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15 de septiembre de 2012

Las escenas sangrientas en las "vidas ejemplares" de los santos


Martirio de Santa Águeda, Sebastiano del Piombo, 1520

Corrían los años 60 y Greg F. era un joven inquieto y con talento del barrio neoyorquino de Queens que, como tantos otros, se sintió irremediablemente atraído por la música y la moda hippie del momento. Entusiasta de Grateful Dead, escribía canciones y comenzó a experimentar con las drogas alucinógenas. Sin embargo, nada de eso lograba colmar sus anhelos espirituales, hasta que entró en contacto con la Sociedad Internacional de la Conciencia  de Krishna, dirigida por el swami Bhaktivedanta. Vestido con su túnica naranja y cantando una y otra vez el Hare krishna, pareció haber encontrado por fin su lugar en el mundo. Pero durante el segundo año comenzó a quejarse de que lo veía todo cada vez más borroso. A los ojos de sus correligionarios no había dudas: estaba alcanzando un estadio superior de santidad, la luz interior estaba creciendo en él. Esa explicación pareció conformarle y dejó de quejarse. Poco después su carácter comenzó a sufrir cambios, mostraba cada vez una mayor serenidad y en ocasiones podía quedarse horas en un estado de aturdimiento. De nuevo no había duda para su maestro: eso es que estaba alcanzando la beatitud. Así fue pasando el tiempo y —tras varios años sin tener contacto con él— sus padres acudieron a visitarle al templo de Nueva Orleans en el que residía.

Al verlo quedaron horrorizados. Estaba gordo, calvo, completamente ciego y con una sonrisa bobalicona en la cara. Parecía incapaz de mantener una conversación, así que inmediatamente decidieron llevarlo a un hospital. Allí le diagnosticaron un tumor cerebral. Aunque era benigno, había crecido hasta el tamaño de una naranja, de forma que pudieron extirpárselo mediante cirugía pero los daños que había causado eran ya irreversibles. Ingresado en un psiquiátrico, allí pasó el resto de sus días en silla de ruedas y con las facultades mentales seriamente mermadas, en ese estado que su maestro consideraba de “beatitud”. Nada de esto habría ocurrido de haber acudido al médico ante los primeros síntomas. En ese centro en el que vivió lo que le quedó de vida fue tratado por el psiquiatra Oliver Sacks, quien años después escribió esta triste historia en su libro Un antropólogo en Marte, y que posteriormente inspiraría la película The Music Never Stopped (Jim Kolhberg, 2011).

¿Qué conclusiones podríamos sacar de esto? Pues la primera es que la ciencia moderna nos está arrebatando toda clase de milagros y santidades. Donde antes estaba la mano de Dios ahora es cosa de algún tumor, gen o producto químico. Veamos por ejemplo el caso de San Estanislao de Kostka, patrón de los huesos rotos, un santo polaco del siglo XVI cuya devoción es descrita en esta web de los franciscanos en los siguientes términos:


Pedro Mártir representado en el Retablo de San Antonio Abad, Museo Catedralicio de Astorga

“El extraordinario fervor con que hacía la oración. Salía de ella con el rostro encendido y el corazón jadeante, de suerte que tenía necesidad de airearse en el jardín, habiendo sido preciso más de una vez aplicarse paños mojados en agua fría para calmarse. Sus desmayos y éxtasis se repetían con mucha frecuencia.”

Sin ser médico yo diría que muestra síntomas de lo que hoy día se consideraría una enfermedad… No obstante, respecto a su capacidad para levitar cuando se cantaba la Salve sigue sin haber actualmente una explicación científica. Tal vez Magneto tenga la respuesta. En el libro La física de los superhéroes James Kakalios explica el poder de vuelo de este personaje del cómic mediante el principio de levitación diamagnética. Estamos compuestos principalmente por agua, cuyas moléculas son diamagnéticas, lo cual significa que sus campos magnéticos atómicos se alinean opuestamente al campo magnético externo. Es decir, si se aplica bajo nuestros cuerpos un campo magnético de intensidad suficiente, la repulsión generada por los átomos que forman el 70% de nuestro cuerpo podría contrarrestar la fuerza de la gravedad y hacer levitar a cualquiera de nosotros, a Magneto y al mismísimo Estanislao de Kostka. Es una posible explicación. Otra es que aquellos que loaron sus milagros exagerasen un poco.


