Traducción de un artículo original publicado por Rex Jung
La genialidad es un concepto tan grande que intentar estudiarlo puede acabar volviéndose un suplicio. Si se examina la bibliografía, es sorprendente el hecho de que no existen muchos estudios científicos al respecto. Hay numerosos estudios sobre inteligencia, creatividad y personalidad –que son algunos de los ingredientes claves de la genialidad- pero ninguno que verse específicamente sobre “la genialidad”.
Los intentos de medir la inteligencia han estado a nuestro alrededor desde el pasado siglo, con la introducción por parte de Alfed Binet de los test de inteligencia para identificar a los estudiantes que necesitasen ayuda extra en la escuela. Esos test han evolucionado hasta ser bastante precisos y fiables a lo largo del S XX, con resultados contrastados que hoy en día son considerados válidos para medir el comportamiento humano. Si la genialidad fuese simplemente dependiente de una medida de gran inteligencia, seríamos capaces de identificar fácilmente a un individuo genial en sociedades como Mensa -2% de la población con CI más alto-, Glia -0.1% de la población con el CI más alto- o Mega -0.0000001% de la población con el CI más alto-, pero no es así. Una prueba de esto es el trabajo de investigación de Lewis Terman, el cual utilizó los resultados de test de inteligencia para seleccionar a los estudiantes más brillantes -con un promedio de CI de 151 (el normal está en torno a 100)-, y les realizó un seguimiento a lo largo de su vida. Los resultados del estudio mostraron que a estos estudiantes les fue bastante bien en la vida: a muchos les fue muy bien tanto en el ámbito académico como en el industrial -más de 2000 publicaciones científicas y 70 premios “Científico Americano”-. Sin embargo, uno de los hombres no incluidos en el estudio de Terman ya que poseía un CI por debajo de los límites impuestos, se convirtió en su edad adulta en ganador del premio Nobel de física: William Shockley, co-inventor del transistor, y ciertamente, un genio.
Entonces, hay algo que se escapa a los test de inteligencia que tiene gran peso para ser lo que ser considera un genio. Una gran capacidad creativa –entre otras cosas como por ejemplo la motivación- es una de estas características que forman parte de la genialidad y que normalmente no miden los test de inteligencia. Una de las maneras de medir la creatividad es el llamado “pensamiento divergente”. El “pensamiento divergente” consiste, por ejemplo, en pedirle a los participantes que piensen en todas los diferentes usos que puede tener un objeto común como puede ser un “tetrabrik”. Los participantes en el estudio pueden dar respuestas que van desde “para lanzar por una ventana” –poco creativa-, hasta “gemelos para la camisa de un gigante” –muy creativa-. Otra actividad de este test es la de pedirle a los participantes que dibujen cuántos objetos puedan utilizando cuatro líneas –una línea recta, una línea curva, un punto, todo cuenta como una línea- en un intervalo de tiempo determinado.
Estas medidas verbales y no verbales de “pensamiento divergente” se expresan en términos de fluencia –número de ítems producidos-, flexibilidad –número de categorías diferentes producidas-, y originalidad –la baja frecuencia de la respuesta emitida-. Hay métodos similares para medir la percepción, el flujo, el pensamiento convergente, la persistencia, la apertura a la experiencia, la motivación y otras piezas que componen el gran rompecabezas de la creatividad. Si se unen correctamente todas estas piezas y se ponen en relación con datos de estructura y funcionamiento cerebral, podremos hacer inferencias bastante precisas sobre el papel de la creatividad en el cerebro genial.
Pero, ¿cómo se traduce esto en el cerebro? Esta cuestión nos lleva a tener que hablar del concepto de "hipofrontalidad transitoria". Esto no es simplemente jerga neurocientífica, sino que representa el mejor intento de explicar cómo uno de los aspectos de la creatividad –el pensamiento divergente- ocurre en el cerebro. El gran científico en el campo de la creatividad, Arne Dietrich, fue quien acuñó el término. Lo que encontraron en sus investigaciones fue sorprendente: en los individuos con mayor capacidad de pensamiento divergente, también fueron encontrados menores valores de integridad cerebral -medidas por la bioquímica cerebral, organización de materia blanca o espesor cortical-, especialmente en los lóbulos frontales –simplificando mucho, la parte del cerebro que nos inhibe de hacer cosas que no debemos hacer, y controla y organiza nuestro comportamiento-. Los investigadores creen que esta menor integridad en esta zona cerebral provoca una menor inhibición del pensamiento, lo que permite a los individuos cambiar más rápido de idea -pensar fluidamente- y llegar a conclusiones poco comunes -pensar originalmente- durante las pruebas de pensamiento divergente. Para usar una metáfora sencilla, a la hora de pensar, los individuos creativos, tienen el pie más tiempo en el acelerador y menos en el freno en virtud de su organización del lóbulo frontal. Ahora bien, también necesitan un lóbulo frontal lo suficientemente bien organizado para lograr llevar a cabo sus ideas –que no se quede en una mera creatividad infructuosa- en un mundo agresivo y competitivo, así que la "transitoriedad" de su "hipofrontalidad" es muy importante -porque si no estarían todo el tiempo "creando" peor nunca pondrían en orden esas ideas-.
A pesar del hecho de que se usen pruebas extrañas y limitadas para medir la creatividad, el hecho de medir esta capacidad humana es importante porque es una pieza más que puede ayudar a encontrar y explicar la genialidad. El Dr. Simonton ha hecho un trabajo increíble que establece que las personas altamente creativas, genios eminentes incluso, producen un gran número de ideas: son prolíficos, tienen su pie en el acelerador; son un poco estrafalarios; los creadores de campos menos disciplinados -como la poesía, las artes visuales o la psicología- son más propensos a los trastornos mentales, en promedio, que aquellos en los campos más disciplinado -como el periodismo, el diseño o la física; y que la característica derrotista que produce un gran poema o un riff de jazz podría estar asociado con la depresión y otros trastornos asociados con hipoactividad del lóbulo frontal. Obviamente, se necesita más investigación para establecer cualquiera de las bases cerebrales de tales asociaciones interesantes.
Tomado de:
La Bitàcora del Beagle