Hay momentos en que la libertad de cátedra y las medidas contra la discriminación pueden ser usadas precisamente para censurar contenidos legítimos o para hacer pasar contenidos metafísicos como ciencia. Eso es lo que acaba de ocurrir en Texas donde, una medida recién aprobada permitirá a los profesores cuestionar la evolución en clase, y enseñar alternativas a la misma como ciencia.
Situaciones parecidas ya se han vivido en el pasado, cuando este tipo de amparo gubernamental existía, y han acabado de una forma muy similar, a pesar de que parece claro quién actuaba de forma correcta. Por un lado algunos profesores tienen problemas para enseñar evolución en clase de ciencia en diversos distritos educativos. Alumnos, padres y organizaciones religiosas pelean para que la evolución sea desterrada de las aulas porque afirman que eso no es ciencia. ¿Qué libertad está aquí coartada, la de los profesores de ciencias o la de los padres? La obligación de un profesor de ciencias es la de transmitir al alumno todas las teorías científicas, aportar las evidencias en que se sustentan y promover un análisis crítico de las mismas. En la actualidad todos los datos que posee la comunidad científica indican que la biodiversidad del planeta es el resultado de un proceso evolutivo llevado a cabo durante muchos millones de años. No mostrar esa información es censurar contenidos científicos. Pero por mostrar esa información Susan Epperson fue expulsada de un colegio de Arkansas. Eso ha ocurrido en muchos lugares de EEUU, donde algunos profesores temen enseñar la evolución por la intransigencia religiosa de los padres. Y esa censura existe a lo largo y ancho de todo el planeta, desde países que se proclaman democrático hasta estados con regímenes teocráticos donde la palabra libertad queda aplastada por toneladas de dogmas asfixiantes.
Pero también tenemos el caso contrario, el de profesores que amparados en la libertad de cátedra se olvidan de sus obligaciones e intentan transmitir a sus alumnos su ideología o su creencia, más allá de lo que impone ser un educador. ¿Imagina que un profesor ferviente seguidor de la astrología explicara ésta en clase, indicando que los astros tienen un efecto sobre nuestro comportamiento, o que en clase de química alguien explicara como fabricar oro basándose en escritos milenarios? En un plano exagerado es lo que se hace cuando alguien explica en clase que hay un diseñador sobrenatural responsable de la génesis y variación de los organismos. O como el otro día un seguidor del diseño inteligente manifestó en este mismo medio: “se necesitan explicaciones que trasciendan la materialidad del Universo”. Eso no es ciencia, y por tanto no debería de enseñarse en clase de ciencias. Pero claro, cuando una parte importante de la población desprecia a la evolución (porque ni siquiera sabe lo que es) y el apoyo a profesores que expliquen alternativas a éste vienen por parte del “primo de Zumosol” (como el Discovery Institute) que pone el dinero y apela a “la libertad de expresión” o la ley de Godwin si es necesario (recuerdese el planfleto Expelled), el terreno está abonado para que las obligaciones de todo profesor de ciencias que presuma de serlo puedan abonarse sin consecuencias. No sólo sin consecuencia sino con amparo público.
Justamente esto último es lo que está pasando en Texas, con la colaboración de las autoridades académicas de este estado. Según podemos leer en el Christian Post, el estado de Texas no podrá llamar la atención a los profesores que expliquen otras “alternativas a la evolución como el diseño inteligente u otras variantes”. No sé si estas últimas incluyen los ritos de los nativos locales, sería interesante introducir una moción para que por el bien de la no discriminación también se enseñen, lástima que los apaches no cuenten con un museo de la creación.
La táctica del Discovery Institute de hacer avanzar el DI en base a “enseñar la controversia” está funcionando de maravilla, tal y como ya pronosticaron Barbara Forrest y Paul R. Gross al afirmar que “el diseño inteligente, el caballo de Troya del creacionismo”. Esta táctica pretende expulsar la evolución de las aulas, en beneficio de visiones religiosas y sobrenaturales; sustituir una ciencia basada en el método científico, en el análisis y la razón, por unos conocimientos prefijados, incuestionables y que no admiten ser puestos en duda. Pura religión disfrazada de léxico científico.
Es importante hacer notar que aquí que es una de las primeras apuestas “a la mayor” que veo. No es un debate sobre si la teoría sintética de la evolución, también conocida como neodarwinismo, es la que mejor explica el origen de los diferentes seres vivos, no, es mucho más, se está dudando de si existe evolución o no. Todo profesor de ciencias sabe que la evolución está más que probada, y partiendo de ese hecho se intentan explicar los mecanismos que diferentes científicos, desde épocas anteriores a Lamarck hasta nuestros días, han postulado para explicar ese hecho. Eso se ha de acompañar de un estudio de las fortalezas y debilidades de cada teoría, así como investigar en mecanismos alternativos que todavía están sujetos a análisis. Pero aquí se quiere borrar todo eso de un plumazo, se va contra el fundamento de la propia ciencia: la búsqueda en la naturaleza de los mecanismos por lo que ésta funciona. Dudar de la evolución, o decir que hay un ser sobrenatural que la controla a su capricho, es como dudar de la gravedad, de la desintegración del átomo, del movimiento de los astros o afirmar que existe una deidad que controla como se mueve cada galaxia, cada estrella o cada átomo de este universo. Eso es pura metafísica, y ningún profesor de ciencias que se precie debería anteponer sus creencias religiosas a los conocimientos científicos que están obligados a transmitir a sus alumnos.
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