El oscurantismo, rociado de hipocresía,
ha dominado la catequesis sexual de la iglesia católica para con su
clero. Escondiendo el sexo tras un velo de prohibición o de falso
misticismo. La historia de los Concilios ha ido tejiendo una normativa
interna de comportamiento célibe casi siempre transgredida. Este es un
viaje apasionante por los dogmas dictados por los ‘jerarcas del camauro’
para intentar regular el instinto carnal del clero en una imposición
conductual que ha fracasado siempre frente a los principios
antropológicos naturales.
Campaña de Oliviero Toscani, para Benneton
“Si el eclesiástico, además del pecado
de fornicación, pidiese ser absuelto del pecado contranatura o de
bestialidad, deberá pagar [a las arcas papales] 219 libras, 15 sueldos.
Más si sólo hubiese cometido pecado contra natura con niños o con
bestias y no con mujer, solamente pagará 131 libras, 15 sueldos.” Cánon
II de la Taxa Camarae, promulgada por el Papa León X. Siglo XV
Probablemente la lucha antinatura contra
este instinto carnal ha sido el mayor pozo de desprestigio para el
‘negocio de Roma’. Escisiones de la Iglesia Católica Romana como el
Protestantismo y Luteralismo han sabido gestionar mejor la doctrina
moral del sexo aborreciendo el celibato; la prueba es que carece de
casos de abusos sexuales a menores. Si prohibes por mandato divino ‘No
desear a la mujer del prójimo’ acabas por anhelar acostarte con ella y
con su hermana.
Sería un error juzgar con la ley del
presente los delitos acaecidos en el pasado. Se trata de analizar y
estudiar los hechos de ayer para comprender los motivos de las
perversiones sexuales y los delitos encubiertos derivados en la Iglesia
contemporánea.
La iglesia, en sus orígenes, fue espejo
de la sociedad de la que se empapaba. En eso la modernidad de la
institución era ejemplarizante. No como el par de centurias de retraso
que arrastran en la actualidad. La estigmatización del sexo ha producido
el efecto contrario al deseado. Los cargos de la curia, por entonces,
se emborrachaban de vino, sexo y jerarquía al ritmo de Dioniso y las
peores (o mejores) costumbres de los tiempos del paganismo. En el siglo
III, el Concilio de Antioquía ya espetaba a todas sus Iglesias: “No
ignoramos que muchos obispos pecan con las mujeres que con ellos
tienen”. Primer aviso.
Conforme pasan los siglos, los cánones
se especializan en los desvaríos morales de los diáconos y sacerdotes,
borrachos de concupiscencia natural y al dictado del dogma Papal. A
mayor represión más control, pero sin sentar grandes bases del estricto
celibato sino velando solo por las apariencias frente al populacho. En
el siglo IV, el Cánon XXV del concilio de Cartago ordena: “Ningún
sacerdote debe visitar a las viudas o a las vírgenes sin permiso previo
del obispo; que no vayan solos, sino acompañados de otros
eclesiásticos…” Se barruntaba la prioridad del consuelo carnal sobre el
espiritual para mitigar el luto de las afligidas viudas… pero ¿Y de las
vírgenes? Prosigue: “…y que los mismos obispos no podrán hacer tales
visitas sin que los acompañe una persona de probidad conocida”. La
lectura es: ¿A quién protege esa persona (más) honesta que acompaña al
obispo? ¿a la virgen o al prelado?
El sexo ha estado tan ligado a la curia
como la ostentación a sus gerifaltes. La fabricación constante de
mecanismos de represión y cánones de control son la prueba más clara de
la existencia de la ‘corrupción sexual’ del clero. El paso del tiempo y
las doctrinas cada vez más restrictivas sólo han conseguido empeorar el
problema. Así en 1930, el teólogo y canonista Jaime Torrubiano Ripoll decía:
“El 90 por ciento de los clérigos son fornicarios…; un 10 por ciento
escandalosos; y el resto discretos, que se creen en conciencia
desobligados de cumplir una durísima ley puramente humana”. Lógicamente
fue excomulgado.
La primera mención del celibato en las
normas que sentaron las bases de derecho canónico aparece en el Concilio
de Elvira, en el siglo IV. Pero no fue hasta el primer Concilio de
Letrán en 1123 cuando se impuso como obligatorio:
“Prohibimos absolutamente a los
presbíteros, diáconos y subdiáconos la compañía de concubinas y esposas,
y la cohabitación con otras mujeres fuera de… la madre, la hermana, la
tía materna o paterna y otras semejantes, sobre las que no puede haber
justa sospecha alguna” Cánon III. Letrán.
El tercer Concilio de Letrán incluiría
un Cánon contra los clérigos amancebados, incontinetes y sodomitas. “Quicumque incontinentia illa quae contra naturam est”. Sancionando la
sodomía con la pena de excomunión por ser contraria al ‘orden’ de la
naturaleza. Toda una invitación a practicarla lo más artificialmente
posible.
Pero el quebranto por la lujuria no
vestía solo sotana negra sino también la púrpura. La más alta jerarquía
eclesiástica, encargada de forjar las conductas de sus súbditos, ha sido
mal ejemplo continuo en su contradicción dogmática. Si promediamos los
265 Papas, la silla de San Pedro ha sido un estercolero de vicio, crimen, nepotismo y lascivia al servicio de la fe. Siendo la apoteosis de los Borgia y el Quattrocento el orgasmo o el clímax de esta castidad mal entendida. Solo tres ejemplos:
Sixto IV,
(1471-84) precursor del Renacimiento por el mecenazgo de importantes
artistas y por levantar más de 30 iglesias en Roma, también hizo de la
ciudad el burdel del Imperio, convirtiéndose en el primer Papa
proxeneta. Fabricó un impuesto eclesiástico a todas las prostitutas que
servían a la curia. Y no fue baladí, con ello financió toda una campaña
contra los otomanos.
