La historia del linaje humano es un apasionante trabajo de conexión de puntos hacia atrás en el tiempo, todavía repleto de misterios y preguntas sin resolver. La reconstrucción de este puzzle no debemos verla como una autopista con un principio y un final, sino como un árbol que crece y cuyo tronco se divide con el paso del tiempo en múltiples ramas: distintas especies, de las cuales, algunas convivieron en el tiempo y muchas se extinguieron.
Reproducción de un esqueleto de Proconsul en el Museo de Antropología de Zúrich (imagen: Guérin Nicolas / Wikimedia Commons).
Para comenzar esta historia, nos remontamos hasta la época comprendida entre unos 32 y 5 millones de años atrás. A esta franja, a caballo entre el Oligoceno y el Mioceno, se la considera la edad de oro de los primates ya que según los trabajos de John Kappelman, antropólogo de la Universidad de Texas, se han encontrado fósiles de hasta 30 géneros diferentes pertenecientes a dicho periodo. Es en este momento cuando emprendemos nuestro viaje por la historia evolutiva de nuestra superfamilia, el grupo de los hominoideos, que incluye a los gibones, a los grandes simios y a nosotros, los humanos.
Los primeros hominoideos que conocemos se encontraron en Kenia y se clasifican dentro del género Proconsul, que incluye a cinco especies y cuyos restos fosilizados son de una antigüedad de entre 20 y 18 millones de años. Estos son importantes porque nos permiten saber cómo fueron los primeros simios, que posteriormente se convertirían en los primeros antepasados humanos. La característica principal que los distingue de otros primates es la ausencia de cola y los ojos en posición frontal, ya dirigidos hacia adelante. Pero aún comparten muchos rasgos primitivos, como son un tamaño del cráneo reducido o una locomoción todavía cuadrúpeda, adaptada a la vida en los árboles, donde obtenía las frutas de las que se alimentaba.
Expansión de los hominoideos
En el periodo que va desde los 17 hasta los 12 millones de años, los hominoideos salieron del continente africano y se expandieron por el territorio de las actuales Europa y Asia. Como veremos más adelante, las salidas de África con destino hacia otros continentes constituyen una dinámica que se repete en varias ocasiones a lo largo de la evolución de nuestros antepasados.
Con posterioridad, a causa de un cambio climático en el que se enfrió la superficie terrestre, las selvas tropicales y subtropicales que cubrían gran parte del planeta se fragmentaron. En ese momento, las sabanas y los pastos se extendieron, lo que ejerció una considerable presión sobre las especies que habitaban los bosques.
Al desaparecer gran parte de esas vías arbóreas para algunos tipos de primates, surgió el reto de colonizar el suelo. Pero para poder llevar una vida terrestre, se necesita una postura más erguida y una dentición más resistente para poder procesar las semillas y hierbas que se encuentran en los espacios abiertos; algo que conseguirán los homínidos unos pocos millones de años después.
Lo que todavía no sabemos con exactitud es cuándo se produce la escisión en dos líneas a partir del último ancestro común de los grandes simios y los homínidos; un primate del que no poseemos fósil alguno. Existen muchas hipótesis sobre las fechas de dicho acontecimiento, siendo entre hace 7 y 5 millones de años, la fecha más probable, según Robert Boyd, antropólogo de la Universidad de California en Los Ángeles.
De hominoideo a homínido
En la actualidad, homínidos es el término por el que se conoce a los representantes de nuestra familia biológica, es decir, a los seres humanos. A lo largo de la historia evolutiva ha habido diferentes especies de esta familia, incluso periodos en los que varias han compartido el mismo territorio de manera simultánea, aunque sólo la nuestra continuó el viaje hasta el día de hoy.
Es hace unos 6 millones de años cuando da comienzo la historia evolutiva de los homínidos, justo en el momento en el que se produjo un nuevo enfriamiento y el clima se volvió más seco, tal y como opina el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga. En esta época aparece el género Ardipithecus, popularizado con el nombre de Ardi, que significa “tierra” o “suelo” en la lengua Afar.
Una de las innovaciones más distintivas del Ardipithecus respecto a los primates primitivos son unos dientes caninos más pequeños, un esmalte algo más grueso y una mano más reducida que sus predecesores, aunque todavía más apta para la vida arbórea que para utilizarla como una pinza. Sin llegar a ser completamente terrestre, es muy probable que fuera capaz de una forma primitiva de locomoción bípeda, ya que se ha encontrado una falange de un dedo del pie compatible con esta hipótesis.
Aunque existe un gran debate sobre si Ardi es un antecesor directo de los humanos, el paleoantropólogo de la Universidad de California Tim White cree que estos caracteres indican que, efectivamente, estamos ante el eslabón conocido más antiguo de la evolución humana. De ser esto cierto, como también opina Arsuaga, con Ardi tendría comienzo la historia de nuestro linaje.
Tomado de:
Somos Primates