El martirio de San Erasmo, Nicolas Poussin

Pero hay otros muchos santos dignos de mención, como San Buenaventura, un santo toscano “cuyo rostro reflejaba el gozo” y a quien caracterizaban las virtudes de la humildad, pobreza, oración, mortificación y la paciencia, entre otras, y que es considerado el patrón de los desórdenes intestinales.  En la web anteriormente citada, se describen sus virtudes en unos términos que parecen extrañamente vinculados a su actividad patronal:

“Grandiosa fue la actividad del Santo de Bañorea como sacerdote, como prelado y como sabio. Pero ni la ciencia ni la acción secaron su espíritu. Espoleado de abrasante amor a Dios y al prójimo, vivió una intensa vida interior, savia que empapaba toda su actividad de efluvios sobrenaturales. Secreto resorte de todo dinamismo sobrenaturalmente fecundo ha sido siempre una robusta vida interior.”

Pero la escatología cristiana no se limita a ser algo… eh, escatológica, en el otro sentido de la expresión.
Más allá de brotes epilépticos, levitaciones y efluvios que lo empapan todo, muestra cierta predisposición hacia las representaciones de violencia más extrema. Acompañadas incluso de cierto humor negro, como veremos. Esto no deja de ser una obviedad para cualquier español nacido antes de 1980, así como para cualquiera que haya visto La pasión de Cristo de Mel Gibson, pero merece la pena hacer un breve recorrido por el santoral y especialmente por sus mártires. Al fin y al cabo, “el martirio es como un “test” de la verdad del cristianismo; es, podemos decir, un control de calidad. “Los mártires acreditan con su vida la Realidad de lo que creen y esperan”, en palabras del Vicepresidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez.

Es costumbre representar a los mártires junto con el objeto con el que fueron torturados o asesinados (tal como ocurre con el propio Jesús) y un ejemplo de ello es Pedro Mártir. Como si de un personaje de película de terror se tratase, suele ser representado con su característica hacha en la cabeza. Nació en Verona a finales del siglo XII, era un niño muy estudioso y devoto e ingresó en la Orden de los Predicadores de los dominicos, posteriormente sería nombrado Inquisidor de Lombardía y alcanzaría gran renombre por sus discursos. Hasta que en una conspiración cátaros y gibelinos le tendieron una emboscada durante un viaje y murió —como el lector sospechará— mediante un hachazo en la cabeza. Al recibirlo su reacción fue ponerse a rezar. Viendo que se le agotaban las fuerzas, mojó un dedo en su propia sangre y escribió antes de morir: “credo”. Debido a la manera en que fue asesinado y —en línea con este peculiar humor negro que indicábamos— los fieles acostumbran a invocarlo cuando sufren jaquecas.


Aquí vemos a Dionisio en La Crucifixión del Parlamento de París, André d’Ypres, Museo del Louvre

De manera similar, San Clemente suele aparecer representado junto a un ancla, pues a una se le ató para a continuación lanzarlo al mar y convertirse así en el patrón de los marineros. Estos tienen también como patrón a San Erasmo, torturado con clavos bajo las uñas y finalmente muerto —según posterior invención popular— debido a que le sacaron los intestinos con un cabrestante de barco.

Un nivel de crueldad similar mostraron los torturadores de San Blas, quienes le arrancaron la piel a tiras usando peines de hierro de cardador y posteriormente decapitaron. Final muy parecido al de San Bartolomé, despellejado con un cuchillo, que pasó a ser su atributo. Un santo patrón de… adivínenlo. Curtidores, peleteros y fabricantes de guantes.

Otro caso digno de mención fue el de San Dionisio; se convirtió en el siglo III en Obispo de París hasta que, como era costumbre en el Imperio Romano, fue capturado y sometido a toda clase de tormentos. Fue flagelado, atado con pesadas cadenas, le echaron fieras para que lo devorasen e incluso fue puesto en una parrilla. Pero estaba hecho de tal pasta que nada de eso fue suficiente, hasta que finalmente murió decapitado. También pasó por la parrilla San Lorenzo, que iba tan sobrado que le dijo al emperador Valeriano, presente en el suplicio: “De este lado ya estoy asado; dame la vuelta y cómeme”. Con dos cojones.

Pero no es el único capaz de soltar frases dignas de Bruce Willis en mitad de los mayores sufrimientos. Santa Dorotea, mártir bajo el emperador Diocleciano, se negó como tantos otros a realizar sacrificios a los dioses y por ello sufrió toda clase de golpes y maltratos que ella decía sentir como “caricias de pluma de pavo real”. A continuación, mientras era conducida hacia su decapitación, dijo a las multitudes que se disponía a ir a un lugar donde no existe el invierno ni la nieve. Un joven se burló pidiéndole entonces que le enviara un cesto de flores y frutas y ella, naturalmente, aceptó el reto. El invierno siguiente el joven recibió en su casa un cesto con lo que había pedido, entonces se convirtió y también murió mártir. Fue San Teófilo.


Aquí lo vemos siendo introducido en la cazuela, Martirio de Juan Evangelista en la Puerta Latina, Charles le Brun

Otros discípulos de Cristo también sufrieron variados tormentos, para no ser menos. Aquellos lectores que hayan sido buenos (por ejemplo, suscribiéndose a la revista) el lejano día de su muerte ascenderán al Cielo, en cuyas puertas se encontrarán con San Pedro, con sus llaves (“Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos”, Mateo 16:18-19). Un santo que también murió crucificado igual que su maestro, pero con el suplicio extra de que fue boca abajo. Fue él mismo quien lo pidió, porque se consideraba indigno de morir de la misma forma que aquél al que negó tres veces.

Parece que cocinar santos era casi una costumbre, ya que además de San Lorenzo, otro que sufrió un destino bastante parecido fue San Juan Evangelista. El único discípulo de Jesús que no lo abandonó en la cruz. Fue introducido en una caldera de aceite hirviendo, aunque logró salir ileso. Al igual que ocurrió con San Vito, siendo esta vez agua lo que hervía en la caldera, de la que también salió indemne.

No puede faltar en un recorrido de este tipo San Sebastián. Soldado del Imperio Romano nacido en la Galia, tras su conversión al cristianismo ayudó a otros correligionarios que se encontraban en las cárceles. Cuando fue apresado se le condenó a ser atado a una columna, donde fue acribillado a flechazos, de los que no obstante sobrevivió. Hasta que finalmente fue apaleado y arrojado a la Cloaca Máxima de Roma. Hoy en día es un icono gay.


San Sebastián, de Rubens

El destino no fue más amable con Santa Águeda. Nacida en el siglo III en Catania, se negó a hacer sacrificios a los dioses y en castigo fue enviada a un prostíbulo, donde logró pese a todo conservar intacta su flor (este es un milagro recurrente en las santas, debían ser muy feas), a continuación el cónsul Quinciniano ordenó que le arrancaran las tetas con tenazas. Así que adivine el lector ante qué males se le encomiendan… efectivamente, problemas con los senos y la lactancia. También son populares en nuestro país los pasteles llamados Tetas de Santa Águeda.

San Andrés era un palestino del siglo I que murió supuestamente en una cruz en forma de aspa. O al menos así lo dictó la tradición posterior, la conocida como Cruz de San Andrés, presente en la Unión Jack británica y en la Ikurriña. Por su parte, los hermanos San Cosme y San Damián vivieron en Siria entre el siglo III y IV, son dos santos médicos que deben invocarse si uno padece peste, inflamaciones de glándulas o moquillo y cuya particularidad no está tanto en los tormentos que sufrieron (lo típico: potros de tortura, lapidaciones…) ni en su muerte (decapitados, como de costumbre) sino en sus métodos de sanación, que incluyeron un pionero transplante de pierna, concretamente a Justiniano. Lo curioso del caso es que le pusieron la pierna negra de un etíope, siendo él blanco. Un desliz lo tiene cualquiera.

Y aquí concluimos esta breve selección con uno de los santos cuyo tormento a más artistas ha inspirado e incluso ha pasado a ser una expresión habitual del lenguaje cotidiano. Se trata de Juan Bautista, un santo varón dedicado a clamar en el desierto y coetáneo de Jesús, al que bautizó (de ahí el nombre). Herodes Antipas lo mandó encarcelar y durante un baile ante él su hijastra Salomé mostró tal destreza que el rey le concedió un deseo… No quiso otra cosa la princesa que pedir la cabeza en bandeja de plata del santo. Así se hizo.


Salomé recibe la cabeza de Juan el Bautista, Caravaggio

Fuente:

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