Julio II (1503-13)
heredero de los Borgia era apodado ‘El Terrible’. Gran sodomita, se
acostaba con niños, sus decenas de amantes y prostitutas. La sífilis
dejó prueba de su depravada conducta. Afortunadamente entre sus logros
consta convencer al joven Miguel Ángel de abandonar el oficio en canteras para pintar la Capilla Sixtina. Su relación con él fue, también, sexualmente tormentosa.
Grabado erótico de Gulio Romano. De la serie de 16 posturas eróticas I Modi. 1527
Mi preferido, Giovanni di Médici o León X (1513-21)
hasta entonces el cardenal más joven de las historia, con 13 años.
Inauguró el trono con un revelador: “Dios nos ha dado el Papado,
disfrutémoslo”. Sibarita, extravagante y desbocado al placer material y
carnal, dejó decenas de hijos bastardos y cultivó apasionadamente su
homosexualidad con sus camarlengos. También inició una reestructuración
de los estipendios a pagar como penitencia para limpiar los pecados de
la carne. El censo de prostitutas de Roma era muy alto, unos 7
habitantes por puta; pero los burdeles del Papa no producían el
suficiente dinero. Por ello promulgó una de las bulas más polémicas y desmentidas por la Iglesia para
regular la ‘fiscalidad carnal’ y así aumentar la recaudación con la
concesión de indulgencias. Se discute la veracidad de un texto muy
coherente en un contexto de depravación, pecado y carnalidad de la
curia. Sodoma y Gomorra. No hay perdón a delito, por horrible que fuera,
que no tuviera un precio en la llamada Taxa Camarae:
“La religiosa que quisiera alcanzar la
dignidad de abadesa después de haberse entregado a uno o más hombres
simultánea o sucesivamente, ya dentro, ya fuera de su convento, pagará
131 libras, 15 sueldos.” Canon cuarto de la Taxa Camarae.
Pero ¿qué pasa en la Iglesia católica en
la actualidad? La historia ha demostrado que las consecuencias en
menores de la abstinencia carnal de los de sotana son el resultado de
una herencia de represión incontrolada que no se ha sabido afrontar, al
contrario. La Iglesia se ha cepillado, también, la responsabilidad
mediante la fabricación de instrumentos propios de perdón e indulgencia
que quitan importancia a un problema que afecta a toda la sociedad. Ya
no son pecados, son delitos. Como dice el periodista Julio Quesada:
“Si quiere usted violar sin problemas,
hágase sacerdote, porque por forzar a una novicia le van a castigar con
dos semanas de retiro espiritual.”
Según un polémico estudio de 1995 del periodista y psicólogo Pepe Rodríguez,
el 60% de los sacerdotes en activo practican o han practicado
relaciones sexuales durante su celibato. El 95% se masturba, el 20% ha
tenido alguna práctica homosexual y, lo que es más grave, 7 de cada 100
ha protagonizado algún abuso a menores. Cifras muy cercanas a otro
estudio publicado por la BBC del clero norteamericano.
Es el único estudio serio que hay debido a la negativa de la Iglesia a
coger por los cuernos el problema. El espectro del estudio incluye una
muestra de 24.000 sacerdotes secularizados y 300 en activo. Suficiente
para dar una desviación aceptable.
Pero volvamos a los cánones para cerrar el ciclo. ¿Qué dice la ley canónica vigente?
“El clérigo que cometa de otro modo un
delito contra el sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya
sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o con un menor
que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser castigado con
penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical, cuando el
caso lo requiera.” (Las penas justas son, según el Cánon 1312, penas medicinales, expiatorias y penitencias) Libro IV del derecho canónico vigente.
Es decir. Reconocemos un problema que
afecta externamente a la sociedad pero lo solucionamos con una
amonestación, obra de religión o penitencia interna. Y no efectuaremos
una extrapolación penal sin antes haber intentado disuadir ‘a nuestra
manera’ al posible infractor. Pudiendo declarar como universal su
rehabilitación con un simple traslado. Dos mil años de historia no han
servido para nada.
Otra de las incoherencias doctrinales se explica a en la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales de Juan Pablo II y firmada por el actual Papa, Joseph Ratzinger;
dice: “…el homosexual manifiesta una ideología materialista que niega
la naturaleza trascendente de la persona humana. [...] Indudablemente,
estas personas homosexuales, deben ser acogidas, en la acción pastoral,
con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus
dificultades personales”. Sustituyan ‘homosexuales’ por ‘clérigos’ y
tendrán el diagnóstico al problema que ellos son incapaces de apreciar.
Y es que ya lo predijo el monje —luego santificado— Bernardo de Claraval a
mediados del siglo XI: “…Quitad de la Iglesia el matrimonio honrado y
el tálamo sin impurezas, y veréis como se llena de fornicadores,
incestuosos, afeminados e impúdicos”. Hasta hoy.
Libros imprescindibles:
La vida sexual de los papas. La crónica de escándalos del Vaticano, de Nigel Cawthorne
La lujuria del clero según los concilios. Varios autores
La vida sexual del clero Pepe Rodríguez
Los Papas y el Sexo Eric Frattini
Fuente: