lado, están los datos estadísticos que coinciden insistentemente: los enfermos mentales no cometen más actos violentos que los no enfermos. Pero por otra está la etiqueta social de "persona-extraña-impulsiva-violenta-peligrosa" que comete una atrocidad inesperada. Sin duda hemos de admitir que es extraño que un joven de 20 años que hace estas cosas no padezca ningún desequilibrio mental. Algo debe pasar en su mente. De hecho, algunas voces apuntan a que el asesino de Connecticut pudiese tener algún trastorno.

Esta conducta es tan claramente anómala que no puede ser que todo esté bien en su cerebro. Pero, ¿a qué puede deberse? Los psiquiatras decimos que son conductas en cortocircuito, que acontecen de forma aparentemente inexplicable. Ahora bien, para que se produzcan se necesita una incubación, unos precedentes, y casi siempre las investigaciones posteriores demuestran que presentaban rasgos anómalos de personalidad, alteraciones de conducta, comportamientos extravagantes, impulsivos o agresivos, los cuales fueron minusvalorados o desatendidos por las familias, profesores o sanitarios que les conocieron. Esa negligencia es común a muchas enfermedades mentales.

Es una especie de 'no-querer-ver' quizá por miedo a 'no-saber-qué-hacer'. De hecho, la mayoría de los homicidas y suicidas avisan, han dejado señales sutiles, advertencias que han sido desoídas. Hasta que un día sucede algo que quiebra el equilibrio inestable, y lo siguiente es el paso al acto, la impulsividad incontrolable, la violencia furibunda.

Los detonantes pueden ser pequeñas frustraciones, otras veces simples avatares de la vida, incluso noticias 'calientes' que les llevan a rumiar en sus mentes el modo de actuar.

Alteraciones cerebrales

Otro rasgo común a suicidas y homicidas violentos es que padecen alteraciones de ciertos circuitos y neurotransmisores cerebrales que conllevan la aparición de depresión, angustia e impulsividad.

La mejor conocida es la serotonina, una sustancia que actúa como neuromodulador de afectos e impulsos. Cuando desciende patológicamente favorece el paso al acto impulsivo, tanto en forma de autoagresividad como de heteroagresividad. Es como si eso les impidiera mantener el autocontrol y les llevase a actuar sin los frenos normales que todos tenemos, que nos permiten conducirnos con mesura, raciocinio y equilibrio.

Obviamente, una simple alteración neuroquímica no puede explicar la complejidad de la conducta humana, pero sabemos que ese es el denominador común en los cerebros de personas agresivas y suicidas. No sé si este joven de Connecticut padecía alguna enfermedad, pero es muy probable que si se analiza su cerebro se encuentren alguna alteración neuroquímica.

También sabemos que si a esas personas les damos fármacos que aumentan la serotonina disminuye el riesgo de impulsividad violenta o suicida. Con esto no quiero decir que haya habido una negligencia clínica en este caso, no conozco lo suficiente, pero sí que hay muchos casos de violencia o suicidio en los que si se hubiera intervenido a tiempo tal vez se podrían haber evitado. Al menos, en todos estos casos se debería abrir un expediente pericial neuropsiquiátrico en profundidad, que nos permitiese prevenir el siguiente. De lo contrario, y desgraciadamente, no tardaré mucho tiempo en recibir otra llamada urgente para que opine de otro caso similar. Y que conste que me encantaría equivocarme.

Fuente:

El Mundo Ciencia 

Y en Conocer Ciencia agregamos: son las sociedades las que están enfermas, y una sociedad en decadencia, obviamente, enferma a gran parte de las personas que la constituyen. Es cierto que pueden existir factores genéticos que pueden desencadenar escenas de descontrol, pero la sociedad actual, con padre permisivos, actitud materialista y de consumo, inexistencia de metas a largo plazo para las vidas, individualismo a ultranza y medios de comunicación que introducen basura; esa es la sociedad que genera a estos pequeños monstruos.
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